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Columna
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Mañana en Washington

El presidente del Gobierno ha perseguido con tenacidad admirable el logro de una silla en la cumbre de Washington que mañana se inaugura. Llevamos casi dos meses con la solicitud a cuestas, sin desmoralizarnos por las negativas, moviendo todos los hilos, buscando todas las fórmulas, exhibiendo todos los méritos, hablando con todos los posibles valedores, señalando el valor añadido de la presencia española. Por fin la magnanimidad del presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha dispuesto ofrecer uno de sus múltiples asientos a nuestro Zapatero, quien ha desencadenado una ronda de consultas en Moncloa para escuchar a los banqueros, a los sindicalistas, a los dirigentes de las patronales y al líder del principal partido de la oposición. Así que el presidente viaja a Washington con la mochila a reventar. Veremos si puede allí dar cuenta al menos del índice de sus preocupaciones y propuestas o todo se reduce a la foto de familia.

Entre tanto, la prensa de referencia se ha ocupado de nuestro país. El semanario The Economist, para hacer un ejercicio de frivolidad impropio de su prestigio. The Wall Street Journal, para encomiar el sistema de inspección y control del Banco de España como antídoto para evitar los abusos que han terminado en la crisis financiera. Financial Times, para recoger algunos elogios dispensados por el premier británico Gordon Brown a su colega español. Entre nosotros ha primado el escepticismo, constante histórica que nos acompaña desde la guerra de los comuneros. Lo que es seguro es que la cumbre de Washington se verá incapaz durante esta primera sesión de lanzar grandes reformas pero puede iniciar el proceso con algunas bases de partida como el documento acordado en Bruselas por el Consejo Europeo.

La ausencia del presidente electo Barack Obama marca ya el déficit inicial de la cumbre. Porque desde el 4 de noviembre, con su victoria en las presidenciales, la competencia fundamental entre los líderes internacionales está entablada sobre quién habló antes y tuvo más minutos al teléfono al ganador. Gordon Brown exhibía muy orgulloso sus 15 minutos pero el Elíseo aseguró que la conversación de Nicolas Sarkozy había durado 30. Enseguida portavoces de Downing Street se sintieron obligados a devaluar esa marca precisando que al menos la mitad de este tiempo fue consumido por los traductores. También Zapatero quedó integrado en la ronda telefónica y es seguro que todos, como dice el refrán, irán 'por atún y a ver el duque', es decir que intentarán algún contacto con el futuro inquilino de la Casa Blanca.

Con acierto se preguntaba Frédéric Lemaître en su columna de Le Monde por qué diablos Nicolas Sarkozy ha querido a toda costa que Bush presidiera el encuentro del 15 de noviembre, una cumbre destinada a reconstruir el capitalismo mundial, cuando ha sido él quien más ha contribuido a restarle credibilidad. En The Observer, Oliver Stone explicaba la fórmula de la tiranía del temor según la cual la difusión del miedo junto a la esperanza de contenerlo fue la línea que siguieron Richard Nixon y George Bush para lograr sus respectivas reelecciones. Todo culminó con la malaventurada war on terror del actual pato cojo, el más cojo de todos los que se recuerdan, según Paul Harris en el mismo semanario.

Will Hutton explica que el encuentro intentará discutir cómo reformar el Gobierno de las finanzas internacionales y subraya que los cien días que se han dado para cerrar el acuerdo posterior contrastan con los dos años que fueron precisos para llegar al sistema financiero internacional de Bretton Woods en 1944. La cuestión entonces, como ahora, es la de saber en qué medida los Gobiernos están preparados para compartir la soberanía económica y aceptar la disciplina necesaria en orden a producir un mayor bien público global. Estados Unidos nunca se ha mostrado dispuesto y sólo aceptó la gestión de fijar los tipos de cambio atribuida al Fondo Monetario Internacional si quedaba asegurado que quedaría bajo su dirección. Ahora los americanos caen en la cuenta de la imposibilidad de cuadrar el círculo de simultanear el gasto creciente de las guerras exteriores a base de captar el ahorro de los demás.

En una esclarecedora entrevista aparecida en Le Monde, el director general de la Organización Mundial del Comercio, Pascal Lamy, advertía contra la crecida del proteccionismo que ya se apunta en Estados Unidos y los efectos letales que desencadenaría llevándonos a la depresión. En su opinión, la tendencia es más acusada en América porque falta la red de protección social que existe por ejemplo en Europa. Luego subrayaba que existen organizaciones mundiales en el ámbito del comercio, de la salud, del medio ambiente, de la alimentación o del trabajo pero que existen dos agujeros negros en la gobernanza mundial: las finanzas y las migraciones. Ahí esperamos a los reunidos en Washington.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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