Pastillas amargas en Washington
Los líderes de las 20 mayores economías del mundo -o casi- tendrán muchas noticias pesimistas que rumiar en Washington el sábado -desde el lento crecimiento hasta los abultados rescates-. Nada grande es probable que surja de las sesiones, especialmente del anfitrión, George Bush, que está a punto de dejar el cargo y del próximo hombre todopoderoso, Barack Obama, que está diplomáticamente al margen.
Aún debe haber bastantes pesos pesados allí -incluidos Nicolas Sarkozy y Gordon Brown, los líderes francés y británico- para salir con algunos principios básicos. Aquí van cuatro propuestas, dos amargas y dos agridulces.
Primero, los políticos deben admitir que los ajustes estructurales dolorosos son necesarios. Mucho del crecimiento de los últimos años fue insano. Los dilatados déficits comerciales en EE UU y Reino Unido financiaron mucho consumo, muchas viviendas y muchas pequeñas inversiones. Sin embargo, una artificialmente depreciada moneda mantuvo el negocio de los poco económicos exportadores chinos.
También, el dinero fácil mantuvo por las nubes los precios de las materias primas, que permitió a países como Rusia e Irán hacerse demasiado ricos. Los buenos tiempos fueron demasiado amables para los negocios de hostelería y del juego, y no lo bastante duros para los fabricantes de automóviles de EE UU. En la mayor parte del mundo, la financiación y la inversión inmobiliaria creció enormemente de manera desproporcionada.
Al menos algo de esos excesos deben ser revertidos, un cambio de marcha económica que traerá recesión y más alto desempleo. El G-20 debe decirle al mundo que necesitará atravesar una noche económica antes de que llegue el amanecer.
Segundo, los miembros del G-20 deben dejar claro que no permitirán que la crisis crediticia se extienda esa noche innecesariamente. Una recesión curativa no debe convertirse en una depresión destructiva. Lo que es necesario es un compromiso in and out para el apoyo financiero.
La parte in está ya bien avanzada. El valor total de los programas de los bancos centrales y Gobiernos es ahora de varios billones de dólares. Hay signos de que el sistema financiero puede estar peor, pero su recuperación es todavía demasiado lenta. Puede ser necesario más apoyo. Así, el G-20 debe comprometerse a proporcionar más ayuda para países en problemas y bancos con necesidad de capital. Los políticos deben también presionar a los bancos para que incrementen sus préstamos.
La parte out viene más tarde, pero debe ser brevemente descrita. Para el momento en que esta recesión esté acabada, los Gobiernos habrán prestado, o retenido patrimonio, a demasiados bancos y empresas. Esto dañará la economía. El amplio rol del Gobierno puede ser el desafortunado resultado de laxos descuidos en el pasado. Pero la inadecuada regulación no debe ser remplazada por una planificación central. Deben ser agendas para que los Gobiernos vendan sus participaciones y logren cobrar sus préstamos.
Tercero, los líderes deben hacer algo que llevan naturalmente los políticos: ofrecer incentivos a los votantes. Los estímulos fiscales, ya a través de rebajas de impuestos o señalando con cuidado gastos adicionales, es necesario que complementen la ayuda más directa al sistema financiero. La perspectiva de una generosa ayuda de los Gobiernos debe reducir el extendido miedo entre los consumidores y empresas, que está haciendo que vuelvan a recortar gasto, haciendo de una mala situación una situación peor.
La dulzura política de este déficit debe ser atemperado por una amarga consideración. Demasiados Gobiernos prestando es arriesgado. Puede conducir a crisis monetarias y más alta inflación. Y las sumas se supone que serán altas. Para financiar su déficit y sus programas de ayuda financiera, EE UU está ya previendo emitir 1 billón y medio de dólares de nueva deuda para el próximo año, el 30% del total ahora pendiente.
Aunque ausente, Obama debe ser particularmente receptivo a un cuarto consejo para los líderes. Puede tomar la iniciativa de replantear el camino de los trabajos del mundo financiero. El modelo previo reinante -demasiada regulación ligera, flujos internacionales sin obstáculos de inversiones especulativas, políticas monetarias laxas- ha fracasado miserablemente. Es momento de desarrollar una nueva aproximación.
Suena divertido y exigente, justo la clase de cosa que la gente sueña cuando va al Gobierno. Pero el trabajo será también embarazoso para muchos a los que las pasadas políticas llevaron a la actual crisis. Deberán admitir que su visión del mundo financiero estaba fundamentalmente equivocado. Admitamos que el fracaso puede ser amargo, pero es mejor que repetirlo.
Por Edward Hadas