Mandalay
Mandalay encarna el país que fascinó a escritores del último siglo. Brillantes pagodas, palacios abandonados y el gran río Irrawaddy dibujan un viaje inolvidable
Rudyard Kipling, cuyo poema Mandalay fue cantado por Sinatra en 1958, dijo que Birmania es 'una tierra del todo distinta a cualquier otra conocida'. Los hombres llevan pareo -longyi- y las mujeres se maquillan el rostro con dibujos de thanaka, un extracto de corteza de árbol. Es uno de los países más pobres, sorprendentes, oprimidos y bellos del mundo, pero sus mil particularidades no serían más que pintorescas tradiciones de no ser por el especial carácter de la población birmana, cuyo estoicismo y amabilidad apabullan al viajero hasta que cae en la cuenta de que no son forzados.
A causa, o a pesar de ese desapego terrenal -Birmania es profundamente budista-, el país vive bajo una dictadura sanguinaria y corrupta, lo que obliga a plantearse preguntas no habituales: ¿Es aconsejable ir ? Desde hace años existe un movimiento internacional a favor del boicot: El turismo proporcionan a la junta militar divisas a través de visados, billetes de avión y ciertos servicios.
Quien esto escribe, por otra parte, cree que un turismo responsable ayuda más que daña a la población. Por eso recomienda no ir en circuitos organizados y dejar el lujo para otros viajes. Con triple motivo; para minimizar el respaldo a la junta militar -que, por otra parte, exporta madera, gas y joyas-, para que el dinero gastado llegue a la necesitada población -y cuanto más se distribuyan los gastos, mejor- y porque el activo más insospechado y valioso de este viaje es el contacto con la el pueblo birmano. Además, los hoteles familiares están limpios y en casi cualquier restaurante la comida es excelente. No es la Birmania monumental -pese a ser impactante- lo que hizo que el soldado británico Eric Blair iniciase carrera de escritor con la novela Los días de Birmania y el seudónimo George Orwell.
En Inwa los campesinos cultivan arroz en lo que durante 400 años fue palacio real y capital del imperio birmano
El nombre de Mandalay evoca este pasado colonial, quizá con más fuerza que cualquier otra ciudad del sudeste asiático. Pero el viajero no debe esperar casas de madera ajardinadas -las encontrará en Pyin U Lwin, no muy lejos-, sino una ciudad polvorienta, repleta de bicicletas y puestos de comida callejeros. Mandalay fue la última capital del reino birmano antes de la colonización británica. Se construyó en 1857, en torno a la colina que domina la ciudad, cuya cumbre ofrece una espléndida panorámica de 360 grados: el espectacular río Irrawaddy al oeste, la ciudad al sur, los arrozales al norte y las colinas del país shan -etnia dominante en la montañosa parte oriental de Birmania, fronteriza con China y Tailandia- al este. Se puede subir en taxi, pero es mejor a pie, aunque hay que hacerlo descalzo. Se pueden visitar santuarios de Buda o nats -espíritus animistas incorporados al budismo-, charlar con algún monje u observar la práctica del chinlon, una mezcla de fútbol y voleibol con pelota de mimbre. Tras esta visita, obligada y recomendable en la puesta de sol, Mandalay genera en el visitante una cierta desorientación. ¿Por dónde empezar? Con 2,5 millones de habitantes -es el corazón comercial, religioso y cultural del centro y norte de Birmania-, una extraña estructura -el descomunal palacio real ocupa lo que debería ser el centro- y un incesante traqueteo de vehículos destartalados, no invita a callejear. Se puede regatear con un conductor de trishaw -especie de bicicleta con sidecar- para visitar las pagodas al sur de la colina: Sandamani Paya, Kyauktawgyi Paya, con un buda de ocho metros tallado de una pieza en mármol, o Kuthodaw Paya, conocida como 'el libro más grande del mundo' al albergar en 729 losas de mármol las escrituras sagradas del budismo.
Al suroeste, la Mahamuni Paya es uno de los santuarios más visitados de Birmania. Y cuando uno se canse de pagodas -sucede antes o después- conviene tomarse la tarde para pedir un té con dulces, acudir al mercado de Zaigyo o probar la excelente Myanmar Beer.
Para visitar las afueras también habrá que regatear: Se puede optar por un blue taxi -minúsculas camionetas Mazda de los años 50- o un white taxi, robustos y algo más cómodos -todo es relativo- Toyota. Los mayores atractivos de Mandalay están en las antiguas capitales birmanas situadas a a pocos kilómetros: Amarapura, Sagaing, Inwa y Mingún. Es obligada la visita al precioso puente de U Bein en Amarapura, el puente de teca más largo del mundo (1,2 kilómetros), que ofrece su puesta de sol entre escolares que regresan a casa, monjes budistas con túnica azafrán y pescadores.
No muy lejos están Inwa y Sagaing. Para acceder a Inwa, después de dejar el taxi hay que tomar una barcaza, y luego contratar una calesa para moverse por la isla. La mayor parte de sus construcciones están invadidas por la vegetación, y los campesinos cultivan arroz en tierras que durante 400 años eran parte del palacio real. El monasterio Bagaya Kyaung está hecho enteramente de teca, sujeto sobre centenares de enormes pilares, y en su interior conviven ardillas y monjes dando clase a los niños. Al otro lado del río está la colina de Sagaing, lugar sagrado donde viven unos 6.000 monjes budistas. Es un relajante laberinto de escaleras salpicadas de cementerios, stupas y templos, con vistas al Irrawaddy.
En Mandalay y las ciudades cercanas se puede acudir, si coinciden las fechas, a la versión birmana de la fiesta patronal, los festivales nat. Además de verbenas, puestos de comida y mercadillos se contempla la invocación del espíritu: Mientras suenan extraños ritmos de percusión -que en Occidente pasarían por música de vanguardia- un bailarín travestido atrae al nat, y los asistentes le cuelgan billetes en su ropa. El trance de algunos lugareños supone que han sido poseídos por el nat, si bien los síntomas se parecen a una borrachera.
Volviendo a Mandalay, desde el atareado puerto fluvial salen cada día barcos a Mingún, cuyas gigantescas construcciones quedan empañadas por la insistencia de los vendedores de souvenirs. Se puede encontrar, además de una campana de 90 toneladas, los restos de lo que iba a ser la mayor pagoda del mundo, con 150 metros de alto y semiderruida por un terremoto. La escapada, de medio día, merece la pena por el trayecto en barco por el Irrawaddy. De igual modo, la mejor forma de salir de Mandalay es río abajo hasta Nyaung U. Es la puerta de la explanada de los templos de Bagán, que impresionó a Marco Polo y aún eriza el vello del viajero más curtido. Hay distintas opciones, desde los cruceros rápidos para turistas hasta los barcos locales. æpermil;stos suponen 15 horas de viaje con paradas en las que se comercia toda mercancía imaginable mientras el barco es abordado por despiadados vendedores de samusas, sandías y chucherías. A la cuarta hora uno se arrepiente de su decisión, pero ya el tiempo dirá qué vivencias se olvidan y cuáles perduran.
Guía práctica
Cómo irSólo hay un vuelo internacional al desproporcionado y vacío aeropuerto de Mandalay, y es el que ofrece Air Mandalay desde Chiang Mai, (norte de Tailandia). El punto de entrada para turistas es, casi siempre, el aeropuerto internacional de Yangón, que a su vez tiene varias conexiones con Bangkok y algunas con Singapur, Kuala Lumpur, Taipei y aeropuertos chinos. Las tres aerolíneas privadas de Birmania (Air Bagán, Yangón Airways y Air Mandalay) tienen varios vuelos al día entre ambos aeropuertos y conexiones con otros puntos turísticos: Nyaung U (Bagán) y Lago Inle. Las guías de viaje desaconsejan la aerolínea pública, Myanmar Airlines, por su historial de seguridad. También hay ferrocarril desde Yangón y líneas de autobuses. Y por el río Irrawaddy circulan cruceros de lujo y ferries destartalados, tanto hacia Bagán (al Sur) como río arriba, hacia Myitkyina. Para desplazamientos más cortos se pueden contratar o compartir taxis, generalmente Toyota Corolla que se ofrecen constantemente al turista.Antes de salirEn Birmania no funcionan las tarjetas; ni siquiera para pagar billetes de avión. Se aceptan dólares y el mercado negro de divisas funciona abiertamente en casi cualquier localidad. Es conveniente contar tanto con dólares como con khats (moneda local). El visado tarda tiempo en tramitarse.Comer y dormirEn toda Birmania -salvo quizá en Yangón- se puede dormir en una habitación limpia por 20 dólares o menos, pero no faltan hoteles de lujo. En Mandalay están el Mandalay Hill Resort y el Sedona.Por lo general, en Birmania se puede entrar en un restaurante callejero y salir más que satisfecho. En todo caso, en el centro de Mandalay se puede encontrar el Lashio Lay, (65 23 St.), que suele estar abarrotado de lugareños y ofrece una excelente cocina tradicional shan.Una opción más cómoda, y muy recomendable, es una cena con curry en el jardín colonial del excelente restaurante Green Elephant (35 Street).