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Tribuna
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Un nuevo orden financiero mundial

El desarrollo económico de los países suele ir ligado a la evolución de sus instituciones financieras. En España fue el espíritu de la contrarreforma religiosa del siglo XVII y las secuelas mercantiles de la expulsión de los judíos, lo que condicionó la evolución de nuestra actividad económica. La versión más radical del catolicismo anatematizó la actividad económica vinculada al mundo financiero. Los préstamos con interés estaban proscritos y la actividad prestataria no gozaba de buen predicamento social y moral. Esa profesión era propia de judíos o asimilados. La gestión del riesgo y el cobro de interés como renuncia a un consumo inmediato por la incierta expectativa de un mayor consumo en el futuro, no entraba en la mentalidad de la sociedad española.

La pérdida de las últimas colonias en 1898, evidenció nuestro atraso, pero fue el inicio de una nueva etapa con la repatriación de capitales indianos y la gestación de lo que sería el embrión de los bancos que acompañarán el desarrollo económico español durante el siglo XX. La industria y la banca españolas durante gran parte del siglo XX formaron un matrimonio de conveniencia sólido. La presencia del capital financiero en la mayor parte de los proyectos industriales era algo que se asumía con naturalidad.

La transición política llevó aparejada una apertura económica y una adaptación de nuestras estructuras productivas y financieras. El cambio se complicó por la coincidencia con lo que ha venido en llamarse la 'primera gran crisis del petróleo' de los años setenta. La banca no fue ajena a estos grandes cambios. Pero lo supo hacer sin perder su credibilidad ni alimentar la desconfianza social hacia el sistema financiero. El modelo resistió y salió fortalecido. El número de fichas bancarias se redujo, pero los bancos que quedaron fueron más fuertes, en beneficio del conjunto de la economía del país. El Banco de España, además de jugar adecuadamente su papel de 'banco de bancos', ejerció su cometido de regulador y fiscalizador del sistema, resolviendo los conflictos más o menos evidentes de insolvencia que se fueron presentando.

El proceso de concentración bancaria iniciado con la transición se aceleró con la incorporación a la CE. El terreno de juego era diferente y las empresas necesitaban orientar su actividad hacia los mercados exteriores, ser competitivas en un escenario más abierto y vulnerable. Una disciplina institucional rigurosa por parte del Banco de España y una legislación favorable permitió una reconversión tecnológica que llevó consigo la prejubilación de miles de empleados bancarios y la mejora de los ratios de eficiencia en paralelo a la evolución de los sistemas informáticos. Nuestro sistema financiero siguió fortaleciéndose; ganaban dimensión, se expandían en los entornos más favorables y aprovechaban para fortalecerse la bonanza derivada de la incorporación a la CE.

La incorporación al euro y la aparición de nuevos actores financieros, marcan un cambio para nuestro sistema financiero. España ha mantenido un diferencial de inflación respecto al resto de los países del euro que le hace perder competitividad, pero se beneficia de la relación de cambio fijado entre la peseta y el euro y del paraguas que este le otorga en las transacciones económicas internacionales. Aunque el nuevo escenario es de mayor competitividad para el conjunto de la economía, para el sector financiero lo es todavía más. Entre 'prestar al 20% a cuatro años y hacerlo al 4% a veinte años', hay más que un cambio de método. Exige reinventar el propio negocio financiero. No son suficientes los ajustes de plantilla, ni la concentración operativa de las decisiones en los servicios centrales, ni la dimensión, ni la internacionalización.

En nuestro caso, el conjunto del sistema financiero tiene gran agilidad y fiabilidad operativa en los sistemas empleados, solvencia contrastada y un operador, el Banco de España, que sigue vigilando y disciplinando al sistema, pero también unos costes de transformación elevados derivados de la abundancia de oficinas bancarias desparramadas por todo el territorio.

Con el diferencial recurrente entre la inflación española y la de nuestro entorno, tipos de interés inusitadamente bajos, liquidez monetaria internacional abundante y una tradición secular por la propiedad de la vivienda familiar como aspiración indiscutible por parte de los españoles, el sistema financiero español puso en marcha a mediados de los años noventa del pasado siglo, un perverso mecanismo ligado al sector inmobiliario que ha acabado por arrastrar hacia la recesión a nuestra economía.

Ante la sofisticación del mundo financiero y la dificultad de mantener el margen operativo con tipos de interés bajos, descubrieron 'la gallina de los huevos de oro', con la financiación de las operaciones inmobiliarias. No era necesario reinventar el negocio bancario, bastaba reorientarlo hacia 'el ladrillo'. El nuevo paradigma se cimentaba en créditos a la promoción inmobiliaria con garantías reales que se diluían entre los compradores con los que establecían relaciones fieles con ingresos de nóminas, seguros, tarjetas de crédito, etc.

La construcción es una brillante locomotora de la actividad económica, siempre que no supere un porcentaje razonable del PIB y que detrás haya un modelo industrial que dé soporte al consumo, ofrezca empleo estable y contribuya a que la balanza comercial no incurra en un creciente déficit que puede llegar a estrangular las necesidades financieras de conjunto de la actividad económica. La abundancia de liquidez internacional y los bajos tipos de interés hizo que el modelo se acelerara. La crisis de las subprimes americanas en agosto del 2007, drenó más de 500.000 millones de euros al sistema financiero internacional, generó desconfianza, y puso de manifiesto la fragilidad del sistema económico español.

La globalización de los mercados financieros internacionales no ha habilitado hasta la fecha mecanismos de control supranacional que permitan la regulación de los productos financieros. El mundo financiero se ha sofisticado, hasta el punto de quedar a merced de movimientos especulativos que escapan a su control y que pueden hacer subir las materias primas como el petróleo, los alimentos o arruinar a un gran banco o poner en riesgo la paridad de una moneda de primer nivel. La perversidad del sistema exige una conferencia internacional que siente las bases de un nuevo orden monetario internacional bajo el que no pudieran llegar a producirse y expandirse a escala planetaria, fenómenos tan perversos como las subprimes hipotecarias, de las que en España estamos viviendo nuestra singular versión.

Fernando Diago. Presidente de la Patronal Ascer (Asociación Española de Fabricantes de Azulejos y Pavimentos Cerámicos)

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