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Columna
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Una respuesta global para una crisis alimentaria global

Hoy empieza la Conferencia de Alto Nivel sobre Seguridad Alimentaria, Cambio Climático y Biocombustibles. Aunque esta conferencia fue convocada por la Organización para la Agricultura y Alimentación de las Naciones Unidas (FAO), la dramática evolución de los acontecimientos como consecuencia de la explosión de los precios de los alimentos básicos la ha convertido en una cumbre de proporciones históricas, alrededor de 5.000 asistentes, sobre la crisis alimentaria mundial. Más de 40 jefes de Estado y presidentes de Gobierno, entre otros el presidente Zapatero, 170 países representados al máximo nivel, todos los máximos dirigentes de las agencias de Naciones Unidas, incluido el secretario general, y de los organismos del sistema de Bretton Woods, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y Organización Mundial del Comercio, las principales ONG de desarrollo, representantes del sector privado y de organizaciones empresariales y cerca de 1.000 periodistas acreditados asistirán a la cumbre.

Las causas de esta crisis han sido profusamente analizadas y existe un claro consenso en señalar que se trata de una crisis compleja provocada por la combinación de numerosos factores. Algunos de ellos vienen de atrás, como el menor ritmo de crecimiento de la oferta de alimentos respecto a la demanda de los mismos. Otros son más recientes, como el aumento de precios del petróleo y las políticas de fomento de los biocombustibles, o la crisis financiera. E incluso algunos son totalmente recientes y han acabado de agudizar la crisis y de convertirla en una crisis descontrolada, como ciertos fenómenos de especulación y acaparamiento o las restricciones a las exportaciones impuestas por más de 30 países, que ha tenido consecuencias devastadoras en el caso del precio del arroz, un alimento básico para los hogares más pobres.

Las enseñanzas de esta crisis que estamos viviendo son básicamente tres. La primera es que una de las causas principales, hasta ahora desconocida y que puede considerarse como una causa derivada de la profundización de la globalización, es la interconexión de los mercados energéticos, financieros y alimentarios. Así, la subida de los precios del petróleo y la crisis financiera son causas esenciales de la crisis alimentaria mundial, que desborda por tanto el mero hecho de una ajustada situación entre la oferta y la demanda mundial de alimentos, causa tradicional de crisis alimentarias pasadas.

La segunda es que el mercado ha fallado y no ha sido capaz ni de prevenir ni de resolver el problema. Duro golpe para los economistas liberales y el consenso de Washington que predicaron, como si de una religión se tratara, e incluso a veces impusieron, la máxima de que el mercado lo resuelve todo. Pues no ha sido así, y el problema es que con las cosas de comer no se juega y cuando los mercados que fallan son los mercados alimentarios se produce una crisis humanitaria de proporciones gigantescas, que agrava y amplifica la ya precaria situación de la seguridad alimentaria en los países más pobres.

La tercera, quizás la más grave, es que la comunidad internacional y el sistema mundial de regulación y gobierno de la agricultura y alimentación no está preparado para hacer frente a una crisis como la que estamos viviendo. Faltan mecanismos de coordinación y regulación, faltan sistemas de información para alertar sobre este tipo de crisis, faltan sistemas de información para el seguimiento de la misma y faltan instrumentos para atajar la crisis una vez se desata.

Una de las medidas que ayudarían más rápidamente a relajar la crisis sería que los países que han restringido las exportaciones de alimentos eliminaran las trabas a la exportación, pero no hay reglas ni mecanismos para imponerlo y sólo cabe tratar de convencer a dichos países, que es lo que está haciendo, entre otras muchas cosas, la FAO y todas las agencias de Naciones Unidas y Bretton Woods, con algunos éxitos pero no suficientes, porque existe un conflicto de intereses entre intereses nacionales y solidaridad internacional.

Pero no todo es negativo. Hay signos evidentes de que esta crisis contribuirá a que algunos de estos fallos del mercado y del sistema internacional de gobierno y regulación de la agricultura y la alimentación empiecen a plantearse e incluso a resolverse.

Es por ejemplo alentador ver cómo, por primera vez, el sistema de Naciones Unidas ha reaccionado, bajo el liderazgo del secretario general, y se ha creado un mecanismo muy potente para la coordinación de todas las agencias de Naciones Unidas y Bretton Woods, al objeto de evitar las respuestas individuales de cada agencia y elaborar y ejecutar un plan global de acción del conjunto del sistema internacional, que será presentado por el secretario general de las ONU en la cumbre de Roma. Y se habla ya de la necesidad de relanzar la Ronda de Doha y de incluir mecanismos y reglas que ayuden a prevenir y en su caso atajar crisis alimentarias como la que estamos viviendo.

Todos los organismos financieros internacionales, con el Banco Mundial a la cabeza, están aprobando medidas para revertir la tendencia regresiva de los fondos y préstamos dedicados a la agricultura. La comunidad internacional de donantes también plantea revertir la tendencia regresiva de la ayuda al desarrollo que va a la agricultura. Y lo mismo en los Gobiernos de los países en desarrollo con la tendencia regresiva a la parte del gasto público dedicado a la agricultura.

Se esperan importantes compromisos políticos y financieros y planes concretos de acción, como resultado de la cumbre de Roma, pero quizás el resultado más importante sea aprender con humildad de los errores del pasado, y devolver a la agricultura y la alimentación el lugar que les corresponde, y que el mundo necesita, en la agenda internacional, después de muchos años de olvido y marginación.

José María Sumpsi Subdirector general de la FAO

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