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Columna
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Previsiones que nos afectan

Son cada vez más los organismos y entidades de todo tipo que se aventuran a publicar previsiones sobre crecimiento, destaca el autor. Esas estimaciones, en su opinión, acaban afectando a la economía, y los pronosticadores nunca responden de la exactitud de sus predicciones.

Vivimos bajo un alud de previsiones, sobre todo previsiones de crecimiento para el año en curso de 2008. Primero fueron las previsiones de crecimiento señaladas por el vicepresidente y ministro de Economía y Hacienda, Pedro Solbes. Luego, las previsiones de crecimiento establecidas por los servicios de estudios de los bancos, de las cajas de ahorros, del Círculo de Empresarios, de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales, de las centrales sindicales y en cualquier momento se espera que aparezcan las de la Conferencia Episcopal, presentadas con el estilo característico de monseñor Martínez Camino.

Entre tanto, prueban suerte las instituciones internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OCDE o el sursum corda. El eco que a estas previsiones de crecimiento prestan los medios de comunicación es directamente proporcional a su negatividad.

Además, para añadir más vistosidad al juego, aparecen las previsiones del Wall Street Journal, del Finacial Times, de The Economist o del boletín estadístico de la Bolsa de Sidney que nuestra prensa recoge y amplifica conforme a la norma de proporcionalidad con el pesimismo de los pronósticos más arriba enunciada.

Seguimos, pues, en las turbulencias pero rehusamos la denominación de crisis

El Gobierno experimental del presidente José Luis Rodríguez Zapatero, sometido a semejante avalancha, ha sabido aplicarse a una defensa numantina para rechazar conceptos de los que abomina. Disfruta presentando la excepción española, resultado del cumplimiento de los deberes que nos ha llevado a sanear las cuentas públicas y al superávit fiscal que todos nos han envidiado. Sólo cuando no le ha quedado más remedio el Gobierno ha trocado el entusiasmo ante los éxitos alcanzados por la atribución a factores externos, como el encarecimiento del petróleo o distintos rebotes sobrevenidos, capaces de dar cuenta de las adversidades en la evolución de la economía española.

Pero ni siquiera en esos momentos extremos La Moncloa y sus terminales mediáticas han perdido el control lingüístico de la operación de trasvase. Seguimos, pues, en las turbulencias pero rehusamos la denominación de crisis. Y a la hora de llevar a Barcelona el agua de boca que necesita se han puesto todos los medios pero de modo alguno se ha cedido en la denominación antes citada. Porque la palabra trasvase ha sido demonizada aunque a la Ciudad Condal vayan a llegar los mismos hectómetros bajo la etiqueta de aportes puntuales de agua de naturaleza reversible. Adjetivo éste de reversible que indicaría la posibilidad de que el agua a partir de Barcelona circulara en sentido contrario, o sea río arriba, para aplacar la sed de los Monegros.

Volviendo a los pronosticadores de marca internacional, sucede que nuestra llegada muy reciente a la prosperidad como país nos ha llevado a una cierta mitificación de esas instituciones: FMI, BM, OCDE, OMC, etcétera, etcétera. Además la pasada por el FMI de Rodrigo Rato añadió exageraciones en la valoración del público.

Para dejar las cosas en su sitio y recuperar el relativismo conveniente nada mejor que acompañar la aproximación al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional que hizo Hans Magnus Enzensberger en su libro Mediocridad y delirio, publicado por Anagrama, y en especial repasar el capítulo titulado Billones de todos los países, ¡uníos! Enzensberger describe muy bien el aroma del FMI.

Primero, una especie de mixtura donde se atisba su condición de banco de los bancos de los bancos sin que se observe el menor rastro de clientes.

Segundo, un lugar donde se concentran expertos de todos los países en una especie de multinacional que no es capaz de mostrar un solo producto y a la que le falta la característica principal de los beneficios.

Tercero, un flujo de funcionarios a perpetuidad nimbados por una cierta extraterritorialidad.

Para nosotros ahora la cuestión reside en que estos pronosticadores que adelantan previsiones de crecimiento, las cuales terminan por afectar al crecimiento, nunca responden de la exactitud de sus anticipaciones, ni sabemos para quién trabajan.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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