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Columna
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Perdiendo la Fed

José Carlos Díez

Hoy se reúne el Comité de Mercado Abierto de la Fed y toda la comunidad inversora espera nuevas bajadas de tipos, la duda es si serán 75 o 100 puntos básicos. Desde septiembre, la Fed ha bajado con fuerza los tipos, ha inyectado liquidez masiva en el sistema, admite deuda hipotecaria como colateral y la pasada semana ha tenido que intervenir directamente para salvar un banco. Sin embargo, los miembros del Comité admiten su impotencia en público y piden ayuda para solventar la crisis financiera.

Ben Bernanke apoyó el paquete fiscal de la Administración Bush para reactivar la economía. Ha defendido el aumento del límite presupuestario a la FHA, un instituto de crédito público creado por Franklin D. Roosevelt en 1934, para refinanciar hipotecas subprime privadas y evitar el aumento de la morosidad. La impotencia le ha llevado a recomendar a los bancos condonar deuda a los hipotecados y mejorar sus condiciones de pago para evitar que entren en mora.

Pero no sólo es la Fed, el FMI, sumo sacerdote del liberalismo, ha recomendado a los Gobiernos intervenir para poner freno a la crisis, incluso socializando la deuda, y a los bancos centrales que bajen los tipos de interés, a pesar de que las tensiones inflacionistas han aumentado desde el pasado verano. ¿Qué está sucediendo?

La respuesta es que nos enfrentamos a una de las crisis globales más complejas desde los años ochenta. Todo comenzó con el estallido del segmento de titulizaciones subprime a finales de 2006. Desde entonces, el virus se contagió rápidamente al resto de segmentos de crédito, al interbancario, a las Bolsas, a las aseguradoras de crédito y a los balances bancarios.

Esta semana comienza la publicación de resultados del primer trimestre de la banca de inversión y las pérdidas volverán a ser billonarias. El precio de los activos de crédito se ha vuelto a desplomar desde noviembre y el precio de sus acciones en Bolsa también, lo cual llevará a varias entidades a incumplir los requisitos de solvencia. La realidad es que nos encontramos ante la crisis bancaria de mayor magnitud desde los años ochenta, cuando se desmoronó el sistema de Savings and Loans en Estados Unidos.

La restricción financiera derivada de la crisis ha llevado a la economía americana a entrar en recesión en el primer trimestre de este año y la fase recesiva será más duradera e intensa de lo esperado. La recesión provocará aumento de la morosidad cíclica, no sólo hipotecaria, y empeora la solvencia bancaria, por lo que nos encontramos inmersos en un fenómeno de bola de nieve que sólo puede crecer y empeorar.

La realidad es que el stock de deuda privada mundial es insostenible y hay que reducirlo. La banca internacional es la más afectada y necesita recapitalizarse para hacer frente a las pérdidas, amplificadas por los desorbitados niveles de apalancamiento alcanzados antes de la crisis. El problema es que sólo tienen liquidez suficiente los fondos soberanos de países emergentes, los bancos centrales y los Gobiernos, aumentando la deuda pública, por supuesto. Por lo tanto, el problema transciende lo económico y pasa a lo político y a lo social.

En la última década, los salarios en los países desarrollados apenas han ganado poder adquisitivo y han perdido mucho peso en la distribución de la renta, en detrimento de los beneficios empresariales. Buena parte de estos beneficios han sido bancarios y, dentro de los salarios, los ejecutivos de banca han recibido remuneraciones multimillonarias. Ahora la banca pide auxilio a la clase política, pero no es tan sencillo. ¿Cómo justificar ante el votante mediano y ante las clases bajas que al final los excesos privados se pagarán con cargo a los impuestos?

Nos encontramos ante una crisis freudiana, en la que la sociedad ha perdido la confianza en sus tótems.

Los inversores no confían en la Fed, ni en las agencias de rating, ni en los bancos. Durante décadas los telepredicadores del liberalismo han vendido la idea de que la no intervención pública es la panacea que resolvería todos sus problemas, pero los ciudadanos perciben que la mano invisible ha sido el problema y no aceptarán que vuelva a ser la solución. Ahora hay que buscar nuevos tótems pero esos procesos son caóticos e impredecibles.

Los economistas tendremos que volver a explicar que los recursos son escasos y, por esa razón, hay problemas económicos. Que la economía de mercado no elimina la escasez y, por lo tanto, no da la felicidad. Sin embargo, sí evita la ineficiencia y la infelicidad que trajo el comunismo y la planificación. Que la búsqueda del interés propio y el egoísmo despiertan nuestros instintos más animales, heredados de los reptiles hace millones de años, y se activa nuestro instinto de supervivencia, que es el más despiadado de la cadena evolutiva.

Debido a estos instintos, los economistas sabemos que la economía de mercado sólo funciona con unas reglas del juego claras y favorables al intercambio, pero con la amenaza civil y penal de que, cuando se incumplen las reglas elementales, el infractor es multado y en los casos graves acaba en la cárcel.

El problema es que los que intentamos defender una economía mixta, donde el mercado resuelve la asignación de recursos escasos y el Estado se encarga de diseñar y vigilar las reglas del juego y corregir los excesos del mercado en la distribución de la renta, corremos el riesgo de que nos confundan con telepredicadores liberales.

Nos esperan dos años muy complicados, por lo que sean prudentes. Además, sean conscientes de que nos encontramos a la búsqueda de un nuevo paradigma global y la historia nos advierte que son procesos complejos. No obstante, la historia también nos enseña que, cuando se alcanza el nuevo paradigma, el sistema sale reforzado para vencer los rendimientos decrecientes y la escasez.

José C. Díez, Economista jefe de Intemoney

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