Más que la crisis importa su salida
El autor subraya que los últimos datos macro revelan fragilidad en la economía. Sin embargo, según destaca, en el abigarrado conjunto de promesas electorales no hay una sola referencia a los necesarios cambios estructurales. En su opinión, el superávit de las Administraciones públicas no va a ser la tabla de salvación
La fase de fuerte y progresiva desaceleración de la economía española, evidente si su evolución se mide, como es debido en los cambios de ciclo, a lo largo de años, no es cíclica como en otras ocasiones similares, sino crítica, de patrón de crecimiento mucho más difícil de superar cuando no se dispone de la clásica medida devaluatoria.
La economía nunca había pasado por un periodo aparentemente tan exitoso como el de los últimos 10 años, pero sus gestores no se percataron de que este boom basado únicamente en la construcción ocultaba una trampa en que se iba deslizando y no tomaron las medidas adecuadas para salvarla cuando esta fase de auge tocase a su fin.
Y ahora que ha llegado ese momento piensan que el importante superávit de las Administraciones públicas de que se dispone (2% del PIB) será la tabla de salvación, pero se engañan, dada la forma en que se ha generado. Ese superávit no ha sido el fruto de una gestión rigurosa, eficaz y eficiente de los ingresos y gastos públicos a lo largo de esos 10 años. De los 5,2 puntos porcentuales del PIB en que mejoró el saldo de las cuentas públicas desde 1997, 3,2 puntos de deben a los menores pagos por interés de la deuda pública. Pero fue aún mayor (3,7 puntos) la aportación de los ingresos tributarios generados por un ritmo de crecimiento netamente superior al potencial y sostenible de la economía.
Se podría, pues, decir que esa tan traída y llevada hucha se puede esfumar fácilmente cuando el ritmo de expansión se acerque, como es inevitable, a su potencial o incluso caiga por debajo. Y todo indica que esto va a ocurrir si se acentúa la desaceleración de la economía. A ello van a contribuir el declive en curso del sector de la construcción, los efectos de la probable recesión de la economía norteamericana y los derivados de los créditos subprime, tanto sobre el sistema financiero global ya debilitado como sobre el español.
Es verdad que España está menos expuesta a esta última contingencia, pues la fantasía creativa que puso en circulación instrumentos financieros cada vez más sofisticados ha sido menor que en otros países, y no se han practicado las llamadas hipotecas basura. Pero las entidades de depósito, ante una normativa con algunas lagunas, han hecho una valoración escasa de los riesgos incurridos. Sabían que las circunstancias tan favorables en que se concedían las hipotecas hace cinco o seis años eran excepcionales. Un euríbor a tres meses negativo en términos reales estaba condenado inexorablemente a subir de forma importante y el fuerte y continuado crecimiento basado en un boom de la construcción tenía que extinguirse, como es ya evidente, y no se ve un factor impulsor de relevo.
Estas favorables condiciones incitaron una fuerte y continuada demanda de créditos vinculados al sector inmobiliario. Como consecuencia, la parte de esos créditos en la cartera crediticia de las entidades de depósito puede haber superado ampliamente el 70% en junio del 2006, a pesar de las reiteradas advertencias del Banco de España sobre los riesgos que esto podría acarrear en un periodo de estancamiento económico. Y dado el exorbitante aumento del crédito a promotoras y constructoras hasta bien entrado 2007, el nivel de concentración podría haber alcanzado ya el 80%, aunque en el último Informe de Estabilidad Financiera, el 11/2007, el banco, contrariamente a su práctica habitual, se guardó de dar cifras al respecto.
Es muy posible que al silenciar un dato tan revelador de los equilibrios de las entidades de crédito, el Banco de España no quiera cargar las tintas del panorama financiero español que empezaba a ensombrecerse con el fuerte aumento de la ratio de morosidad -de lo que ya había prevenido el propio banco- y la caída del precio de las viviendas nuevas.
Probablemente teme que el círculo virtuoso generador de aumento de fondos y de beneficios en estos años, creado por la titulización de parte de los créditos hipotecarios, se transforme en uno vicioso que pueda llevar a una verdadera caza a la liquidez.
No es fácil dar una respuesta decisiva a este problema. Lo único cierto es que las entidades de depósito están destinadas a cambiar su forma de operar, si es que no lo han hecho ya, de lo que hay claros indicios.
Lo que no parece que se vayan a producir son los cambios estructurales que necesita la economía. En el abigarrado conjunto de promesas electorales, que el abrumado elector será incapaz de valorar debidamente, no hay una sola referencia a esta cuestión. Predominan en cambio las promesas de importantes rebajas de impuestos y aumentos significativos de gastos sociales.
Pero todas estas mercedes son pan para hoy y hambre para mañana. No van a ayudar a que llegue el indispensable relevo cuando se agote, como parece ya inminente, el maná que graciosamente impulsó la economía y ésta entre en un dilatado periodo de postración. No se podrían entonces mantener todas las promesas hechas pues se generaría un déficit público insostenible. Pero esta cuestión merece un análisis detallado que habrá que dejar para otra ocasión, aunque ya se puede anticipar que un análisis serio de los últimos datos macroeconómicos revelan la fragilidad de la economía.
Anselmo Calleja. Economista y estadístico