Kosovo, el precedente inconfesable
El nuevo Estado rompe con la tradición de supeditar el nombramiento a una resolución de la ONU.
El nacimiento de Kosovo sólo ha provocado unanimidad entre la comunidad internacional en un punto. Desde que el domingo la asamblea parlamentaria de Pristina declaró la independencia del país, los partidarios y los enemigos de esa decisión cierran filas para proclamar que no sienta ningún precedente.
Lo repite el propio Hashim Thaci, flamante primer ministro kosovar, así como sus principales valedores, desde Washington a Berlín y París. Y también en el bando contrario, con España al frente, se niega el carácter ejemplarizante del nuevo Estado. O 'la nueva entidad', como la minusvaloraba ayer el ministro español de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, al término de la reunión del Consejo de la UE que analizó en Bruselas la nueva situación en los Balcanes.
Incluso Moscú, que hasta hace poco amenazaba con utilizar el caso kosovar como excusa para alentar las aspiraciones secesionistas de las territorios rusófonos de Georgia y Moldavia, prefiere desvincular el desaire de la comunidad internacional a Serbia de sus propios problemas territoriales.
'Es un caso único', resumió ayer en Estrasburgo Hans-Gert Pöttering, el conservador alemán que preside el Parlamento Europeo. La excepcionalidad se debe, según Pöttering, a que Kosovo es un protectorado de la ONU donde los ciudadanos han decidido 'asumir su futuro político'.
Mal que les pese a unos y otros, sin embargo, numerosos analistas advierten que el tambaleante nuevo Estado supone una ruptura con el ordenamiento internacional de las últimas décadas y con la tradición de supeditar el reconocimiento de nuevos países a un acuerdo entre las partes o a una resolución favorable de las Naciones Unidas. Las fronteras de los Estados, en virtud de ese consenso internacional, se consideraban 'inviolables', aunque no 'inalterables'.
Ahora, la administración de George W. Bush, que durante sus ocho años de mandato ha hecho añicos la multilateralidad, ha precipitado una declaración unilateral de independencia cuya onda expansiva será muy difícil que no se aleje del epicentro kosovar.
'La línea argumental que niega el carácter ejemplarizante de Kosovo no es muy convincente', señalaba en un reciente estudio sobre la secesión de la provincia serbia realizado por el profesor Bruno Coppieters para el CEPS, un instituto independiente. Y recordaba que dos aspectos del modelo kosovar, como la intervención y la administración bajo mandato de la ONU, ya se han invocado en Chechenia y Georgia, respectivamente.
España, por si acaso, consiguió ayer enmendar las conclusiones del Consejo de Ministros de Exteriores de la UE sobre Kosovo. Y frente al intento de países como Alemania, Francia o Reino Unido de dar la bienvenida al gobierno de Thaci, la UE se limitó a tomar nota de la independencia y a recordar su inquebrantable adhesión a la Carta de las Naciones Unidas y el Acta de Helsinki que consagran 'los principios de soberanía y la integridad territorial de los Estados'. Y Moratinos insistió en rueda de prensa insistió en que Kosovo 'no es un Estado' y que su declaración de independencia es un acto 'ilegal'.
Para la Unión Europea, un auténtico mosaico de lenguas y nacionalidades, el nuevo estado resulta especialmente incómodo. El Tratado de Roma de 1957 que creó la Comunidad Económica Europea pretendía, precisamente, zanjar tres siglos de conflictos fronterizos y guerras cuasi fratricidas. El desmoronamiento del muro de Berlín en 1989 reveló que en la parte oriental de Europa algunos de esos problemas seguían enquistados. La acelerada ampliación de la UE buscó inmunizar el desarrollo de nuevas patologías nacionalistas. Aún así, la tensión sigue latente por la presencia de importantes minorías en varios países, en especial, Hungría, Eslovaquia y Rumanía. No por casualidad esos países se negaron ayer a reconocer Kosovo.
Cataluña y País Vasco
Pero también los Estados más antiguos de Europa albergan reivindicaciones independentistas como las de Córcega o Escocia, por no citar las más cercanas en Cataluña o el País Vasco. Esa tendencia se ha acentuado al alejar los centros de decisión hacia instancias supranacionales lo que permite a ciertas autoridades regionales cuestionar la utilidad del escalón intermedio del Estado. Además, en contra de lo esperado por algunos observadores, numerosas comunidades lingüísticas o culturales han reaccionado a la defensiva ante la globalización, aferrándose a una identidad que ven amenazada por vientos armonizadores.
Más allá de las fronteras de la Unión Europea, la independencia unilateral de Kosovo, según el estudio de Coppieters, 'hará más difícil que la comunidad internacional pueda alcanzar acuerdos en materia de justicia internacional'. Para tratarse de un caso que no sienta precedente, sus potenciales repercusiones parecen demasiado peligrosas a corto y medio plazo.