Sobresalir en medio de la tormenta
La figura del gestor como generador de valor para una cartera ha ido tomando relevancia con los años. Los inversores ya no se conforman con acertar con el activo que mejor se va a comportar en un periodo de tiempo, sino que exigen además una cierta pericia al gestor de un fondo para conseguir batir al mercado. Es como si, con los mismos ingredientes, uno compitiera con Ferran Adrià en la elaboración del mejor plato. Los inversores buscarán siempre al Adrià de los mercados; lo que tiene toda la lógica del mundo.
Esta tendencia ha puesto de moda el concepto de alfa, que no es otra cosa que la rentabilidad adicional que añade el gestor a una cartera por su propia pericia. El alfa, así, se contrapone a la beta, que es lo que gana una cartera por la subida del mercado.
La búsqueda de valor añadido por parte de los gestores ha desarrollado toda una industria financiera de la que nacen productos cada vez más imaginativos.
El mayor exponente del alfa son los hedge funds o fondos de alto riesgo, a los que se les presupone la capacidad de obtener ganancias al margen de lo que hagan los mercados, es decir, alfa en su esencia más pura. Eso sí, los hedge funds llevan más de 50 años creando alfa para sus clientes.
Muchas gestoras han seguido los pasos de los hedge funds y, amparadas por la nueva legislación, han lanzado fondos de inversión tradicionales que utilizan las técnicas de los fondos de alto riesgo para añadir alfa a la cartera.
Por ejemplo, hay un concepto muy en boga conocido como 130-30, que consiste en invertir el 100% de la cartera en un índice (apostar por su subida) y vender corto las acciones que se espera que se comporten peor, por el 30% del valor de la cartera. La ganancia obtenida por la venta a corto se reinvierte en posiciones alcistas, de manera que el fondo está un 130% invertido en la Bolsa y un 30% corto. Según los estudios, esta técnica puede aportar hasta un 2% de ganancia adicional a la cartera.
El problema de estos y otros productos es que su éxito reside en la presunción de que la correlación entre diferentes activos es baja. Por eso, cuando sobrevienen las turbulencias estas carteras sufren como otras, y no hay alfa que valga. Porque en las crisis no se discrimina; todo cae a plomo.