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Tribuna
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La universidad y la empresa

Vivimos en un mundo globalizado en el que la generación de conocimiento es la base, la materia prima esencial para la creación de riqueza. Este hecho, tantas veces repetido, es tan real que países emergentes como China e India ya invierten tanto como los más avanzados en la generación de nuevo conocimiento científico, generan estructuras para transformarlo en tecnología que, posteriormente aplican a través de las empresas en nuevos procesos, productos y servicios que, valorados por los mercados, son la innovación.

La inversión en conocimiento, pues, genera riqueza y los índices elaborados por multitud de entidades de todo ámbito, desde el económico al científico, corroboran el hecho de que los países y regiones que más invierten en investigación y desarrollo tecnológico y en formar personas que lo hagan de manera eficiente son más ricos que los que no lo hacen o lo hacen con menor intensidad.

Como ejemplo , una baja producción tecnológica propia lleva a una balanza de pagos tecnológicos negativa, que a su vez arrastra a la balanza comercial en su conjunto. Alemania genera un superávit tecnológico de 1.137 millones de euros, frente a un déficit tecnológico de 834 millones de euros en España, de acuerdo a datos muy recientes de la OCDE.

Lo anterior nos lleva a reflexionar sobre la importancia que tiene la secuencia, indivisible, de la investigación, el desarrollo tecnológico y la innovación, que si bien aparece linealmente descrita, no lo es absoluto. Muy al contrario, cada vez son más complejas las relaciones entre todos los procesos que intervienen y modelan la secuencia básica, desde la protección de la propiedad industrial e intelectual, la financiación, la cooperación regional o la internacionalización de las actividades entre otros.

Sin embargo, hemos de simplificar esta complejidad para valorar el hecho de que la universidad comprenda que la creación de conocimiento, siendo en sí misma importante, por lo que no necesita justificación, precisa del mundo empresarial no sólo para nutrirse de ideas sino para generar los recursos para desarrollarlas.

Las relaciones entre la universidad, y por extensión el mundo de la investigación, y la empresa no han sido históricamente fluidas en nuestro país, en el que hemos sufrido una clara separación de los objetivos de unas y otras instituciones, seguramente por una excesiva simplificación: la universidad debe formar personas e investigar y la empresa debe ganar dinero.

Evidentemente, las universidades deben formar personas que posteriormente pueden continuar su tarea universitaria, formando o investigado, pero asimismo pueden incorporarse a las empresas. Esta dualidad hace que no sea fácil definir qué perfil debe darse a la formación universitaria y qué se espera que lleve consigo el estudiante al finalizar sus estudios.

Me parecería una enorme simplificación, si no un tremendo error, decir que la universidad debe formar personas para la empresa o estar al servicio de ésta. Creo que la universidad debe formar personas dotadas de determinados conocimientos y formarlas para poder utilizarlos. Decir que la universidad debe estar al servicio de la empresa es, en mi opinión, un error porque elimina una las funciones esenciales de la universidad, investigar, y ello requiere libertad para hacerse preguntas sin saber si llevan a algo más que a nuevo conocimiento.

Que la universidad dote a los universitarios de conocimientos quiere decir que, en su caso, puedan hacer uso de ellos en la empresa y ello requiere un punto de encuentro entre los objetivos universitarios y las necesidades de la empresa. Pero, sin duda, se requiere que la universidad aporte algo más que conocimientos aprendidos, es decir capacidad para usarlos.

No debemos olvidar que la universidad tiene una responsabilidad con la sociedad de la que forma parte, uno de cuyos miembros fundamentales es el mundo empresarial, que tiene requerimientos específicos y ajustados a sus fines: generar beneficios para sus empleados, para sus accionistas y para la sociedad.

No seré yo, como empresario y presidente de CEIM, quien diga con rotundidad que las universidades no entienden las necesidades de una cuenta de resultados y las obligaciones de un empresario para con sus empleados y sus accionistas. Cuando una empresa incorpora tecnología para ser más competitiva la busca allí donde cree que puede adquirirla de manera más eficiente, ya sea en el mercado o bien a través de la investigación y el desarrollo tecnológico (I+DT).

Es en este aspecto, el de la I+DT, en el que claramente hay una brecha todavía importante en nuestro país. Las universidades se quejan de las exigencias de definición de ideas, plazos y costes para la investigación por parte de las empresas. æpermil;stas, a su vez, se quejan del escaso interés mostrado por la universidad hacia las necesidades de las empresas, necesidades que son muy reales porque hay una cuenta de resultados al final del proceso.

Es en este proceso en el que los empresarios nos hemos hecho conscientes de que nos falta conocer más profundamente los objetivos y los medios de la universidad. Pero al tiempo, hemos aprendido algo: lo que no queremos que sea la universidad. No queremos que sea un centro de formación genérica; no queremos que sea un mundo cerrado a la demanda social; no queremos que tenga como objetivo el gasto sino la producción eficiente.

Queremos, por el contrario, poder colaborar en su desarrollo, aportar recursos para su actividad (que han de tener una aplicación definida), fomentar una visión más flexible y abierta del mundo, promover la colaboración, participar en su desarrollo en definitiva y todo ello porque parte de nuestro futuro está ligado a su éxito.

Como empresario, soy en cualquier caso optimista, porque los dos extremos del proceso con el que iniciaba estas reflexiones, son cada día más conscientes de que se necesitan. Y en el caso de la Comunidad de Madrid este avance es importante. CEIM participa ya desde hace más de un lustro de manera activa en el desarrollo de políticas más activas de colaboración, especialmente en el Sistema Regional de Innovación de Madrid.

Creo firmemente que esta participación genera una nueva percepción, una cultura de colaboración entre investigadores y empresarios. Ejemplos los hay: nuestra pertenencia al Patronato de la Fundación madri+d, nuestra presencia e impulso a los Institutos Madrileños de Estudios Avanzados (Imdea), nuestro apoyo con la colaboración de asociaciones afiliadas a CEIM a la comercialización de las tecnologías generadas en universidades y centros de investigación o la participación en el proceso de empresas de base tecnológica así lo muestran.

Por su parte, la Comunidad de Madrid ha realizado un importante esfuerzo por acercar los objetivos universitarios y empresariales a través de la financiación variable de determinadas actividades universitarias que tienen que ver con la colaboración con las empresas, lo que sin duda acerca el mundo académico y de la investigación al mundo empresarial, impulsando una relación no siempre bien comprendida por ambas partes y que es necesario facilitar y fomentar mediante la incorporación de incentivos, algo por otra parte común en la actividad empresarial.

Necesitamos que Madrid se transforme en un lugar para la ciencia y la tecnología, que ocupe un puesto preeminente en esta área a nivel europeo y sin duda tanto las universidades como la Administración de la Comunidad de Madrid contarán, como hasta ahora, con nuestra colaboración.

En el éxito de este empeño, como decía antes, va parte de nuestro futuro como empresarios y como región.

Arturo Fernández, Presidente de CEIM

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