El papel de la Administración en las biotecnológicas
Las Administraciones públicas españolas (Estado y comunidades autónomas) han definido con enorme claridad su vocación de promover la creación de empresas de base biotecnológica. El hecho de que se trate de un sector emergente en nuestro país no facilita, sin embargo, las cosas, ya que otras experiencias más tradicionales no son fácilmente superponibles. Por ese motivo, las buenas intenciones no acaban de consolidarse. El papel de las Administraciones públicas en la creación y en las fases iniciales de desarrollo de las empresas biotecnológicas debería ser más activo y, por qué no decirlo, también -especialmente- más creativo. No tiene mucho sentido que las instituciones públicas sean un partner más, en línea con el papel que juegan los clásicos fondos de capital riesgo. Utilizando criterios tradicionales de valoración, los gestores de estos recursos públicos constituidos en fondos normalmente mixtos -y los políticos que los promueven- piensan, no sin razón, que es positivo que haya más recursos disponibles para la generación de empresas tecnológicas. Eso es verdad, pero es preciso elaborarlo un poco más. Y lo que habría que decir es que estos recursos públicos no deberían manejarse exactamente con los mismos criterios que sus equivalentes privados.
La razón es clara: sus objetivos son ligera pero significativamente distintos y el plazo que manejan también lo es. Por su propia naturaleza, los fondos privados se orientan a operaciones de corto-medio plazo, incompatibles en general con las actividades de investigación y desarrollo. Su objetivo es muy sencillo: ganar dinero. Y está bien que así sea. Ese es un motor poderoso y sin duda presta una contribución esencial a la economía.
El objetivo de las Administraciones públicas creo que debe ser, más bien, generar tejido empresarial de alto valor añadido. En nuestro caso, intentar mejorar la competitividad del país creciendo sobre los conocimientos y las capacidades de los investigadores. Como objetivo subsidiario y estrechamente conectado, favorecer la aparición de una cultura empresarial en un sector donde no existe ninguna tradición en este sentido. Naturalmente, es obvio que éstos no son objetivos ni de corto ni de medio plazo, por lo que las inversiones han de apuntar a un horizonte temporal de mayor alcance.
Sin embargo, estas razones no significan en absoluto que las inversiones que canalicen las Administraciones públicas no deban estar sometidas a un riguroso proceso de valoración. Hay que interpretarlas más bien en el sentido de que el proceso debe manejarse con otros criterios distintos al que utilizan los inversores privados. El riesgo que se corre al dedicar recursos en fases precoces no debe medirse contra el beneficio estrictamente monetario esperado sino contra la existencia futura, como se ha dicho más arriba, de un sector empresarial activo en biotecnología y una nueva, en todos los sentidos, generación de emprendedores.
Paradójicamente, en este caso, incluso el fracaso es un valor. Dicho de otra manera, el fracaso es un determinante del éxito porque es vital en el proceso de aprendizaje y en este sector tecnológico, aquí y ahora, científicos y empresarios están dando los primeros pasos. No hay otro camino: como se admite sobradamente en lo que sin duda es un rasgo distintivo, por ejemplo, en Estados Unidos, con frecuencia un ciclo de fracasos se cierra con un éxito, producto directo de la experiencia.
Nadie espera que un inversor privado se preocupe por estas cuestiones, o al menos por desarrollar un papel pionero siguiendo esta visión. Sin embargo, también el sector privado se beneficiará a largo plazo de una cultura empresarial que se atreva con el reto tecnológico que suponen las primeras etapas de desarrollo. Pero del sector público sí cabe esperar una visión avanzada, menos cortoplacista, que asuma otro tipo de riesgos con la expectativa de un beneficio social, en sentido amplio, de mucho mayor alcance. Introducir fórmulas que tengan en cuenta esa visión es un reto para las Administraciones públicas. Si aciertan, es posible que demos un giro a una situación de dependencia que arrastramos tradicionalmente.
Enrique Castellón. Presidente de Cross Road Biotech