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Columna
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El pecado de la carne

España ha logrado un espectacular desarrollo de sus producciones de carne gracias al dinamismo de su sector empresarial, destaca el autor. Sin embargo, en su opinión, el futuro de la industria ganadera se verá comprometido por la estrategia de hostigamiento adoptada por la UE

Si Flores de Lemus pudiera verlo pensaría que se había cumplido el milagro y España logrado un espectacular desarrollo de sus producciones de carne. El milagro hay que atribuírselo al dinamismo de su sector empresarial, con una estructura organizativa integrada muy eficiente, en términos generales, contrarrestando los malos augurios con que se inició nuestra andadura en la CEE, hace ahora 20 años. Lo cierto es que de víctima propiciatoria, el sector de la carne se ha transformado en exportador neto (+1.077 millones de euros en 2006), habiendo doblado en ese periodo sus censos de porcino y de vacas para carne y aumentado sus producciones un 126% en porcino, un 81% en vacuno, el 71% en carne de aves y un modesto 16% en carne de ovino. Para completar la expansión ganadera sólo falta por ver de lo que es capaz de hacer el sector lechero, una vez se libere del duro yugo de la cuota láctea.

Dadas las características climatológicas y de medio físico de nuestro país este progreso debe ser atribuido principalmente a las producciones intensivas en cebaderos y granjas industrializadas. Incluso la expansión espectacular de las explotaciones de cría de vacuno ha sido inducida por la demanda de terneros para cebo industrial, ante lo limitado del sector lechero. El sector que ha evolucionado más lentamente ha sido el ovino, precisamente el único que no ha podido adaptarse a dichas estructuras empresariales.

Esta tendencia a la industrialización ganadera no es exclusiva de España. En EE UU las cuatro primeras empresas de porcino disponen de 2 millones de reproductoras, casi tanto como toda España, donde tenemos 2,6 millones. En la industria porcina americana, cuatro empresas disfrutan del 66% de la cuota de mercado.

Pero a partir de ahora no será fácil mantener este éxito de la ganadería española. A pesar de las buenas perspectivas de la demanda de carnes en las próximas décadas, esta actividad se enfrenta a un creciente hostigamiento en varios frentes. La demanda crecerá en España por la masiva llegada de inmigrantes con niveles de satisfacción alimentaria aún insuficientes. En todo el mundo, el consumo per cápita pasará de 26 kilogramos en 1997, a 37 en 2030, es decir un aumento del 42%.

Sin embargo, la UE ha adoptado una estrategia ganadera que compromete seriamente el futuro de este sector. De hecho se estima que en la UE descenderá de un 16% a un 11% la cuota de mercado mundial de carne en 2020. En ganadería extensiva, mayoritaria en países húmedos, el desacoplamiento total de las ayudas comunitarias está estimulando el abandono productivo. Por lo que respecta a los países mediterráneos, con sistemas productivos intensivos y elevado consumo de piensos, el fomento de la utilización de cereales y oleaginosas en las producciones de bioetanol y biodiésel, está provocando un preocupante encarecimiento de estas materias primas básicas en la fabricación de dichos piensos.

En el caso de España hay que añadir que cada día aumentan las críticas a los regadíos, en especial para la producción de maíz y de alfalfa, a pesar de la elevada dependencia de cereales y oleaginosas de importación. Y a todo ello hay que sumar las crecientes exigencias y controles de todo tipo a que se someten las explotaciones ganaderas. No dudo que una sociedad avanzada debe vigilar y ser exigente en el control de los productos alimenticios, aunque de igual modo debería procederse con los similares productos de importación. El consumo masivo que hacen los europeos de soja transgénica es un buen ejemplo de hasta qué punto son inútiles algunos de nuestros buenos propósitos.

Y lo último, el pecado de la carne contra el planeta. Porque también se culpabiliza a las vacas por sus flatulencias que contribuyen a la emisión de gases de efecto invernadero tanto como los propios automóviles, según afirman algunas investigaciones. Pero si las estimaciones de incremento de los consumos futuros de carne son correctas, aunque las producciones puedan deslocalizarse hacia América Latina y Oceanía, las emisiones a la atmósfera serán las mismas, procedan de vacas brasileñas o españolas.

Personalmente no deseo que vuelvan los tiempos en que la carne se comía en festivos. Son tiempos aún no tan lejanos para buena parte de la población. Fue precisamente la ganadería intensiva la que liberó a los españoles de dichas servidumbres del subdesarrollo. Y en la actualidad, esos sistemas industrializados son los que también se aplican en acuicultura, de forma que la población debe saber que un eventual desmantelamiento de dichas actividades productivas nos dejaría sin carne, pero también sin pescado.

Carlos Tió. Catedrático de Economía Agraria de la Universidad Politécnica de Madrid

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