El proyecto europeo en marcha
Este domingo hemos celebrado los 50 años del Tratado de Roma que marcó el inicio de lo que hoy es la Unión Europea. Ante tan señalada ocasión es justo reflexionar sobre lo que significó tal tratado para todos los europeos y hacia dónde se dirige ese enorme buque con 27 banderas.
Poco antes de la firma del Tratado de Roma, Europa era un continente devastado por la Segunda Guerra Mundial, con odios viscerales entre sus distintos Estados. Este tratado fue el trabajo de un grupo de intelectuales y políticos que tuvieron la fuerza de cambiar el rumbo de la historia. La idea era relativamente sencilla: mediante la creación de un mercado común los Estados dejaban atrás sus aspiraciones bélicas para dedicarse a comerciar, a crear riqueza. Digamos que el comercio dio lugar a la paz.
No obstante, detrás de ese marco mercantil subyacía un proyecto de más hondo calado: la integración política de los diferentes países. Esta integración o proceso de construcción europea se apoyó en dos elementos clave. Por un lado, se creo una estructura institucional gobernada por la Comisión Europea que sentó las bases de una Administración comunitaria. En segundo lugar, estas instituciones forjaron un ordenamiento jurídico en el que -a diferencia de cualquier otra organización internacional- sus normas -por ejemplo, una directiva o un reglamento comunitario- tenían mayor peso que cualquier ley nacional. Digamos que lograron crear un sistema legal que se impusiera a los diferentes países. Estos dos aspectos dieron pie a un entramado comunitario que no era un lugar de reunión de varios Estados, sino que el invento pasó a tener vida propia. A partir de ahí, la Comisión se marcó un logro que fue fraguando poco a poco: un mercado común donde las fronteras no sean obstáculo para comerciar, trabajar, estudiar o vivir.
El éxito de dicho proyecto se vio claramente en dos aspectos: un crecimiento económico que en parte era debido a la creación de un mercado más amplio, el mercado común, y el hecho de que otros países europeos decidieran sumarse a este proyecto. Pasamos por tanto de tirarnos bombas a querer estar unidos.
Esta unión que comenzó con sólo seis países se fue ampliando hasta los 27 que somos hoy. Este club selecto fue especialmente importante para las nuevas democracias, como entonces España o Portugal, hoy lo es para los países del Este y probablemente mañana lo sea para Turquía. Entrar supone un sello de legitimidad política y estabilidad económica. Recordemos que cuando España entró llevábamos sólo algunos años sin dictadura y muy pocos desde el último intento de golpe de Estado. Hubo entonces una emoción por salir del aislamiento y poder entrar en el club de las democracias consolidadas. Además, la entrada supuso el acceso a los fondos de cohesión, un ejemplo de solidaridad comunitaria que tuvo un efecto incuestionable en nuestro desarrollo económico.
A pesar de los importantes logros obtenidos, la Unión pasa actualmente por un periodo de reflexión sobre su futuro. Las principales economías europeas languidecen, Francia y Holanda rechazaron la nueva Constitución europea, una ciudadanía que se siente lejana al actual funcionamiento de la Unión, el proteccionismo anticomunitario del que diversos países hacen gala, y una Unión que gasta más en agricultura que en innovación y desarrollo.
Es necesario antes de volver a lanzar la Constitución europea reflexionar sobre por qué este proyecto tan importante es tan desconocido para los ciudadanos europeos. La mayoría de los europeos no es capaz de nombrar tres comisarios, para qué sirve el Parlamento Europeo o dónde está el Tribunal de Justicia. Es también necesario replantearse por qué gastamos tanto en agricultura y tan poco en innovación. Debemos aprovechar esta crisis para hacer una Unión más fuerte pero mientras tanto deberíamos mirar atrás y felicitarnos por todo lo que hemos hecho.
Álvaro Ramos / Elvira Aliende Asociados de Howrey LLP