La amenaza del gran apagón
Europa descubrió hace un año, cuando Moscú cerró el grifo del gas por un conflicto con Ucrania, los riesgos de su creciente dependencia energética. Desde entonces, se han redoblado las iniciativas políticas para promocionar la diversificación de suministradores, mejorar la eficiencia energética y potenciar la utilización de los recursos propios.
Pero hasta ahora habían pasado casi desapercibidos los riesgos intrínsecos a la estructura del mercado, derivados de una integración a medias, una liberalización parcial y una regulación basada en obsoletos planteamientos nacionales. El apagón europeo del 4 de noviembre ha servido, paradójicamente, para sacar a la luz las graves carencias del sistema continental de distribución energética y, en particular, el de electricidad.
El Grupo de Reguladores Europeos del Mercado de la Electricidad (Ergeg, en sus siglas en inglés) ha publicado un preocupante informe sobre el incidente que dejó sin corriente a 15 millones de clientes. Los reguladores, entre los que figuran la CNE española, confirman que EonNetz (filial de Eon) desencadenó el efecto dominó que dejó media Europa a oscuras. Pero advierten que la cooperación, la coordinación y el intercambio de información entre los operadores de la red podría haber evitado que el grave percance se extendiese tan rápidamente y durase más de dos horas.
Los reguladores recomiendan, con tino, una regulación europea vinculante de la actividad de los operadores de la red (en España, REE) y que éstos establezcan mecanismos de coordinación. Pero las propuestas corren el riesgo de estrellarse contra los reflejos proteccionistas de varios países de la UE, que siguen concibiendo el mercado energético y sus empresas como una parcela intocable de la soberanía nacional. No hace falta el gran apagón para demostrar que la red eléctrica ya no conoce fronteras, y que las negligencias de una compañía o los vacíos legales en algún país pueden tener oscuras consecuencias para todo el continente.