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Tribuna
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Merkel, de la reflexión a la acción

La presidencia alemana de la UE tiene como uno de sus principales objetivos para el semestre la reactivación del consenso constitucional. El autor analiza la iniciativa de la canciller Angela Merkel, así como las propuestas que, acabado ya el proceso de reflexión, empiezan a surgir.

Josep Borrell

Mucho, demasiado, se espera de la presidencia alemana de la UE. Por eso, la pasada semana en Estrasburgo, la canciller Angela Merkel se esforzó en rebajar las expectativas, al tiempo que reconocía que su prioridad será sacar a la UE de su impasse constitucional: 'La pausa de la reflexión se ha acabado, en junio tenemos que tener un acuerdo sobre qué hacer con el Tratado constitucional y aprobarlo antes de las elecciones europeas de 2009. Y si no lo conseguimos, habremos cometido un error histórico'.

El compromiso es claro pero el road map para alcanzarlo se extiende más allá de la presidencia alemana. Por ello, el mismo día que Merkel comparecía en Estrasburgo, se reunía con los primeros ministros portugués y esloveno, las sucesivas presidencias de la UE tras Alemania, para dar continuidad a su trabajo. Es una forma pragmática de aplicar la propuesta de una presidencia estable del Consejo.

Merkel habló en Estrasburgo justo después de la llegada de los nuevos eurodiputados rumanos y búlgaros. Aprovechó para dejar claro que sin reformas institucionales no será posible seguir ampliando la UE. Más que a los países candidatos, su mensaje iba dirigido a aquellos Estados miembros que apoyan las ampliaciones pero no las reformas necesarias para que la UE pueda superar con eficacia su mayor dimensión.

Los consensos en la UE son escasos. Prácticamente el único es el abandono del término Constitución

Acabada pues la reflexión, las primeras propuestas empiezan a emerger: el mini-traité de Nicolas Sarkozy, el core treaty de Massimo D'Alema, las dos fases de un traité de reforme del luxemburgués Schmidt o la reunión de los 18 países que ya han ratificado la Constitución que se celebra hoy en Madrid, a iniciativa de España y Luxemburgo.

Pero los consensos son escasos. Prácticamente el único es el abandono del término Constitución. Para Sarkozy la expresión mini, que en realidad no ha vuelto a utilizar desde su discurso de Bruselas, es una forma de evitar la ratificación por referéndum, pero la candidata socialista Ségolène Royal ya ha anunciado su propósito de convocar en 2009 un nuevo referéndum sobre el texto constitucional. Y, en vez de minimizarlo, Royal considera que debería ampliarse para incluir un capítulo de derechos laborales y servicios públicos.

El problema para Merkel es que no sabrá hasta casi el final de su presidencia con cuál de los dos tendrá que ponerse de acuerdo. Por eso sabe que no podrá acabar su trabajo, pero debe dejar muy encauzado el proceso. Para ello será necesario un nuevo compromiso que respete los aspectos fundamentales del Tratado constitucional, la substancia, como esta de moda decir ahora en Bruselas. Y que no sea farragoso, es decir, un texto sencillo y corto como ya había propuesto Valéry Giscard d'Estaing al inicio de los trabajos de la Convención, hace ya cuatro años ('un texto corto que se pueda leer en los colegios') pero la cosa acabó como acabó.

En mi opinión, el actual debate refleja tres líneas de divergencia. La primera es determinar qué es lo más importante del Tratado constitucional (la famosa substancia). Para algunos son las disposiciones relativas a los principios, los valores y, sobre todo, la reforma de las instituciones. Para otros, lo fundamental son las políticas de la Unión, el qué más que el porqué o el cómo. Otros ven el Tratado como el fruto de un delicado equilibrio que se vería alterado si se prescindiera de partes del mismo.

La segunda gran divergencia es la de recortar o añadir. Algunos estiman que lo mejor para alcanzar un pronto acuerdo sería eliminar lo más controvertido, mientras que otros sostienen que hay que completar el Tratado con disposiciones que aborden las carencias denunciadas (los criterios para la ampliación, la gobernanza económica, la dimensión social, etcétera).

La tercera divergencia es sobre el método y tiene dos partes, sobre la modificación del Tratado y sobre su ratificación. Para unos, no convocar una nueva Convención es políticamente impensable. Pero muchos Gobiernos prefieren una breve, si fuera posible, conferencia intergubernamental, de la que serían los únicos protagonistas. Merkel descartó por el momento la convocatoria de una nueva Convención porque hacerlo significaría reabrir completamente las discusiones. Más vale empezar preguntando, confidencialmente, a los nueve Estados que no han ratificado el Tratado en qué puntos tienen problemas concretos y actuar en función de la magnitud de las divergencias.

Sobre el proceso de ratificación también fue clara, descartando la posibilidad de un referéndum paneuropeo celebrado el mismo día en toda la Unión y advirtiendo que Alemania no podría participar en él.

Merkel situó el primer paso para propiciar un acuerdo sobre la Constitución en la Declaración de Berlín, que Alemania presentará el próximo 25 de marzo con ocasión del 50 aniversario del Tratado de Roma.

Aunque antes conoceremos los resultados de la reunión de Madrid, a la que seguramente seguirán otras a pesar de que la iniciativa hispano-luxemburguesa no haya gustado demasiado en aquellas capitales que esconden su silencio detrás del no francés y holandés.

Pero no todo es el texto constitucional. Merkel también planteó la defensa del modelo de Estado social frente a las condiciones que va imponiendo la globalización y la lucha contra el cambio climático como los otros dos capítulos fundamentales de su presidencia. Y en ellos también es muy necesario pasar de la reflexión a la acción.

José Borrell Fontelles. Eurodiputado y ex presidente del Parlamento Europeo

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