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Tribuna
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Modernidad líquida y gaseosa

Todo lo sólido se esfuma en el aire', si atendemos a la famosa expresión de Karl Marx acerca del capitalismo, escrita hace 160 años en el Manifiesto. Como de modo perspicaz apunta Richard Sennett, esa versión de la 'modernidad líquida' o, si se prefiere, 'gaseosa' provenía de un pasado idealizado y reflejaba la nostalgia del antiguo ritmo rural, que Marx nunca conoció de primera mano. Pero también Marx lamentaba que se hubieran esfumado otros pilares de la sociedad, como los gremios premodernos de artesanos y la vida estable de los burgueses en las ciudades. Otra cosa es que si se hubieran preservado esos cimientos habrían bloqueado su proyecto revolucionario.

Pero el verbo esfumar, con un perfume entre la prestidigitación y la literatura, es por completo inadecuado para describir procesos de la realidad física. Sabemos a partir de Lavoisier que la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Y debemos a Einstein la ecuación que establece la equivalencia de materia y energía E=mc2, donde E es la energía; m es la masa, y c es la velocidad de la luz en el vacío. La termodinámica nos instruye sobre cómo pasar del estado sólido al estado líquido y después al estado gaseoso, y define el calor de fusión y el calor de ebullición. De manera que la afirmación de Marx arriba transcrita es incompleta. Porque ningún sólido 'se esfuma' en el aire a menos que se den determinadas condiciones de presión y temperatura.

En un libro excepcional, La cultura del nuevo capitalismo, que acaba de aparecer en la editorial Anagrama, nuestro autor, Richard Sennett, se aplica a la descripción de esas condiciones ambientales, lo que en la escolástica marxista se denominarían 'condiciones objetivas' que nos impulsarían hacia la que Zygmunt Bauman ha bautizado como 'modernidad líquida' o, si se prefiere, una mayor aproximación terminológica al principio enunciado por Marx, hacia los vapores que se esfuman, es decir, hacia la 'modernidad gaseosa'.

Se reconoce que la vía china al crecimiento es por completo diferente de la de EE UU y más poderosa

El talento de Sennett ya brilló de manera espléndida con su libro La corrosión del carácter, pero ahora supera esa cima. Sale al paso de los investigadores norteamericanos que imaginaron la legítima intercambiabilidad de los términos norteamericano y moderno, convertidos en sinónimos.

Frente a esta fantasía, reconoce que la vía china al crecimiento es por completo diferente de la estadounidense y más poderosa, y para desconcierto de algunos 'modernistas', siempre dando la barrila con la superioridad del modelo norteamericano, alega que la economía de la Unión Europea es más vasta y en algunos aspectos más eficiente, sin transitar por caminos de imitación a Estados Unidos.

Revela también que bajo el estereotipo del norteamericano como competidor agresivo en el trabajo subyace, muy generalizada, otra mentalidad más pasiva que sólo acepta el cambio estructural con resignación. En todo caso, rehúsa aceptar el desmantelamiento de las grandes instituciones -un proceso del que no ha resultado más comunidad cívica- como si se tratara de un ineludible mandato divino. Por el contrario, alienta la esperanza de que estas propuestas de cambio, que se presentan como obligado tributo a esa invasiva 'modernidad líquida', sean sometidas, lo mismo que cualesquiera otras, a una crítica rigurosa.

Nuestro autor reconoce que la generación de nueva riqueza se ha producido al liberarse la energía de fisión procedente de desarticular las rígidas burocracias gubernamentales y empresariales. Pero no deja de señalar que el crecimiento se ha pagado en términos de mayor desigualdad económica e inestabilidad social. Y se pregunta qué valores y prácticas pueden mantener unida a la gente cuando se fragmentan las instituciones en las que vive.

Señala tres desafíos relativos al tiempo -una vez desaparecidos los marcos a largo plazo-, al talento -para el desarrollo de nuevas habilidades de corta duración- y a la renuncia al pasado -porque los servicios cumplidos no son garantía de perennidad en la institución-.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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