El riesgo de la complacencia
El Instituto Nacional de Estadística (INE) reveló ayer el comportamiento detallado del índice de precios de consumo en septiembre, además de confirmar que, en términos generales, el descenso de la inflación ha sido considerable, incluso más intenso de lo que inicialmente se había calculado. El índice general cayó al 2,9%, cota desconocida desde hace prácticamente treinta meses (abril de 2004). Y ello ha disparado la euforia, especialmente en el Gobierno, por entender que esta variable incontrolada desde hace años vuelve a la senda de la moderación.
Pero tal percepción puede resultar engañosa. No sólo porque el descenso se ha concentrado sólo en los elementos más volátiles del índice, como todos los derivados del petróleo, sino porque una vez descontada la prima del crudo y desnudado el índice se descubre que mantiene un diferencial de más de un punto con la zona euro, que la tasa subyacente es ya tan alta como el índice general por vez primera en muchos años y que los componentes del núcleo duro de los precios, fundamentalmente los servicios, están hoy más deteriorados que hace un año. Por tanto, como recuerdan varios agentes económicos, descontada la coyuntura, no hay margen para la complacencia en materia de precios. Las políticas de lucha contra la inflación, que aparecen sólo sobre el papel en los catálogos de la política económica, siguen siendo muy necesarias.
Desde luego, sería un magnífico acontecimiento que se consolidase el nivel de precios del petróleo por debajo de los 60 dólares, porque el temido traslado inflacionista al proceso productivo, hasta ahora absorbido con comodidad, estaría definitivamente descartado. Además, una moderación nominal de la inflación descargará también las baterías de las demandas salariales en la negociación colectiva. Pero las autoridades necesitan ahora, eliminada la efervescencia del crudo que incluso ha colocado la rúbrica de carburantes en tasa interanual negativa, observar cuán descontrolados están algunos componentes del índice.
Los bienes industriales, y especialmente los de consumo duradero, abiertos a una competencia brutal, tienen tasas interanuales del 1%, mejor incluso que hace un año por el alivio de las materias primeras de septiembre. Pero en el caso de los servicios, las noticias no son buenas. La tasa de variación general está en el 3,9%, dos décimas por encima de hace un año. Las comunicaciones, que han encadenado varios años de caídas en el último decenio, parecen haber moderado su recorrido competitivo en tarifas. Y el turismo y la hostelería continúan con tasas interanuales del 4,5%.
En definitiva, el trabajo no está hecho en materia de precios. El martes pasado, el gobernador del Banco de España recordaba que los diferenciales acumulados pueden poner en riesgo el repunte de las exportaciones y echar a perder el tirón de la demanda de Europa. España tiene el diferencial en 1,1 puntos, del que no ha bajado salvo en la primavera de 2004. De hecho, desde 2001 ha registrado año tras año diferenciales superiores a un punto, cuantías de difícil justificación pese al mayor crecimiento español. Los nichos donde el cruce de oferta y demanda se solventan con avances de precios están identificados. Es en ellos donde hay que eliminar las trabas a la libre competencia.