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Tribuna
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Presupuesto, cohesión social y productividad

La casualidad ha querido que hayan aparecido de forma simultánea el proyecto de Presupuestos Generales del Estado para el año 2007 y el Informe de Competitividad Global elaborado anualmente por el Foro Económico Mundial. De acuerdo con este estudio la economía española se encuentra en la posición 28, alejada de las economías más productivas, pero también por detrás de otras menos desarrolladas como Chile, Corea o Malaisia.

El pobre resultado de nuestra economía se debe, sobre todo, a unos resultados nefastos en los índices de innovación a nivel empresarial, y también malos a la hora de valorar la eficiencia de nuestros mercados e incluso la calidad de algunas instituciones. La escasa competitividad de nuestra economía es producto de la importante desaceleración experimentada por la productividad de nuestras empresas, lo cual está en la raíz de nuestro enorme déficit de la balanza por cuenta corriente y de nuestro diferencial de inflación en Europa.

Pudiera parecer que con esta segunda noticia los dioses de la economía, si queremos seguir creyendo en ellos, han lanzado una advertencia para no caer en la complacencia que se podría derivar de la simple contemplación de los Presupuestos.

El Gobierno parece haber jugado bien sus cartas, las empresas deben ahora sumarse al juego

Porque, en líneas generales, son unos Presupuestos buenos. La economía española tendrá por tercer ejercicio consecutivo un superávit de las cuentas públicas, lo cual ha permitido reducir su ratio de endeudamiento al mínimo europeo. Y se consigue un margen de maniobra para problemas que pueden aparecer a medio plazo: la inflexión del ciclo económico, el mantenimiento del nivel actual de las pensiones en un contexto de envejecimiento de la población y la gradual desaparición de los fondos procedentes de la Unión Europea, que han contribuido, en parte, a nuestro crecimiento económico sostenido durante la última década.

Pese a la reducción de la presión fiscal, el aumento de la recaudación del impuesto sobre sociedades y del IVA derivado del crecimiento económico ha permitido aumentar los gastos del Estado y mantener el saldo positivo del Presupuesto. Este aumento ha permitido mejorar partidas de un considerable impacto social, como el aumento de las pensiones más bajas, el aumento del gasto en protección por desempleo, los incentivos al empleo indefinido, las ayudas a la rehabilitación y el acceso a la vivienda, la apuesta por los pisos protegidos, etcétera.

Pero el punto donde las medidas presupuestarias son incluso más relevantes es en todo aquello que contribuya a mejorar la productividad industrial, pues todos los indicadores señalan que éste es el verdadero talón de Aquiles de nuestra economía. El gasto en investigación e innovación ha aumentado un 33%, con lo cual se duplican ya las cifras del año 2004. El gasto en educación ha aumentado un 26%, permitiendo un aumento de las becas, así como la financiación de las medidas previstas en el ámbito educativo. También aumenta, en este caso un 9,6%, el gasto en infraestructuras. Sobre todo en la red ferroviaria y de carreteras, pero también en las infraestructuras hidrológicas.

Son, sin duda, las infraestructuras uno de los factores clave para la evolución de la economía española. Pero más allá de las cifras, será necesario un cambio cualitativo en el diseño de estas infraestructuras. Es imprescindible una concepción que favorezca una mejor integración de nuestra economía al entorno europeo, así como la potenciación de las zonas productivas. Esto, sin duda, mejoraría los resultados de nuestro sector exterior. Resulta grotesco que un cuarto de siglo después de la implantación de los trenes de alta velocidad en Europa nuestra economía aún no se haya conectado a esa red.

Finalmente, se mantiene abierto el interrogante de si este estímulo procedente del sector público será suficiente para que las empresas españolas den el salto cualitativo necesario para recuperar un buen ritmo en la evolución de la productividad. El Gobierno parece haber jugado bien sus cartas, las empresas deben ahora sumarse al juego. Pero insisto en que se deben conseguir resultados. Y pronto. Debemos poder seguir el camino de Irlanda y acercarnos a las economías más potentes, de lo contrario corremos el peligro de quedar condenados a una permanente segunda división europea, expuestos a los embates de las economías emergentes.

Más allá del glamour de las grandes operaciones financieras y de las euforias bursátiles, será la evolución de la productividad de nuestra industria lo que determinará la evolución a medio plazo de nuestros indicadores macroeconómicos, y más importante, el mantenimiento y mejora del nivel de vida de los ciudadanos. æpermil;ste es, en definitiva, el indicador último del buen funcionamiento de una economía.

Josep M. Comajuncosa, profesor de Economía de Esade

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