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Tribuna
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La formación y la empresa

La cita anual con el comienzo del curso escolar ha vuelto a propiciar que en nuestra sociedad se reflexione -al menos una vez al año- sobre el estado de la educación en España. Es incuestionable que la formación representa un valor estratégico para las naciones, para las empresas y para las personas. Observar la realidad de nuestro tiempo revela que el mundo es liderado por aquellos países cuya población está más preparada -Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón, Francia, Alemania- antes que por los que presentan la situación opuesta -Guinea Ecuatorial, Haití, Etiopía-; que las grandes corporaciones empresariales dedican mayor intensidad a la formación de sus directivos y empleados que las pequeñas empresas, y que, con llamativas pero escasas excepciones, los individuos que destacan en las esferas social, política, empresarial e intelectual suelen ser los mejor formados.

Así las cosas y aún lejos de compartir el juicio de Cristina Almeida, para quien 'la educación actual hace a los hombres inútiles', lo cierto es que los parámetros que ofrece nuestra actividad formativa en cualquiera de sus niveles resultan preocupantes. En la educación escolar, el informe de la OCDE recientemente dado a conocer señala cómo España se encuentra lamentablemente a la cabeza del fracaso escolar, exclusivamente superado por Brasil, Turquía y México. Por el contrario, en el volumen de recursos empleados nos encontramos en el vagón de cola, dado que en España la inversión por alumno no alcanza el 80% de la media de los países de la OCDE.

Ante esta situación, las iniciativas públicas no pueden ser más desalentadoras, tanto las procedentes de las autoridades autonómicas -donde el cóctel de feroz descentralización y deriva nacionalista lleva a reformular la geografía y la historia, amén de fomentar el monolingüismo local-, como las que proceden de las autoridades estatales -centradas en cuestiones como la imposición de la excéntrica 'educación para la ciudadanía'-.

El déficit de preparación de los jóvenes constituye un pesado lastre para la empresa española

En un plano más general la situación no es mejor. Según datos de la Unión Europea, España ocupa el antepenúltimo lugar -23 sobre 25- entre los países de la Unión en orden al volumen de gasto público empleado en educación. En concreto, en nuestro país se destina el 4,2% del PIB, en tanto que la media europea es el 5,3%.

En el mundo de la empresa resulta especialmente acusado el citado carácter estratégico. En un hábitat caracterizado por la creciente importancia de los recursos humanos, el instrumento que sirve para la capacitación profesional, para la educación gerencial y para la integración corporativa cobra una especial importancia. En la misma dirección, en un entorno empresarial con crecientes dosis de incertidumbre, en el que los cambios suceden a los cambios, su velocidad es progresivamente más acelerada y el sentido de los mismos es cada vez más imprevisible, el instrumento que facilita y agiliza la adaptación de las organizaciones empresariales adquiere una relevancia creciente.

Pues bien, para la empresa española el déficit de formación de nuestros jóvenes constituye un pesado lastre. El presidente de la Cámara de Comercio de Cataluña, Miguel Valls, ha alertado de varias de las carencias que arrastran los jóvenes que se incorporan al mundo laboral. Entre otras, insuficiencia del inglés -idioma empresarial a nivel mundial-, deficiente formación técnica, desconocimiento del mundo empresarial o ausencia de valores de ética profesional -responsabilidad, esfuerzo, constancia-.

Lógicamente estas carencias obligan a las empresas españolas a un especial esfuerzo en la formación de sus empleados. Sin embargo, la respuesta no es exactamente la adecuada. Según datos del foro Indeco, las grandes empresas españolas destinan a formación alrededor del 3% de sus ingresos, porcentaje inferior a sus homónimas europeas. Y lo que es peor, las pequeñas y medianas empresas -que aglutinan la mayor parte de la población activa española- apenas destinan recursos a la formación de sus empleados.

En el campo concreto de las actividades innovadoras, la situación es especialmente preocupante. A título de ejemplo, el porcentaje de empresas españolas con más de 10 empleados con conexión a internet es el 87%, inferior a la media de la Unión Europea y entre ocho y diez puntos por debajo de los países más dinámicos. De nuevo según Indeco, en la innovación el gasto de nuestras empresas en la adquisición de conocimientos externos es cuatro veces superior al gasto en formación de sus recursos internos.

Indudablemente, la situación expuesta afecta negativamente a la productividad de nuestra economía y consecuentemente a la competitividad de nuestras empresas y productos. Y como la que sí compartimos es la reflexión de Jorge Luis Borges -'no sé si la educación puede salvarnos, pero no sé de nada mejor'-, consideramos importante y urgente invertir la situación actual. Para lograrlo se precisa una política decidida que mejore la formación empresarial de nuestros trabajadores y directivos, tanto con acciones públicas directas en la educación general y universitaria, como apoyando a la formación empresarial mediante una política valiente de subvenciones e incentivos fiscales para las empresas.

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