Un discurso nostálgico
Es comprensible que un gobernador del Banco de España que está a punto de concluir su mandato y pronuncia su último discurso de presentación del informe anual de la institución sienta el peso de la nostalgia. Y es que aquella no es sólo un sentimiento sino también la preocupación por el final de un periodo económico feliz. En efecto, no resulta aventurado pensar que la fase expansiva de la economía internacional, incluida la española, avista serias amenazas que ponen en peligro esa envidiable combinación de ritmos de crecimiento altos, tasas de inflación moderadas y márgenes amplios y suficientes para combinar políticas macroeconómicas expansivas, condiciones financieras acomodaticias y notables revalorizaciones de activos financieros e inmobiliarios. Como es habitual, el discurso se construye sobre tres grandes apartados: la economía mundial, con especial referencia al entorno europea; la economía española y los retos que plantea a la política económica, y por último, el examen del sistema financiero. Comencemos el examen de esas tres cuestiones por la economía mundial.
Las líneas iniciales de la introducción resumen los aspectos más favorables que han caracterizado la economía mundial en 2005; ahora se mencionan los riesgos que para el año en curso y los siguientes amenazan. El primero deriva de las fuertes alzas del petróleo y de otras materias primas, el segundo reside en la ampliación de los desequilibrios externos y más concretamente del déficit exterior norteamericano.
Según el ex gobernador Jaime Caruana, las consecuencias de ambos problemas son, en el primer caso, que el encarecimiento del petróleo y de otras materias primas, a falta de un empeño serio para reducir la dependencia respecto al mismo, provoquen que los bancos centrales de los países demandantes concedan una mayor atención en sus políticas en pro de estabilidad de precios; en cuanto a los desequilibrios globales, acaso fuercen incrementos de los tipos de interés y de las primas de riesgo exigidas, con la consiguiente amenaza para la continuidad del crecimiento mundial.
No resulta aventurado pensar que la fase expansiva de la economía internacional, incluida la española, avista serias amenazas
En el calificado como entorno europeo, el repunte de la actividad que se observa en los primeros meses de 2006 -después del modesto crecimiento del PIB durante 2005- corre el riesgo de encuadrarse en un escenario caracterizado por un alza de la inflación debida a las subidas del petróleo que quizá obligue al BCE a endurecer el tono de su política monetaria. En su vertiente real, la necesidad de eliminar el desfase entre el nivel efectivo de producción y su crecimiento potencial denuncia que las reformas estructurales introducidas en nuestras economías siguen sin alcanzar los objetivos de la llamada Estrategia de Lisboa, concretamente en el aumento de la productividad merced a la promoción de la innovación y la incorporación de nuevas tecnologías.
Mucho ha debido satisfacer a Jaime Caruana afirmar que el PIB per cápita español se situaba en 2005 por encima del 98% de la media de la UE, con los añadidos de notables mejoras en la tasa de paro, mayor oferta de trabajo e incrementos en la capacidad productiva de la economía. Pero semejante satisfacción no le impide temer los peligros anejos a las excesivas revalorizaciones de ciertos activos, los desequilibrios inherentes al patrón de crecimiento seguido, el sesgo en el comportamiento exterior, sin olvidar las diferenciales de inflación respecto a la zona euro -explicables tanto por los incrementos de márgenes en actividades resguardadas de la competencia exterior como resultado de ganancias de productividad muy reducidas-.
Es seguro que el ex gobernador lamente haber sido testigo de excepción de ocasiones perdidas para apoyar el 'potencial de crecimiento', ya sean éstas la mejora de la estructura de la negociación colectiva, una reforma ambiciosa del mercado laboral, mayor atención a la formación de la mano de obra y, especialmente, una política fiscal rigurosa que asegure un papel más activo en la reducción de la presión de la demanda interna, domeñe incumplimientos de los objetivos de estabilidad presupuestaria por las comunidades autónomas, y asegure fondos suficientes para mejorar la sanidad pública y la financiación de ofertas realizadas a la ligera, como la cobertura de situaciones de dependencia.
El último apartado se refiere al sistema financiero, campo en el cual, por ser directas sus responsabilidades, suele la institución pronunciarse con extrema discreción. Puede, pues, decirse que la satisfacción por la presente solidez de nuestras entidades de depósito no hace olvidar al banco ni la leve reducción en su ratio de solvencia ni acalla las exhortaciones a sus gestores para que valoren cuidadosamente los riesgos adicionales derivados tanto de las exigencias de sus clientelas como del probable 'cambio de tono de la política monetaria'.
Esta rápida glosa no debería tomarse como pretexto para eludir la lectura del informe ni para pasar por alto el volumen de las cuentas financieras, cuya continuidad y mejora es un compromiso que el banco no debe eludir.