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Tribuna
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Los nuevos oráculos

Un estudio académico recientemente citado por Financial Times ponía de manifiesto hace unos años la capacidad de influencia en los mercados de algunos creadores de opinión. En concreto, analizaba el impacto bursátil de María Bartiromo, la periodista del ramo más famosa de la televisión norteamericana. Los académicos concluían que una compañía alabada por Bartiromo podía esperar ver el precio de sus acciones subir una media de 60 puntos básicos transcurrido un minuto tras los elogios. Por su parte, una mala crítica provocaba caídas medias en la cotización de 125 puntos básicos en los 15 minutos posteriores a la misma.

El efecto Bartiromo se puso de manifiesto en todo su esplendor hace tan sólo unas semanas. Cuando su programa estaba a punto de concluir, la periodista mencionó una conversación mantenida con el actual presidente de la Reserva federal (Fed). Ben Bernanke, al parecer, le comentó que los mercados habían malinterpretado los últimos movimientos de la institución. La Bolsa neoyorquina sufrió una pequeña convulsión. El cuarto poder en acción.

Pero Bartiromo no está sola en su papel de oráculo moderno. Business Week vendría a ser a la prensa escrita lo que Bartiromo es a la televisión. O incluso algo más. Bastan, dicen, unas palabras elogiosas de la sección Inside Wall Street de Business Week para poner en órbita una cotización. O para hacerle pasar un mal rato, si la compañía es juzgada con severidad. Esto se conoce de antiguo, y por eso Business Week es leída con atención. Y por eso los responsables de la publicación han establecido estrictas medidas para que todo el mundo reciba la información en el mismo momento. Aun así, hay quien se empeña en tratar de acceder antes que nadie a la información de la revista. Aunque sea ilegalmente. No cabe extrañarse; a quienes conozcan con alguna antelación las recomendaciones de Inside Wall Street les esperan pingües beneficios. Pocos lo consiguen; éste es uno de los trucos más viejos que se conocen en Wall Street.

Visto lo visto, quizá se puedan extraer algunas enseñanzas de la rapidez con que actúan los reguladores en EE UU

La dificultad, por lo tanto, está en conseguir un ejemplar de Business Week antes que el resto del público. Para conseguirlo hay que saltarse la ley pero la zanahoria es tan golosa que los intentos se repiten periódicamente desde, al menos, la década de los ochenta. Y no sólo con este semanario; también se han dado condenas por operar en los mercados con información recogida en copias robadas de, por ejemplo, el diario The Wall Street Journal. En internet puede leerse, por ejemplo, la opinión de la Securities and Exchange Commission (SEC) norteamericana tras la sanción impuesta en 1996 por la Bolsa de Nueva York a Ralph Joseph Presutti. Presutti jugaba en Bolsa con copias de Business Week obtenidas de contrabando antes de que llegaran a los quioscos. Para obtenerlas se limitaba a sobornar a los empleados de la imprenta. Durante algún tiempo, Presutti disfrutó de notable éxito con sus inversiones. Pero le acabaron pescando. Uno de tantos. El año pasado, un antiguo cartero se vio obligado a pagar más de medio millón de dólares en multas tras ganar dinero en Bolsa utilizando el sistema Presutti.

El último caso llegaba hace tan sólo unas semanas. Tres ex empleados de bancos de inversión eran acusados de conspiración y de operar con información privilegiada. La cosa se destapó, contaba The Sunday Times, cuando una señora de la limpieza croata comenzó a dar muestras de una portentosa perspicacia bursátil, lo que acabó por despertar sospechas en el regulador estadounidense. Las autoridades comenzaron a atar cabos cuando supieron que el sobrino de la señora trabajaba en un banco de inversión. Resultó que éste y un par de amigos, que trabajaban en fusiones y adquisiciones, utilizaban a la señora de la limpieza como tapadera para poder operar con los valores de las compañías en cuyas operaciones participaban.

Cuando fueron descubiertos, los tipos estaban trabajando en un plan para utilizar a señoritas de compañía para obtener información de sus compañeros de profesión. Y, como no podía ser menos, también habían puesto en marcha un plan para obtener antes de tiempo copias de Business Week. Habían conseguido convencer a varios amigos para que solicitaran, y obtuvieran, empleos en la planta donde se imprime la revista. En su conjunto, los tipos consiguieron llevarse a los bolsillos más de seis millones de dólares. No está mal.

El caso expuesto anteriormente revela varias cosas. De un lado, y oportunamente, nos permite confirmar que en todas partes cuecen habas. Aunque, al parecer, sólo en Estados Unidos éstas tienen un sabor cinematográfico. De otro, nos muestra también la perspicacia y la rapidez de los reguladores norteamericanos para, en este caso, detectar la chamusquina. Quizá de este último extremo, y visto lo visto, podríamos extraer algunas enseñanzas.

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