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Tribuna
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Nuevos jugadores llegan al sector

A mediados de los setenta se crearon en España las primeras sociedades de Capital Riego y de Desarrollo Industrial, pero fue en los ochenta cuando, además de completarse la cobertura nacional con más sociedades de desarrollo industrial y de capital riesgo con iniciativa pública, se establecen otras sociedades privadas promovidas por entidades financieras, así como las primeras gestoras de capital riesgo.

Algunas iniciativas de esa época en entidades de primer nivel internacional no acabaron de adaptarse al mercado español y esto provocó su retirada. Como norma general, la capacidad financiera entonces de las entidades era reducida y, por tanto, las inversiones por operaciones muy pequeñas y de carácter minoritario. Fue un periodo en el que sólo sobrevivió cierto número de sociedades y que aportó una primera e importante base de experiencia.

A pesar de la escasa competencia directa, las sociedades tuvieron dificultad con los bancos industriales y los grandes grupos en las operaciones atractivas. La filosofía minoritaria y poco intervencionista llevó a situaciones de marginalidad y cautividad que impidieron una rentabilidad provechosa en muchas operaciones. La configuración jurídica, en su mayoría, de sociedades de capital riesgo hizo difícil la liquidez para sus accionistas.

Los propios proyectos empresariales de la época, con empresarios menos preparados y más orientados al mercado nacional, presentaban menor desarrollo. El carácter público o social de algunas iniciativas le conferían una atmósfera de promoción industrial y subordinación al empresario. Las iniciativas orientadas hacia la innovación no tuvieron éxito por la dificultad de aprovechar la escala internacional. Con tal panorama, la aportación de recursos al capital riesgo era muy pequeña y la evolución del sector muy lenta.

En los noventa se acometieron iniciativas más ambiciosas en tamaño, con estructuras jurídicas (gestora y fondos cerrados) que hacían más líquidas las participaciones de los inversores. Las intervenciones de las entidades de capital riesgo en las participadas se volvieron más importantes y activas y se establecieron mecanismos para evitar la cautividad. Con el éxito de este enfoque, se mejoró notablemente la rentabilidad y fue creciendo el número de entidades. Ello originó a finales de los noventa y principios de la década actual un impulso significativo del capital riesgo.

También en esta época se produce el boom tecnológico que generó nuevos operadores y atrajo nuevos inversores. Pero la caída de este sector se llevó varias de las nuevas entidades y creó enorme desconfianza de los inversores hacia este segmento. Los inversores en esta etapa fueron mayoritariamente fondos de pensiones, compañías de seguros y entidades financieras internacionales. Se redujo la participación del sector público y se mantuvo una participación activa de las cajas de ahorros. Posteriormente se incorporaron como inversores significativos fondos de pensiones y algunas de las fortunas privadas más significativas del país.

En los últimos años, y particularmente en 2005, ha destacado el desarrollo de las grandes operaciones de capital riesgo (por encima de 200 millones de euros) que tienen por protagonistas a los grandes operadores internacionales, con fondos de gran tamaño y apalancamientos financieros muy elevados. Estas operaciones, algunas espectaculares, que han permitido sacar de Bolsa varias compañías, han tenido una impacto mediático extraordinario, lo que ha contribuido a mayor difusión del capital riesgo en España

A pesar de su carácter más modesto, para España y su capacidad competitiva es realmente importante el desarrollo de los segmentos medianos y pequeños. Ahí se ubica la gran mayoría de las oportunidades y el capital riesgo puede tener un efecto relevante en el desarrollo empresarial. En el segmento pequeño -menos de tres millones de euros- está la mayoría del capital riesgo local o regional, así como las operaciones sobre etapas iniciales y tecnológicas.

Este segmento necesita un decidido apoyo de recursos públicos, ya que constituye la base del sistema y permite extender la actividad al mayor número de empresas e iniciativas. El mercado medio, donde se ubican el capital desarrollo y los pequeños buy-outs, se centra en operaciones numerosas, con tamaños para considerarse actividad plenamente comercial y muy atractivas rentabilidades. Tanto este segmento como el anterior están desarrollados por entidades nacionales.

El sector ha alcanzado en España cierto nivel de madurez y está en plena expansión. Hay importantes experiencias y equipos de profesionales muy solventes. A nivel empresarial, la apertura, ambición, capacidad, preparación y transparencia de los empresarios es notablemente superior a la de la primera etapa. Ello permite apoyar iniciativas con proyectos de rango internacional y gran recorrido. Además, las modificaciones legales que se han producido nos permiten contar con uno de los sistemas fiscales y legales más atractivos de Europa.

En cuanto a las fuentes de financiación, hasta ahora con gran predominio internacional, se están incorporando nuevos jugadores como fondos de pensiones españoles y grandes fortunas privadas. Es de esperar que un cambio del reglamento de las compañías de seguros pueda permitirles entrar en el sector de manera decidida y ocupar la posición significativa que tienen sus colegas en Europa. También puede ser significativa la aportación futura de recursos de las fortunas medianas al sector de capital riesgo. Quizás en este segmento las gestoras de patrimonios y los bancos privados puedan canalizar los recursos hacia los operadores del sector que les ofrezcan mayor confianza y solidez. La nueva Ley de Capital Riesgo con sus nuevas fórmulas de 'sociedades y fondos de fondos', amplía el abanico de posibilidades.

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