Tiempo de austeridad en la UE
La conclusión de la Cumbre de la Unión Europea (UE) y la aprobación de sus finanzas para los próximos años ha puesto de manifiesto que la preocupación principal es la de mejorar la gestión de los fondos públicos, abandonando las políticas de despilfarro, no exento de megalomanía, que habían caracterizado los Presupuestos europeos. Y, aunque a algunos les cueste reconocerlo, ha sido la presidencia británica, liderada por Tony Blair, la que ha llevado a término un giro indispensable en éste aspecto de la política comunitaria, que puede finalmente ayudar a un cambio positivo de la economía española.
Desde que el núcleo duro de la Unión Europea, Francia y Alemania, entró en una crisis de estancamiento de sus economías, que ha devenido en crisis política -parcialmente resuelta en Alemania con la llegada de una nueva canciller, Angela Merkel, y pendiente de resolución en Francia en las próximas elecciones presidenciales- era un secreto a voces que las políticas presupuestarias de la UE no podrían continuar con los esquemas anteriores: las subvenciones cada vez más costosas de la agricultura y la carestía creciente del sostenimiento de las instituciones europeas.
La convergencia de la crisis económica y la ampliación desmesurada de la UE, movieron al primer ministro británico a plantear una reestructuración profunda de los Presupuestos no sólo cuantitativamente sino cualitativamente, exigiendo el análisis pormenorizado de las subvenciones y de los costes de la propia Unión en su conjunto. Se trataba, en su opinión, de insuflar un nuevo espíritu dominado por el rigor financiero y la visión anglosajona de la búsqueda de la eficacia, tan poco apreciados ambos por la tecnoestructura de Bruselas.
Cuando el Reino Unido asumió la presidencia de la UE en el segundo semestre de éste año ya se había constatado el fracaso de la llamada Constitución europea y era evidente la parálisis de la Comisión y el resto de la maquinaria comunitaria. Para un dirigente como Blair, el único políticamente fuerte de los grandes países de la UE, la ocasión era muy propicia, y supo aprovecharla. Desde el primer momento puso sobre el tapete una reestructuración que, sin ser drástica, ha prevalecido. Porque lo importante, aparte de las cifras, son los principios que las inspiran: austeridad y rigor.
Pero no ha sido sólo Blair quien ha capitaneado el cambio. Para ello ha contado con la ayuda inestimable de la canciller de Alemania que, como no podía ser menos, ha transmitido la inquietud y la desazón de sus compatriotas sobre la evolución de las finanzas europeas. Los alemanes no ven con buenos ojos que mientras ellos ahorran y se moderan haya otros que parezcan vivir en el mejor de los mundos, sin valorar de dónde provienen los grandes esfuerzos fiscales de la UE.
Los Presupuestos ahora aprobados permitirán financiar la ampliación de una manera digna, enviando de paso un mensaje a los Estados receptores netos de fondos para que ajusten progresivamente sus economías a un tiempo presidido por el ahorro y la previsión, viejos términos que parecen haber caído en desuso, sobre todo en algunos países como España, que viene comportándose últimamente como un nuevo rico... sin serlo. Nuestro déficit comercial y el crecimiento desmesurado del endeudamiento de los españoles son buena prueba de ello.
Las grandes inercias son muy poderosas y es posible que no se produzca un cambio significativo a corto plazo, me refiero a España, dada además la situación política que vivimos. Pero las cartas están echadas y los mensajes que vienen y continuarán viniendo de Europa obligarán a poner cierto orden en el patio de recreo en que se ha convertido nuestra economía.