Cuando la agresividad es la norma
La agresividad es un valor en alza. Hombres asesinados por un simple ajuste de cuentas, mujeres maltratadas, o maltratadoras, niños al borde del abismo, incapaces de frenar una agresión colegial... æpermil;ste es un hecho que ya nadie refuta: vivimos en una sociedad en la que la violencia se ha institucionalizado como categoría válida de convivencia. La pregunta es ¿por qué?
æpermil;ste es un tipo de conducta que responde a causas diversas -biológicas, medioambientales y psicológicas-; siempre ha sido así. Pero en los últimos tiempos la interacción de factores como las carencias educativas, el progreso económico y el deterioro medioambiental han convertido la mezcla en un cóctel explosivo, hasta el punto que la OMS ha calificado la violencia como un grave problema mundial de salud pública y muchos expertos la consideran ya una desviación patológica.
El punto de vista medioambiental es uno de los más novedosos en el análisis de las causas de la violencia. Los ambientalistas afirman que la contaminación atmosférica, el humo del tabaco y la contaminación acústica incrementan de forma significativa la irritabilidad y las respuestas agresivas de las personas. Además, han comprobado que la temperatura modula la agresión de forma curvilínea: el frío, o el calor moderado, aumentan la violencia, mientras que las temperaturas extremadamente cálidas inhiben este tipo de conductas. La masificación también incrementa la propensión hacia la agresividad.
'A más progreso, más violencia', asegura el psiquiatra David Huertas, coautor (junto a Juan José López-Ibor y Marisa Crespo) del libro Neurobiología de la agresividad humana, un recorrido por el lado oscuro del hombre desde una perspectiva multidisciplinar (evolutiva, sociológica , psicodinámica y neurobiológica). Huertas, haciéndose eco de diversas investigaciones paleontológicas, afirma que el hombre ya no necesita el ataque para sobrevivir, como en la prehistoria, pero sí para prevalecer, ideológica, política y empresarialmente. Esto explicaría la capacidad del homo sapiens para perdurar a lo largo de los siglos.
'La violencia se ha convertido en un hecho cotidiano. La encontramos en la vida familiar, en la escuela, en los centros urbanos, en el trabajo, en el tráfico... y esto se debe al fracaso del control cerebral sobre la agresividad', señala Huertas. 'Los humanos somos agresivos por naturaleza, lo que representa un problema es la transformación de ese instinto en un comportamiento innecesario o patológico. Y es ahí donde la sociedad está fracasando', afirman los estudiosos. El caso extremo sería, a juicio de David Huertas, la agresión instrumental, un hombre que aprieta un botón y destruye sin piedad (y sin sentimiento de culpa) todo lo que hay a su alrededor, cumplidor de una orden.
A juicio de estos autores, la violencia puede (y debe) ser tratada. Proponen el uso de técnicas psicológicas, de manipulación ambiental y farmacológicas, sobre todo estas últimas, aunque reconocen que existen muchas reticencias en la sociedad para utilizar este tipo de medicamentos.
El peso de las hormonas
Los autores de Neurobiología de la agresividad humana confirman que las hormonas sexuales intervienen significativamente en la regulación de la violencia humana. De hecho, está comprobado que los andrógenos estimulan comportamientos de dominación social y obtención de poder. 'Esto no significa que haya una diferencia de género en la agresividad. Los datos disponibles demuestran que la tasa de agresividad potencial de las mujeres es equivalente a la de los hombres, sólo cambia la forma de expresión', afirma el doctor David Huertas. Pero los varones suelen utilizar la violencia extrema, y las mujeres, formas indirectas de agresión. En todos los casos, hay dosis altas de testosterona o carencia de serotonina.Por el contrario, estos psiquiatras señalan que la creencia generalizada de que toda forma de agresión grave se deriva necesariamente de un trastorno psiquiátrico, y que la mayoría de los enfermos mentales son potencialmente violentos, es incorrecta. Eliminados los sesgos sociodemográficos, la prevalencia delictiva entre unos sujetos y otros es similar.