Declaraciones, ayuda y crecimiento en África
Recientemente, los medios de comunicación nos mostraban las dramáticas imágenes del asalto a las alambradas que delimitan la frontera terrestre de España con Marruecos.
Las declaraciones de un ministro español en plena crisis diplomática y humanitaria sorprenden por su frivolidad. Vino a decir que, una vez estuviese en marcha la Iniciativa contra el hambre y la pobreza impulsada por nuestro presidente, el problema desaparecería. Conocido el autor, la frase no debería sorprendernos. Lo que sí resulta un tanto preocupante es la filosofía económica que, demagogia aparte, subyace a esa desafortunada e inoportuna declaración. Esa filosofía económica no es sino la del optimismo ilimitado y, en una de sus versiones más comunes, viene a decir: basta con proponérselo para acabar con la pobreza. En su peor formulación, bastante extendida, viene acompañada de un sentido de culpa típicamente occidental: nuestro nivel de riqueza está causal y directamente relacionado con la pobreza de otros. Lamentablemente, ninguna de esas dos afirmaciones es cierta. Digo lamentablemente porque, si lo fueran, el problema de la pobreza extrema en África tendría soluciones fáciles.
La diferencia de producto per cápita entre España y Malí, de donde proceden muchos de los inmigrantes que intentan cruzar nuestras fronteras, pero también respecto a Níger o Burkina Faso, es de unas 22 veces: 22,50 dólares (paridad de poder adquisitivo, PPA) frente a 1.000. Suponiendo que la economía española creciese al mismo ritmo que su población, esto es, sin crecimiento por habitante, durante los próximos cien años, la de Malí debería hacerlo a casi el 3,2% anual per cápita para alcanzar nuestro nivel actual de producto.
En Europa occidental, pasar de unos 1.200 dólares internacionales de 1990 a 11.500 exigió los 150 años que median entre 1820 y 1973. Ciertamente, como demuestran algunas experiencias recientes, ahora se puede crecer mucho más rápido. Pero sigue sin resultar fácil. Entre 1990 y 2003, Malí ha crecido al 2,4%, lejos de China (8,5%) y de India (4%), pero todo un éxito en su región, pues la media del África subsahariana es 0,1%. Pese a ello, Malí no deja de expulsar emigrantes.
¿Cuántos recursos debería movilizar la Iniciativa para tener un efecto sustancial sobre la tasa de crecimiento y sobre el flujo migratorio de Malí? Los casi 13 millones de habitantes de Malí en 2003 se habrán convertido en 18,1 millones en 2015. El índice de Gini que mide la concentración en la distribución de la renta arroja un valor del 50%, que es más bien alto, no sólo en comparación con España (32,5%), sino también con respecto a África. Si extendemos las consideraciones a otros países africanos de los que también nos llegan inmigrantes (Burkina Faso, 12,4 millones de habitantes y 1.200 dólares de PIB per cápita; Níger, 13,1 millones y 831 dólares, etcétera) la magnitud del problema adquiere su auténtica dimensión.
¿Con cuántos recursos cuenta realmente la citada Iniciativa? En ella, sorprendentemente, no se hace ninguna precisión acerca de los fondos comprometidos por los Gobiernos que la subscriben ¿Estamos ante algo realmente distinto a una campaña de imagen o un brindis al sol? Es más, movilizados recursos en cantidad suficiente, ¿hay garantías de que sean utilizados en la forma adecuada? Aquí es donde chocamos con la corrección política y la mala conciencia occidental, que no son precisamente las mejores actitudes para contribuir a la solución de un problema tan grave como complejo.
La historia africana reciente está plagada de ejemplos que confirman que los fondos disponibles -muchas veces escasos, pero otras no tanto- se usan mal por parte de unos grupos dirigentes que no merecen calificativos demasiado piadosos y tampoco son simples títeres de Occidente. Además no debería dejar de decirse que algunos países africanos tienen serios obstáculos geográficos para el desarrollo económico que los hacen difícilmente viables.
Afortunadamente, también nos llegan buenas noticias de África. Mozambique, con un 4,6% de crecimiento per cápita entre 1990 y 2003, y Mauricio (4%) figuran en posiciones de cabeza del ranking mundial de crecimiento. En ambos casos, los Gobiernos desempeñan un destacado papel como garantes del respeto a unas reglas del juego individual y socialmente beneficiosas. No son, por suerte, los únicos.
Lo mejor que Europa podría hacer es, sin renunciar a la ayuda de emergencia y cooperar en la construcción de infraestructuras básicas, utilizar su influencia para que África cree el marco político e institucional que le permita crecer económicamente por sí misma. Y esto está reñido con las simplezas -defensa más habitual del multiculturalismo incluida- que a veces se escuchan en boca personajes influyentes. Además, señor ministro, tenga usted en cuenta que, incluso si las cosas van bien para los países africanos más pobres, es posible que un cierto número de sus habitantes quieran seguir emigrando.