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Tribuna
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El comercio mundial, en la encrucijada

El comercio internacional tiene en la próxima reunión de la OMC en Hong Kong una importante ocasión de avanzar en la liberalización. El autor apela a la generosidad de los grandes bloques económicos para que la ronda negociadora que se abre no acabe con un rotundo fracaso

Desde que en 1817 David Ricardo formuló la teoría de los costes comparativos nadie se atreve a discutir las ventajas del comercio internacional -aun cuando tampoco se ha cejado en inventar trabas al mismo- como poderoso medio para crear riqueza y, consiguientemente, ayudar al desarrollo de las naciones más desfavorecidas reduciendo también las lacras anejas a la inmigración masiva de poblaciones y, sobre todo, a la inhumana explotación que conlleva la de carácter ilegal. Para promover el comercio libre existe una organización -la del Comercio Mundial (OMC)- que busca promover la eliminación de barreras artificiales al mismo y arbitrar las disputas entre sus miembros -por ejemplo, la de EE UU y la UE a propósito de las subvenciones, más o menos encubiertas, a la fabricación de grandes aviones comerciales-.

Pues bien, el 13 del próximo mes de diciembre se abre en Hong Kong la denominada Ronda Doha, que pretende continuar el difícil camino iniciado en Seattle y Cancún y lograr acuerdos relativos a tres grandes cuestiones: liberalizar el comercio de productos agrícolas -en el cual están interesados principalmente los países en desarrollo agrupados en el llamado G-20, así como los más pobres-; reducir los aranceles, que especialmente el G-20 impone a los productos industriales exportados por los países más ricos -EE UU, la UE y Japón, que en estas cuestiones va por libre-, y, finalmente, obtener acuerdos eficaces y amplios relativos a la liberalización de los servicios. Por desgracia, en ninguno de esos tres capítulos las perspectivas son esperanzadoras. Empecemos por los productos agrícolas.

Las propues-tas de EE UU encierran trampas proteccionis-tas, como la extensión a fechas leja-nas del cese de las sub-venciones

EE UU puso la pelota en juego en un capítulo que suele atraer la atención a pesar de su menor importancia relativa si se juzga por un par de cifras: la agricultura aporta algo así como el 3% del producto bruto mundial y supone menos del 10% del comercio internacional, si bien una liberalización de aranceles y subvenciones por parte de EE UU y la UE generaría beneficios internacionales del orden de 70 millardos de dólares, en su mayor parte a favor de los países en desarrollo y más pobres. Como decía, EE UU presentó el pasado mes de octubre una propuesta aparentemente audaz: reducir en un 90% los aranceles más altos y en un 60% las subvenciones más perjudiciales para el libre comercio -por supuesto, había excepciones como la del algodón, en el cual las subvenciones desaparecerían en 2023-.

La UE, que como es habitual en este tipo de negociaciones se presenta con fisuras internas, ofreció recortar en un 60% los aranceles más altos para los países del G-20 y del 40% para los más pobres, imponer un límite del 100% en cualquier arancel, eso sí resguardando ciertos productos sensibles -mantequilla, frutas, azúcar, hortalizas- de las rebajas arancelarias. A los países punteros del G-20 esas propuestas les parecieron insuficientes. Por su parte, Japón -un país decididamente proteccionista en materias agrícolas- deja que sea la UE quien desempeñe el papel proteccionista en materias agrícolas mientras que algunos países pobres -que disfrutan de un acceso preferencial a los mercados europeos para productos como el plátano- prefieren callar y observar.

Claro es que todos los participantes son proteccionistas cuando a sus intereses conviene. Tal es el caso de algunos miembros del G-20 -Brasil, India, China, Argentina- al tratar de los aranceles de los productos industriales, cuyas rebajas consideran desproporcionadas en relación con las ofrecidas por los países ricos en el capítulo agrícola y que defienden que cada país tenga la posibilidad de establecer sus propios aranceles medios en lugar de obligarse a rebajas acordadas multilateralmente. Aquí EE UU, la UE y Japón hacen frente común.

Está claro que las posiciones se encuentran en estos momentos muy alejadas. En buena lógica Europa debe ser más generosa en los capítulos agrícolas y el G-20 en los industriales y servicios, pues en caso contrario la reunión de Hong Kong será un sonoro fracaso. Pero el éxito necesitará también de los esfuerzos americanos, en concreto en el frente agrícola: el dar el primer paso ha asegurado a sus representantes la ventaja de aparecer como decididos defensores de la liberalización en el comercio de aquellos productos, pero sus propuestas encierran también trampas proteccionistas muy claras, como son la extensión a fechas bastantes lejanas del cese de subvenciones. O sea, que en el camino hacia Hong Kong todo el mundo se guarda bazas en sus maletas.

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