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Tribuna
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El modelo social europeo, al día

La Cumbre Europea informal que hoy se celebra en Hampton Court (Reino Unido) debatirá sobre la viabilidad del modelo social de la UE. La autora considera imprescindible un fuerte liderazgo político ante la necesidad de modernizar los sistemas de protección social

Resulta extraño que los más firmes defensores del modelo social europeo a menudo se explayen más sobre supuestas soluciones alternativas que sobre el propio modelo. El debate se centra frecuentemente en los empleos precarios y la deslocalización. Es como afirmar que, aunque tengamos un crecimiento lento y una tasa de desempleo de dos dígitos, al menos somos civilizados, o que aquellos que propugnan elevadas normas de protección social las considerasen como una fuente de desventaja competitiva.

Para algunos oponentes al modelo social europeo -sea cual sea- está claro que el papel destacado del Estado en la economía, una extensa negociación colectiva y elevadas normas de protección social son desventajas. Sin embargo, aunque son propias de algunos de los países europeos menos dinámicos en los últimos años, estas características corresponden también a algunas de las economías más competitivas a escala europea y mundial.

Debemos partir de una visión positiva del papel del Gobierno, el empresariado y los sindicatos en la economía. No hay motivos para ser cautelosos al propugnar valores como la no discriminación, la solidaridad y la cooperación social y podemos seguir rechazando firmemente que nuestro destino económico dependa sólo de las fuerzas del mercado. Un modelo social eficiente y sostenible reforzará nuestra capacidad de sacar el mayor partido de la mundialización y el cambio tecnológico, en vez de debilitarla.

De hecho, las ventajas acumulativas del Estado de bienestar deberían permitir a los Estados miembros más antiguos de la UE afrontar con más soltura los desafíos de la mundialización. La tarea puede ser más compleja para la mayoría de los nuevos socios.

Los líderes de la UE, reunidos hoy en Hampton Court de manera informal para abordar el futuro del modelo social europeo, tendrán que evitar varios escollos. Sería frívolo intentar establecer un modelo único a cualquier nivel. También es erróneo el planteamiento de competencia desleal entre distintos modelos sociales. Resulta contradictorio ensalzar, por una parte, las ventajas económicas de altas inversiones públicas y de elevada protección social y, acto seguido, quejarse de que las empresas se dejen atraer por las economías con baja presión fiscal. Refleja, de nuevo, poca autoconfianza.

El tercer escollo son las falsas expectativas sobre lo que Europa puede aportar frente a los Gobiernos nacionales. Los gastos comunitarios ya contribuyen en gran medida al fomento del crecimiento y del empleo en numerosas áreas como política regional, investigación, educación y formación. Y estamos decididos a contribuir más.

Sin embargo, con un presupuesto de apenas algo más del 1% del PIB y, en el mejor de los casos, competencias limitadas en áreas clave como mercado laboral y protección social, la UE no puede por sí sola afrontar la lacra del desempleo o resolver el problema del cambio demográfico. No podemos pretender que lo consiga.

Si queremos que nuestras sociedades prosperen tendremos que adaptar nuestros sistemas de protección social, la sanidad, la educación, el derecho laboral... Aunque los modelos sociales europeos seguirán siendo diversos, se pueden aplicar principios generales para afrontar los retos comunes:

l Los mercados pueden fallar, pero los Gobiernos tienen margen para mejorar su gestión. Es más cómodo abogar por la intervención que centrarse en el diseño de políticas sociales adecuadas y evaluarlas con rigor. Podríamos lograr mejores resultados en áreas como educación de la primera infancia o políticas laborales activas.

l Europa necesita más inversiones, aunque no de manera injustificada. Y la forma más adecuada de fomentarlas es incrementar su rendimiento. Para alcanzar los objetivos en I+D o enseñanza superior, hay que convertir Europa en un lugar más atractivo para las inversiones públicas y privadas.

l Mantener a las personas al margen del mercado laboral es contrario a cualquier modelo social. Hay que desterrar los incentivos públicos a la jubilación anticipada o a otras modalidades que permiten mantenerse al margen del mercado laboral.

l Personas y empresas deben moverse con más soltura en una economía cada vez más avanzada y dinámica. El modelo de familia sostenida por un varón cabeza de familia con trabajo estable está desfasado. Aunque ha de ofrecer un nivel decente de protección a todos los trabajadores, el derecho laboral no puede convertirse en obstáculo a las reestructuraciones en el sector productivo. La formación continua es fundamental, y garantizar que los jóvenes estén preparados.

l Nuestros modelos sociales deben integrar incentivos que estimulen y aprovechen las oportunidades donde hay posibilidades, no sólo para paliar las desigualdades.

l Para que un modelo social resulte sostenible es preciso que sea equitativo entre las distintas generaciones.

l La discriminación basada en el sexo, raza u origen étnico, religión o las convicciones, las discapacidades, la edad o la orientación sexual da lugar a diario a millones de decisiones económicas y sociales equivocadas. La eliminación de estas discriminaciones aporta enormes ventajas.

l Una auténtica cooperación social -relaciones constructivas, no conflictivas, entre los representantes de los trabajadores, los empresarios y el Gobierno- es base de algunos de los modelos sociales europeos de más éxito.

l Debemos evitar una falsa dicotomía entre prosperidad y solidaridad. No hay que soñar con que todo el mundo gane a toda costa y en cualquier circunstancia. Sin embargo, la solidaridad puede expresarse por vías que generan crecimiento y empleo.

Se requiere ante todo liderazgo político. No hay que ser ultraliberal para comprobar que los modelos sociales de algunos países de la UE necesitan urgentemente ganar en confianza. Pero la modernización no puede realizarse de la noche a la mañana y posiblemente no dé sus frutos en el plazo de una legislatura parlamentaria. Dotar a Europa de modelos sociales adecuados al siglo XXI requiere líderes que tengan el valor de acometer las reformas necesarias y la inteligencia de explicar a la opinión pública por qué son necesarias.

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