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Tribuna
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La inflación perdida

José Carlos Díez

Desde principio de año asistimos a un fenómeno con escasos antecedentes en la historia económica. El precio del petróleo está rompiendo máximos mes a mes y, sin embargo, la inflación de la economía mundial está en mínimos desde principios de los setenta. Pero si eliminamos de los índices de precios los bienes energéticos y nos fijamos en la inflación subyacente observamos que ha disminuido desde principios de año, salvo honrosas excepciones como en Argentina o Rusia.

Sé que los economistas estamos saturando nuestros análisis con el tópico de la globalización pero, aunque suene a cuento chino, la economía mundial está asignando los recursos de forma mucho más eficiente que en décadas anteriores. En 2004, el PIB mundial creció un 5,1%, la tasa más alta desde 1974. Pero la tasa de inflación mundial fue del 3,7% la más baja desde que el FMI tiene registros estadísticos, allá por 1970. En este contexto, el crecimiento del empleo mundial fue de, tan sólo, un 1%-1,5%, lo cual nos da la mágica cifra de un crecimiento de la productividad del 3,5%-4%. Sin duda, la productividad es el mejor indicador de eficiencia.

El reparto del crecimiento está siendo muy heterogéneo: la UEM y Japón apenas crecen, mientras EE UU, China, India y los países emergentes mantienen elevados ritmos de crecimiento. Sin embargo, el precio del petróleo y los bajos niveles de inflación son generalizados.

La respuesta a esta paradoja tenemos que encontrarla en el crecimiento del comercio internacional que ha incrementado el nivel de competencia global. Esta mayor competencia reduce la capacidad de las empresas para repercutir los incrementos de los precios del petróleo y los carburantes a precios finales, o se arriesgan a perder cuota de mercado ante los nuevos competidores.

Para que se hagan una idea de la intensidad del proceso, en 1973 la tasa de apertura comercial, exportaciones más importaciones sobre PIB, de la economía mundial era del 27% y en 2004 se situó en el 55%. Prácticamente todos los países han aumentado su tasa de apertura en los últimos años, pero el dragón chino destaca. China tiene un modelo de desarrollo orientado a la exportación y la evidencia demuestra que ha sido muy exitoso. Con el 20% de la población mundial en 1996, China tan sólo suponía un 5% del PIB mundial (medido en términos de paridad de poder adquisitivo) y tenía una cuota en las exportaciones mundiales del 1%. En 2004, China pesaba el 12% del PIB y el 5% de las exportaciones. Además de salarios bajos, la economía asiática muestra un fuerte crecimiento de la productividad, derivado de las mejoras de eficiencia, de las que, vía importaciones, nos estamos beneficiando todos los consumidores mundiales que podemos adquirir nuestra cesta de la compra a precios inferiores.

Las previsiones para la economía mundial siguen siendo optimistas, pero no están ausentes de riesgos. Aproximadamente el 50% del crecimiento mundial del último año se concentra en EE UU y China. EE UU vive sobre una burbuja inmobiliaria que ha llevado la tasa de ahorro de las familias al cero por ciento. Esto ha coincidido con un fuerte déficit del Gobierno americano que ha disparado el déficit por cuenta corriente americano hasta el 6,5% del PIB.

Este elevado déficit lleva a que EE UU absorba el 80% del ahorro del resto del mundo. China mantiene ineficiencias, cuellos de botella y un sistema bancario próximo a la quiebra. Además la economía mundial lleva dos años creciendo por encima de su potencial (3,7%), presionando al alza el precio del petróleo y las materias primas. Hay inflación de activos, especialmente inmobiliarios, etcétera.

No obstante, mientras la economía mundial crezca por encima del 3,5%, con aumentos de la productividad y del comercio mundial, viviremos en un mundo con baja inflación.

Los sectores perjudicados en Europa y EE UU presionarán políticamente para incrementar las medidas proteccionistas contra los productos chinos. La solidaridad es un gran valor, además con aranceles y cuotas dejaremos de destruir empleo a corto plazo y tendremos una sensación efímera de mayor bienestar. Pero a largo plazo, la menor eficiencia se reflejará en mayor inflación, nuestros bancos centrales subirán los tipos de interés, reduciremos nuestro nivel de inversión y acabaremos con menos renta para repartir que al principio.

Reconozcamos que ellos hacen mejor las alpargatas y los electrodomésticos y preocupémonos por seguir vendiendo en China: servicios de arquitectura, ingeniería, escuelas de negocio, construcción, concesiones de servicios públicos, transporte por carretera, diseño y moda, maquinaria, componentes de automóviles, etcétera. Solidarizarse con el prójimo para que los dos vivamos peor, suena un poco a las milongas que Fidel Castro cuenta a sus compatriotas cubanos ¿no creen?

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