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Columna
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Japón se normaliza

Ángel Ubide

La economía japonesa ha entrado en proceso de normalización tras la larga crisis de los años noventa. Como ya hemos apuntado varias veces este año en esta tribuna, el proceso de reforma estructural llevado a cabo bajo el férreo liderazgo de Junichiro Koizumi ha dado sus frutos, y la economía japonesa hace ya varios meses que salió de la sala de cuidados intensivos. Las reformas bancarias han eliminado el riesgo de una crisis financiera, la confianza empresarial ha retornado, la inversión es boyante y la ultima pieza del puzle, el empleo -y con él los ingresos de las familias- está mostrando una clara tendencia positiva. El indicador más significativo de la crisis japonesa, la deflación, señala claramente el fin de la crisis: el Banco de Japón espera que la tasa de inflación sea cero o positiva a partir de finales de este año.

La normalización japonesa es una gran noticia para la economía mundial, que precisa urgentemente de fuentes de demanda doméstica alternativas a la americana. Sin embargo, el proceso todavía tiene que superar un par de obstáculos cruciales. El primero es la continuación del proceso de reforma, simbolizado en estos momentos por la crisis política generada por la reforma del sistema postal, que ha desencadenado la convocatoria de elecciones anticipadas. El segundo es la normalización de la política monetaria -el abandono de la política de expansión cuantitativa (quantitative easing, la provisión excesiva de reservas al sistema bancario para fomentar la extensión de créditos y reforzar el compromiso de mantenimiento de tipos de interés cero) y de tipos de interés cero y el retorno a un sistema de tipos de interés positivos-.

El pasado lunes Koizumi continuó con su política agresiva de reforma y disolvió el Parlamento tras el voto negativo a su propuesta de privatización del sistema postal. ¿Supondrá esto un retorno al viejo estilo japonés de expansión del gasto público como sustituto de las reformas? Probablemente no. El objetivo de la reforma es claro, liberalizar una masiva fuente de recursos (más de 2 billones de euros) que actualmente se invierten mayoritariamente en bonos del Tesoro japonés y reorientarlos hacia el sector productivo de la economía. Así se obtiene un doble objetivo: aumentar la capacidad productiva de un país que envejece rápidamente, y eliminar una fuente segura de financiación pública para así forzar una política agresiva de reducción del déficit fiscal. ¿Por qué la oposición a una reforma tan positiva? Porque la reforma del sistema postal japonés, la mayor entidad de ahorro del mundo, refleja el dilema de la clase política japonesa. Acostumbrada durante décadas a un sistema de tráfico de influencias financiado con dinero público, la privatización del sistema postal representaría la muerte política de una parte de la clase política nacional. Además, dicha reforma afectaría sobre todo a las zonas rurales, las cuales están sobrerrepresentadas en el Parlamento japonés.

Si Koizumi perdiera las elecciones y la oposición tomara las riendas, el proceso de reforma también continuaría: el PDJ es un partido reformista, más agresivo si cabe en la parte fiscal

Tras el fracaso de la ley, Koizumi lanzo un órdago consistente en purgar su partido de los diputados no reformistas y acudir a las elecciones en septiembre con un proyecto agresivamente reformista. Las primeras encuestas tras la disolución del Parlamento muestran un fuerte apoyo de la opinión pública a la decisión de Koizumi. Claramente, la opinión pública japonesa ha comprendido que el antiguo régimen fue un desastre, y que la reforma, aunque sea difícil, es el único camino a seguir. Si Koizumi perdiera y la oposición tomara las riendas, el proceso de reforma también continuaría. El PDJ (Partido Democrático de Japón) es un partido reformista, más agresivo si cabe en la parte fiscal.

La normalización de la política monetaria es la otra gran asignatura pendiente en Japón. La mejora de las condiciones económicas sugiere que el Banco de Japón tiene que comenzar la transición de una política antideflacionista (basada en tipos de interés cero y expansión cuantitativa) a una política antiinflacionista. El proceso de transición comprende tres etapas: primero, adecuar el exceso de reservas bancarias a la menor demanda de liquidez existente -un ajuste técnico de la política de expansión cuantitativa-; segundo, reducir el exceso de reservas bancarias hasta el nivel consistente con tipos de interés cero -eliminar la política de expansión cuantitativa-, y, finalmente, comenzar a aumentar gradualmente los tipos de interés, para así reemplazar el objetivo monetario por un objetivo de tipos de interés.

Conducir esta transición con éxito requerirá una muy buena comunicación con los mercados, para evitar que una sobrerreacción al alza de los tipos de interés aborte prematuramente la expansión económica. Por ello es probable que el Banco de Japón anuncie un objetivo de inflación a medio plazo que sirva de ancla nominal para los tipos de interés a largo plazo, y anuncie con suficiente antelación las tres etapas del proceso de normalización para que el mercado se adapte a ellas con tiempo suficiente. Si el proceso concluye con éxito, las autoridades japonesas habrán conseguido evitar la espiral deflacionista que muchos se temían hace tan sólo un par de años, y la economía mundial tendrá un panorama mucho más positivo y sostenible.

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