El mar de fondo tras el 'nee' holandés
Y Holanda dijo no. Se confirmaron los indicios y resultados de encuestas que así lo anunciaban. Al margen de opiniones apocalípticas que anuncian el 'efecto avalancha' en el resto de países pendientes de ratificar la Constitución, habría que analizar las razones que han llevado al 62% de los votantes holandeses a mostrar en las urnas una negativa tan contundente.
Las diferencias entre el no francés y el no holandés, son evidentes y parece claro que los holandeses no están castigando al Gobierno como en el caso galo. Son otras las razones del nee. Seguramente, y la alta participación en el referéndum así parece indicarlo, los holandeses han trasladado al foro europeo un sentimiento que ya se venía mascando y que tiene su origen en la llegada del euro.
Tal vez haya que tener en cuenta que la realidad del pueblo holandés es distinta a la que, en muchas ocasiones, se transmite fuera de sus fronteras. Es posible que los holandeses estemos descontentos con la imagen que ofrecemos de exceso de permisividad. Es cierto que tenemos las leyes más liberales en Europa en temas como la inmigración, drogas, prostitución, matrimonio entre homosexuales, eutanasia, pero el aparente estado del bienestar tiene su cara y cruz.
Después de disfrutar de las ventajas de una excelente política de consenso entre el Gobierno, los empresarios y los sindicatos, el país ha empezado a mostrar síntomas de crisis: aumento del paro, mayor inflación y reducción de crecimiento. No resulta tan descabellado pensar, por tanto, que después de dos décadas de éxito y bienestar económico, nos preocupen las repercusiones de una Carta Magna que no trasmite demasiado sentimiento europeísta y sí mucha incertidumbre.
Lo que también se ha puesto de manifiesto es que los ciudadanos se sienten cada vez menos identificados con los políticos del país. El pueblo holandés ha hecho una llamada a la reflexión a los defensores del sí, y esto supone poner a pensar nada menos que a los cinco partidos principales, a las patronales y a los sindicatos, por no hablar de los grandes grupos de comunicación.
El ciudadano, de un tiempo a esta parte, ha visto reducidos sus beneficios sociales considerablemente. La seguridad social contempla menos prestaciones que en el pasado; el sistema educativo ya no tiene la misma calidad ni la misma garantía que antes. Por si fuera poco, el índice de criminalidad ha crecido y, a la vez, hay menos protección ciudadana. Y, por último, hay más de 60 tipos de impuestos que gravan los recursos y los bienes.
En definitiva, un país que suele guardarse para sí sus emociones se ha despertado y ha mostrado su cara más crítica ante el futuro que le aguarda y los resultados así lo han puesto de manifiesto. Nos es difícil asumir que Holanda pierde influencia en la Unión a pesar de ser el país que más contribuye a su Presupuesto y el no es una forma de manifestar nuestra frustración.
La escasa superficie y la excepcional densidad de población explican la apertura económica del país, una nación históricamente comerciante. Aunque el promedio del número de habitantes por kilómetro cuadrado en Los Países Bajos es 466 -casi seis veces superior a España (79)- todo el oeste del país supera los 1.000. Estos hechos, combinados con la multitud de culturas (el 10% de la población es no occidental, y en ciudades como Amsterdam esa proporción supera el 33%), hacen la convivencia más difícil para los neerlandeses.
Cada año entran en Los Países Bajos 40.000 nuevos inmigrantes; es decir, cada cinco años se podría crear una ciudad como Badalona, Móstoles u Oviedo, por ejemplo. En alguna provincia en el sur del país ya hay movimientos que impiden la migración interprovincial para proteger su espacio privado. Con este breve análisis demográfico, uno debería hacerse una idea aproximada de los ojos con los que los holandeses observan la posible incorporación de ciudadanos turcos o croatas a su mercado laboral.
Pero sobre todo, no olvidemos que Holanda fue, en los años cincuenta, uno de los principales impulsores de una Europa incipiente y miembro defensor a ultranza de unos principios con los que algunos países ni soñaban. El sueño europeo, que de la noche a la mañana se ha convertido, para más de uno, en una pesadilla, necesita grandes dosis de reflexión, más tiempo de madurez y sobre todo, escuchar a los europeos.