_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Qué teme Francia

Con una elevada participación, que rozó un 70%, inusual en este tipo de consultas europeas, Francia ha dicho no. Y lo ha dicho con toda claridad y contundencia, casi un 60% de voto negativo a la Constitución europea, un magma electoral heterogéneo, con adherencias en los extremismos políticos, a derecha e izquierda, y de una parte no meramente testimonial del socialismo galo. La proverbial capacidad de rassembler de la política francesa al servicio del antieuropeísmo más rancio. La locomotora franco-alemana, la masa crítica de la construcción europea, salta por los aires.

El poderoso vecino alemán, convaleciente de la última cita electoral en Renania-Westfalia, se prepara para afrontar unas elecciones generales en otoño que podrían llevar a la CDU de Angela Merkel a la Cancillería federal. Es el momento de la política interna. Al no francés se ha unido una no menos contundente negativa holandesa de más del 60%. ¿La Constitución entra en vía muerta, o en un prudente estado de hibernación?

¿Qué teme Francia? Parece que lo mismo que Holanda, pero la respuesta no es fácil, y no parece que sea la única pregunta. Hay otra más genérica y que deberá resolverse en la próxima cita europea del 16 de junio, y es el quo vadis Europa.

La UE ni es de los ciudadanos ni expresa una comunidad de valores ni es un proyecto sugestivo de vida en común, porque falta pedagogía política

Sin la ratificación de todos los Estados no puede entrar en vigor el Tratado constitucional, pero en su artículo 443.4 se prevé que 'si, pasados dos años desde la firma del tratado, cuatro quintos de los socios (20), lo han ratificado pero uno o varios países no lo han hecho, el Consejo Europeo examinará la cuestión'. Es un precepto constitucional abierto, que de momento sirve para esperar y ver, pero que a mi me recuerda el problema que se suscitó en el referéndum andaluz, cuando Almería no secundó la iniciativa autonómica, y una Ley Orgánica tuvo que reinterpretar, de prisa y corriendo, que la iniciativa autonómica se entendería ratificada aunque no tuviera el voto favorable de una provincia.

Es cierto, que hasta la fecha, el Tratado ha sido ratificado por nueve países (9 a 2) que representan el 49% de la población de la UE, pero una Constitución europea es inconcebible sin Francia. Estamos hablando de un socio vital, fundador de la UE, coautor de la construcción europea, bastión de su cultura política en el sentido más amplio. Tampoco Holanda, socio fundador, puede quedar al margen.

Si esto es así, por qué la sociedad francesa ha incubado este temor visceral a Europa, o es que el resultado del referéndum hay que leerlo exclusivamente en clave interna. Parece que un poco de ambas cosas. Hay algo de factura al Gobierno de turno por el estancamiento económico y la debilidad en la creación de empleo, aunque sus causas haya que buscarlas en no hacer los deberes del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, y no impulsar las necesarias reformas estructurales.

Probablemente, hay algo de repliegue de la identidad francesa frente a la inmigración, y unido a ello, una querencia del modelo social, el temor al fontanero polaco capaz de trabajar más por menos. Fabius lo ha expresado muy bien, hablando de la ruptura de las capas sociales amenazadas por la globalización. Otra cosa es que un no corrosivo a la Constitución produzca una reinterpretación de la UE, con acento social y sin lastre liberal.

El no a la Constitución es un sí a Niza, y, por tanto, soplar contra el viento. Y es que la desinformación se ceba en el ciudadano medio que percibe la UE con lejanía, como un juguete de los eurócratas o, en Francia, de los enarcas, término que designa al funcionariado de élite proveniente de la æpermil;cole National d' Administration (ENA). Basta con analizar la extracción social del voto afirmativo para llegar a esta conclusión.

Siempre he pensado que a Europa le falta musculatura política. Y ya no digamos interés cívico, el ciudadano percibe la UE con ajenidad y lejanía, como una entidad plástica y maleable, voluble a los intereses de los Estados, que tensiona sus luchas de poder, un Leviatán ininteligible para el europeo medio, incluso el de la 'vieja Europa'.

La UE ni es de los ciudadanos, ni expresa una comunidad de valores, ni es un proyecto sugestivo de vida en común. Aquí, señores, falta pedagogía política, y mucha.

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_