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Tribuna
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'Et la France dit non'

El no francés del domingo ha provocado un maremoto político en Francia y en Europa. Los dirigentes europeos abusaron de las prácticas que están convirtiendo en crónico el déficit democrático en la construcción de Europa, y diseñaron un procedimiento para ratificar el Tratado constitucional en el que, sin alternativas, han pretendido situar a sus ciudadanos ante la 'inevitable obligación' de votar 'sí o sí' al Tratado. La rebelión de los franceses votando no les ha situado frente a su propia irresponsabilidad.

En el campo económico, tras el maremoto viene ahora el tsunami en forma de ola gigante de incertidumbre que es la peor coordenada de cualquier escenario económico.

Como en todo referéndum, son múltiples las causas y varias las consecuencias de su resultado. Los analistas coinciden en señalar que el no francés debe interpretarse tanto en clave interna como en clave europea, y en ambas es resaltable el peso de lo económico.

Parece evidente que los franceses están descontentos con la marcha de su economía. A diferencia del ejemplo español de los últimos años, en Francia se paralizaron las privatizaciones, se interrumpió la liberalización, no se abordaron las reformas tributarias, no se eliminó el déficit público…, y años después en el pecado llevan la penitencia dado que -lo contrario que España- sufre las consecuencias en forma de crecimiento escaso y de aumento del desempleo. Si a eso se le añade la preocupación de los franceses por fenómenos como el de la deslocalización empresarial y el de la inmigración, se obtiene el cóctel de razones económicas que ha alimentado el no del referéndum.

En todo caso, el portazo francés del domingo sitúa a Europa, a sus países y a sus dirigentes ante una encrucijada económica. De entrada, la derrota en las urnas incorpora un coste general para los gobernantes derrotados -franceses y europeos- que afectará a la confianza de los mercados. Además la hoja de ruta de la ratificación del Tratado no contemplaba la posibilidad de un resultado como el francés -'no existe plan B', dijo Zapatero en España-, de modo que la reacción ante lo imprevisto va a llevar desgraciadamente tiempo y dificultades.

Probablemente el primer castigado va a ser el euro, cuya cotización sufrirá las consecuencias y arrastrará tras de sí los correspondientes efectos en cadena. Entre los negativos: encarecimiento del turismo extracomunitario para los ciudadanos de la UE, contención de la inversión europea en el resto del mundo, aumento de costes financieros para las empresas endeudadas en dólares… Entre los positivos, impulso a las ventas fuera de la UE para las empresas europeas, atracción para los capitales extracomunitarios…

En una perspectiva más dilatada, las consecuencias económicas dependerán de la alternativa política que se elija para superar la actual situación, según se decida que sea Europa la que se replantee el Tratado ante la derrota en el referéndum francés, o por el contrario se opte porque sea Francia la que se replantee su negativa.

En el primero de los supuestos, si los dirigentes de la Unión deciden repensarse el Tratado, asistiremos a una ralentización del proceso de consolidación de la Unión Europea. Sea por el tiempo necesario para reescribir el Tratado en sus aspectos más criticados y reiniciar un nuevo procedimiento de ratificación, o sea por el requerido para la redefinición jurídico-política de una Unión en la que coexistan países adscritos al Tratado y países ajenos al mismo, lo cierto es que el frenazo sería importante. Se verían afectados los espacios fiscal, laboral y social, y se reduciría el impulso esperado en términos de incremento de las relaciones económicas.

Por el contrario, se puede optar por que sea Francia la que se replantee su negativa a ratificar el Tratado repitiendo el referéndum, tal como ha propuesto Giscard y en consonancia con lo ocurrido hace años en Dinamarca y en Irlanda. Ahora bien, en este caso habría que proporcionar a los franceses motivos suficientes para cambiar su voto. Y es aquí donde corren peligro los intereses españoles. En efecto, en esta opción es posible y probable que las futuras perspectivas financieras de la Unión Europea 2007-2013 recojan las aspiraciones francesas en materia de reforma de la política de cohesión europea, lo que convertiría a España en la víctima necesaria de la recomposición del consenso europeo.

Así, a la previsible reducción natural de fondos europeos a percibir por España, consecuencia de nuestro crecimiento de los últimos años y de la incorporación de los nuevos países, se le podría añadir otra reducción antinatural fruto de los avatares políticos. Las consecuencias para nosotros serían claramente negativas y se notarían en términos de crecimiento, y por tanto, de creación de empleo.

En todo caso, en las próximas semanas los órganos de la UE y los dirigentes europeos tienen que despejar las muchas dudas surgidas el domingo. Y mañana conoceremos el resultado del referéndum en Holanda…

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