Un país menos productivo
La revisión de la contabilidad nacional hecha pública ayer por el INE confirma lo que muchos economistas sospechaban: que la economía española creció durante los últimos años mucho más de lo calculado inicialmente. En concreto, un 2,5% en 2001 (siete décimas más), un 2,7% en 2002 (cinco más), un 2,9% en 2003 y un 3,1% en 2004 (cuatro más). Confirma también que ahora la actividad económica avanza a tasas superiores al 3% (2,8% dijo el Banco de España), lo que convierte en creíbles las previsiones de las autoridades económicas. También es posible que se fuerce una revisión al alza.
La afloración de producción oculta revelada ayer, con un salto relativo de casi cinco puntos, ha desatado una euforia oficial acerca del crecimiento de la riqueza en España en los últimos años que debe ser convenientemente rebajada. España es más rica, pero no lo son los españoles. El fuerte incremento de la producción va acompañado de una avalancha de inmigración que ha incrementado la población en casi cuatro millones de personas en los últimos años.
El shock demográfico ha actuado doblemente: ha disparado la demanda de bienes y servicios, y ha cambiado radicalmente las condiciones para producirlos. La demanda se ha incrementado tanto en el consumo como en la inversión; pero las cambios más significativos se concentran en cómo el fenómeno de la inmigración ha operado a la manera de una auténtica reforma laboral encubierta. Ha presionado notablemente a la baja los salarios en actividades de poco valor añadido, escasa remuneración y productividad plana. Buena parte de la afloración de producción, por tanto, ha ido a parar a los beneficios empresariales.
En todo caso, las nuevas cuentas nacionales revelan que el modelo de crecimiento basado en costes laborales bajos ha dado resultados nominales, pero no es sostenible. Las autoridades deben corregir el tiro del modelo de crecimiento para frenar la sangría de la productividad, y recomponer la oferta de bienes y servicios de calidad en el mercado interior y exterior.