Una Gran Muralla de incertidumbres
La extraordinaria abundancia de liquidez, unida a la relajación de los criterios contables de la banca y a las contradicciones del régimen político con los métodos occidentales del mercado, hacen que el autor se plantee una serie de dudas sobre el futuro económico de China
Los temores e inquietudes que China viene suscitando últimamente explican por qué todas las miradas se fijan como hipnotizadas en ese país. Prueba de ello es que el número de artículos que hablan del tema en lengua inglesa en el banco de datos Lexis-Nexis, que era de sólo 39 en 1999, llegaba a 1.208 en los seis primeros meses de 2004, tendencia que se mantenía para los diarios españoles, franceses y alemanes.
Pero lo que podría llamarse fenómeno chino no es nuevo, y si ha llegado de improviso es porque no se daba la consideración debida a las proezas exportadoras y de crecimiento de los tigres asiáticos que lo presagiaban.
En el curso del cuarto de siglo pasado China ha más que quintuplicado su parte del comercio mundial gracias a una revolución industrial que no tiene precedentes por su amplitud y por los efectos que está teniendo en el mundo.
Pekín está siendo una fuente de deflación mundial debido a unos costes salariales sumamente bajos y un tipo de cambio del remimbi indexado a un declinante dólar. China puede así fabricar sus productos en cantidades tales que desafían toda competencia, sometiendo los precios y los beneficios de las empresas y países competidores a fuertes presiones.
Y el caso de España es bastante elocuente al respecto. A pesar de que los costes laborales unitarios en la industria aumentaron casi en 9% en el periodo 2002-2004 los precios de las exportaciones de productos industriales no energéticos tuvieron que reducirse en un 3% y los precios interiores de esos productos sólo pudieron subir algo más del 3%, con las consiguientes repercusiones negativas sobre los resultados de explotación de las empresas de ese sector y sin duda sobre las decisiones de inversión.
Pero China no sólo crea problemas a la economía mundial al deprimir los precios de las manufacturas, su voraz apetito de materias primas y energías está empujando al alza los precios de éstas. China es el segundo consumidor de petróleo después de Estados Unidos, lo que explicaría en parte el fuerte y continuado aumento de su precio en esos dos últimos años. El actual apetito de China por estos productos es sin embargo modesto comparado con el que se estima para el futuro. No es de extrañar, pues, que una de las preocupaciones de los dirigentes chinos sea la seguridad energética, alimentaria y de materias primas. Esto plantea la cuestión de saber si para defender sus intereses en esta materia, la enorme economía china pueda infligir choques y crisis a la economía mundial en el futuro.
Además de crear problemas, China también puede ser una oportunidad para sus socios comerciales, como lo prueba el aumento del 40% de sus importaciones en 2003. Aunque España apenas se ha beneficiado de esta expansión del mercado chino, pues sus exportaciones a ese país apenas alcanzaban unos escasos 100 millones de euros en 2004.
Aventurar lo que pueda ser la evolución de la economía china es bastante arriesgado. Se puede vaticinar, sin embargo, que esta carrera desenfrenada de desarrollo -que en palabras de su máximo dirigente Wen Jiabao 'podría llevar el sistema socioeconómico ambiental chino a un infarto global'- es insostenible por dos razones principales.
Primeramente porque este largo boom económico se apoya en el extremado laxismo monetario de los grandes bancos públicos que han permitido un aumento del crédito en 2003 equivalente al 24% del PIB, pero tienen un nivel de morosos del 24% del activo y estarían por tanto en situación de quiebra si se aplicasen los criterios contables internacionales. Esta abundancia de liquidez es consecuencia del enorme y continuado aumento de reservas exteriores debido a la fuerte entrada de capital extranjero (el 10% del PIB en 2003) que está llevando la certeza de una inevitable revaluación del remimbi, demorada precisamente por la fragilidad del sistema financiero.
Otra causa quizás más importante de incertidumbre son las contradicciones a que lleva el programa del régimen político chino que aplica los métodos occidentales de mercado. Esto no quiere decir sin embargo que ese país, ese régimen, se haya occidentalizado, sino que no tiene reparo en aplicar métodos occidentales para perseguir sus fines colectivistas, sometiendo su dirigismo a los métodos capitalistas. Pero el mercado y la democracia son a la larga absolutamente inseparables y si hasta ahora China ha aplicado esta disociación con notable éxito, este modelo, que se podría llamar hipercapitalismo de Estado, acaba siendo insostenible.
El problema es que nadie puede predecir en qué puede desembocar un cambio tan dramático como es que está teniendo lugar en ese país, sobre todo sabiendo que los chinos poseen una metafísica radicalmente diferente a la que impregna las mentalidades occidentales. Para un pequeño país, nuestra ignorancia no tendría realmente importancia. Pero para un coloso como China es realmente preocupante.