Se niega lo evidente
El debate en España sobre el tipo único es curioso. Se niega lo evidente -que supone una reducción de impuestos para las rentas elevadas- y se llega a afirmar que aumenta la progresividad. Esto es sorprendente. Incluso los defensores más furibundos del impuesto (Forbes, Laffer o Rabuska) aceptan que el tipo único produce una reducción de impuestos sobre los más ricos que es deseable por sus efectos reductores del fraude y estimuladores de la actividad económica. Estos beneficiosos 'efectos de oferta' se unen a las (supuestas) ganancias derivadas de simplificar el impuesto. En la práctica, sin embargo, el tipo único en el IRPF sólo lo aplican unos pocos países con limitada capacidad de gestión y, probablemente, escaso interés redistributivo (Irak, antiguos países del Este como Rusia o Ucrania).
Bajo la denominación tipo único se hace referencia a una reforma del IRPF que incluye dos tipos de medidas. Primero, una escala que exime de tributación la renta hasta un determinado nivel (mínimo exento) y grava lo que exceda de ese nivel a un tipo constante (hay, por tanto, dos tipos marginales; cero hasta el mínimo exento y uno constante a partir de él). Segundo, una modificación de la definición de base imponible que eliminaría algunas (o todas) las deducciones en base y cuota, simplificaría los métodos de valoración de rentas, integraría todas las rentas en la base (incluidas plusvalías), etcétera. El objetivo sería ampliar la base, compensando las pérdidas de deducciones con un mínimo exento mayor.
El primer componente, la escala de tipo único, tiene un coste evidente de progresividad en comparación con una escala con varios tipos. Si el mínimo exento es mayor y el tipo es único, ganan las rentas bajas y, especialmente, las rentas altas cuyo tipo marginal sea mayor (o incluso algo menor) que el tipo único. Así, la escala del tipo único, si bien es progresiva, lo es mucho menos que una escala con varios tipos porque la constancia del tipo marginal limita el crecimiento del tipo medio. Esta pérdida de progresividad tiene como contrapartida ganancias dudosas de eficiencia y sencillez. Sobre la eficiencia, no hay evidencias empíricas sólidas de que la reducción de tipos marginales estimule las ofertas factoriales o reduzca el fraude. Además, las ganancias de sencillez del tipo único (en realidad dos tipos) son cuestionables ya que el impuesto sigue siendo progresivo y, además, con algunas deducciones. Esto implica que ni facilita (en relación a un impuesto con varios tipos) que la retenciones se ajusten mejor a la cuota final, ni resuelve (aunque minora) los problemas de la progresividad y los tipos marginales crecientes (acumulación de rentas, concentración de rentas...). En realidad, la única ganancia en sencillez de la escala de tipo único es que, al hacer la declaración, el contribuyente tendrá que buscar su renta en solo dos filas (dos tramos) en vez de en cinco o seis filas (tramos). Decir que esto simplifica el impuesto es ridículo.
La única ganancia en sencillez es que el contribuyente tendrá que buscar su renta en sólo dos filas en vez de en cinco o seis
El segundo componente del tipo único es la simplificación de la base. Sin embargo, simplificar la base es independiente de establecer una escala de tipo único. Es decir, se puede simplificar la base sin beneficiar a los ricos. Además, hay componentes de la base que no se pueden simplificar sin un coste de equidad inaceptable (por ejemplo, la valoración de las rentas empresariales). En todo caso, hay simplificaciones legitimadas por la equidad y otras que no.
Las primeras (eliminar la deducción por planes de pensiones o la de rendimientos del trabajo) deben realizarse tanto con una escala de dos tipos como con una de siete. Las segundas (no actualizar plusvalías o estimar las rentas empresariales mediante un tanto alzado) no deben realizarse en ningún caso porque la equidad no puede ser víctima de una supuesta sencillez que ni siquiera está claro por qué es tan deseable.
Tomando todo en cuenta, el tipo único es poco más que una propuesta de reducción de los impuestos de las rentas elevadas a cambio de unas ganancias más que dudosas de eficiencia y sencillez. Esta realidad se puede intentar esconder haciendo simulaciones en las que se mezcla el tipo único con otras reformas o medidas complementarias (por ejemplo, transferencias de rentas a todos los individuos). Pero estas otras medidas, si deseables, se pueden aplicar siempre con una escala con varios tipos marginales y no son inherentes al tipo único. Por ello, el tipo único es una propuesta inaceptable para quienes den valor a la progresividad y tengan, por tanto, una concepción social progresista.
El debate sobre el tipo único es estéril y desvía la atención de los problemas reales de gestión y diseño que tiene el IRPF, como el fraude (que sigue siendo el problema fiscal básico en España), la eliminación de deducciones cuestionables, exenciones dudosas o el tratamiento adecuado de la inflación.