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Tribuna
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Hacia una nueva estrategia

Me pregunta Cinco Días mi parecer sobre la necesidad de una política industrial europea. La respuesta es sí. Afortunadamente, los responsables de las políticas económicas e industriales europeas con los que he tenido contacto en estos últimos meses tienen opiniones parecidas a las nuestras y estamos adoptando estrategias similares, algunas de ellas propuestas de forma novedosa por la nueva política industrial española.

Como ejemplo es de reseñar por su significación que en la composición de la nueva Comisión Europea presidida por José Manuel Durão Barroso se haya incluido la palabra Industria, desaparecida de la nomenclatura de la anterior Comisión, en la denominación de la nueva comisaría que dirigirá el alemán Günter Verheugen: Empresa e Industria.

La explicación a mi posición a favor de una sintonía entre las políticas industriales de los diversos países europeos, requiere primero una reflexión. Está comúnmente admitido que en las sociedades más avanzadas el sector industrial pierde fuerza respecto al de servicios, es decir, que la evolución de la economía recorre un camino natural, como postulara Colin Clark, desde el sector primario o agrícola al sector secundario o industrial, y de este al terciario o de servicios, lo que en mi opinión en un error.

La consecuencia de esta creencia es que en un país como España, con una economía avanzada, es natural que la industria pierda fuerza a favor del sector servicios. Y esto es lo que me parece un error que debemos corregir. De hecho, la recuperación del Ministerio de Industria, desaparecido en la anterior legislatura, es el primer guiño de nuestro planteamiento respecto a la importancia que ha de concederse a la industria como motor económico y de riqueza del país.

La competitividad de un país en el contexto mundial se mide por su capacidad exportadora. El futuro económico español dependerá, en consecuencia, de que consigamos priorizar a los sectores expuestos a las economías internacionales. Por supuesto que también a los servicios, pero aquí es esencial colocar en primera línea a la industria.

Hemos de situar a la industria en las mejoras condiciones para competir internacionalmente. Y estamos trabajando para que las industrias expuestas a la competencia internacional, ayudadas y respaldadas por el entramado de las no expuestas a la competencia de los mercados mundiales, estén en las mejores condiciones para convertirse en la punta de lanza de la presencia española en el marco de la economía global. El camino elegido por la política industrial española es el de la mejora de todos los elementos de la economía real, con la mira puesta en el aumento de la productividad, nuestro gran objetivo.

¿Cómo conseguirlo? Trabajando en objetivos con finalidades específicas, que quizá podamos resumir en tres grandes apartados. Por un lado, buscamos aumentar la intensidad de capital, lo que es alcanzable ya que trabajamos con tipos de interés bajos que representan una buena oportunidad para atraer capitales de otros países. Apoyos instrumentales, como el sistema de deducciones fiscales en el Impuesto de Sociedades a las inversiones en I+D más ventajoso de la OCDE, según reconoce la patronal europea Unice, que hemos complementado con la facilidad de la certificación de la inversión por Industria, o la potenciación de los créditos participativos, instrumento que ha de convertirse en catapulta muy importante para las pymes, deberían formar un entramado de respaldo financiero para las empresas. Complementariamente, vamos a facilitar las condiciones para aumentar la calidad del trabajo, con herramientas como formación permanente, aplicación de estímulos a los empleados y sustitución de actividades de bajo valor añadido.

En tercer lugar, vamos a trabajar casi obsesivamente en aumentar la intensidad tecnológica de las industrias, lo que caracteriza, en definitiva, a la Economía del Conocimiento, el marco en el que queremos movernos.

Lo primero que debemos aprender en este sentido es que los procesos de innovación no deben ser esporádicos, sino permanentes; si conseguimos incorporar la cultura de la innovación a la mentalidad de los españoles, en primer lugar en la de los empresarios y los trabajadores, habremos recorrido un buen trecho del camino.

En el terreno de lo concreto, queremos representar la aplicar intensiva de los procesos de innovación en territorios localizados. Dentro de un proceso que queremos que discurra siempre por los cauces del consenso, del diálogo y del acuerdo, queremos llegar a pactos con las comunidades autónomas que fortalezcan la localización de las pymes en clusters, con la finalidad de lograr una producción industrial especializada apoyada en redes. Se trata de las Redes de Clusters de Economía del Conocimiento propuestas en el Consejo de Competitividad celebrado en Maastricht el pasado julio. Se trata de facilitar la transición hacia actividades de alto valor añadido en una nueva zonificación -nada que ver con los Polos de Desarrollo Industrial ni con las Zonas de Urgente Reindustrialización- basada en la economía del conocimiento.

Sólo hace unos días hemos leído con satisfacción en los periódicos que este esquema general, que es el propuesto por la nueva política industrial española y anunciado hace ya unos meses, es precisamente el adoptado en sus puntos más esenciales por los responsables de la política industrial francesa, lo que nos confirma en el acierto del camino y en la seguridad de que en Europa va a haber políticas industriales similares en los países comunitarios.

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