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Columna
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La democracia: confusión de confusiones

Hace unas semanas, un ilustre novelista, premio Nobel de Literatura, concedía una entrevista a un diario nacional con motivo del lanzamiento de su último libro. Allí exponía sus ideas sobre la libertad, la democracia, el comunismo y los recientes acontecimientos políticos del país que le alberga.

Casi todas sus afirmaciones no tenían desperdicio porque, en mi opinión, recogían un amplio abanico que podría calificarse como representativo de la que cabría designar como la elegancia de la disidencia: es decir, que dan lustre a quien las sustenta sin ocasionarle riesgo alguno. En efecto, el ilustre laureado afirmaba rotundamente que 'la democracia es una tomadura de pelo', apoyándose en cuatro razones: 1) que 'únicamente permite quitar un Gobierno y poner otro, pero no permite absolutamente nada más'; 2) que ' los Gobiernos son los comisarios políticos de los bancos'; 3) que 'incluso en un sistema como éste, que parece que promete todo, empezando por los derechos humanos, la libertad puede ser sencillamente un espejismo'; y 4) que 'tenemos una democracia formal, pero necesitamos una democracia sustancial'.

Aparentemente la lista impresiona, pero si se estudia detalladamente comienza uno a sospechar que el gran novelista acaso tenga ciertas confusiones respecto a qué es realmente la democracia y qué cabe esperar de ella. Es bien sabido que la democracia nació hacia el 507 a. C. en Atenas como un sistema de gobierno popular. Desde entonces ha adoptado formas diversas pero siempre se ha caracterizado por la persistencia de algunos rasgos: por tender a asegurar una participación efectiva e igualitaria de sus ciudadanos en la elección de quienes les representen y por el ejercicio de un control periódico y final -en el sentido que pueden cambiar de representantes cada cierto tiempo- de los asuntos que les interesa sean debatidos y llevados a la práctica.

Como se suele decir, la democracia lleva implícita una lógica de la igualdad. Esas características han cobrado tal prestigio que en nuestros días, para casi todo el mundo -salvo para nuestro autor-, la democracia es la única fuente de legitimidad política. Pero para nuestra desgracia, no es desconocido el fenómeno que se ha bautizado como la 'democracia aliberal', entendiendo por tal la de aquellos regímenes políticos cuyos dirigentes -se llamen Hitler, Chávez, Castro, Mugabe o Putin- desconocen los límites constitucionales de su poder y niegan a sus ciudadanos sus derechos fundamentales.

Pero lo que hoy entendemos en España por democracia liberal es un sistema político basado en elecciones libres pero, también, en la supremacía de la ley, la separación de poderes y la protección de los derechos fundamentales. Ahora bien, y acaso aquí resida la confusión del novelista de marras -aunque, como luego veremos, me temo que no-, la democracia es una virtud pública pero no la única y su relación con otras sólo puede entenderse si se diferencia de otros valores de los sistemas políticos en que vivimos.

En nuestras sociedades acaso se haya exagerado el valor de la democracia a costa, por ejemplo, de la libertad, en el sentido que a veces los Gobiernos elegidos democráticamente y ciertas instituciones que no lo son -entre las que me atrevería a señalar el poder judicial y los medios de comunicación- se dedican sistemáticamente a erosionar los derechos de los otros estamentos de la sociedad.

A ello se añade otro grave problema: el de la relación entre democracia y capitalismo de mercado. Puede aseverarse que la democracia liberal solamente sobrevive en países cuya organización económica es la de capitalismo de mercado, pero para que ambos se influyan y limiten beneficiosamente es necesario que aquel no genere una desigualdad de recursos que se traduzca en desigualdad política entre los ciudadanos.

Como bien dice el premio Nobel, hay que 'resolver los problemas de la justicia social' y ' la distribución de los bienes'. ¿Pero conoce él un sistema más capaz de conseguirlo que el democrático? ¿Es en las democracias donde muere de hambre una persona cada cuatro segundos y se carece de derechos humanos o en otra clase de regímenes, quizás como los que añoró en tiempos pasados?

Me temo que es iluso apelar al 'comunismo libertario' para resolver los problemas de nuestras sociedades democráticas, necesitamos diagnósticos y recetas más complejos: fórmulas que nos indiquen cómo preservar la democracia y la libertad frente al terrorismo y otros fanatismos, y sistemas garantizando que la delegación de poder resultante de las elecciones se combina con la exigencia de responsabilidad efectiva ante la adopción de decisiones por los gobernantes y el funcionamiento de los organismos públicos; pero, fundamentalmente, que se nos garantice un equilibrio permanente entre democracia y libertad.

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