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Columna
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Globalización y fundamentalismo

Los fenómenos terroristas reflejan posiciones de fundamentalismo por las cuales individuos, grupos o comunidades no aceptan la diversidad, aunque ésta sea consecuencia de la evolución humana o fruto de las decisiones libres y conscientes de la gente. El deseo de imponer alternativas políticas o de conseguir una supremacía étnica pueden llevar aparejadas acciones violentas como medio, injustificable, para el fin.

En los países desarrollados, donde la democracia es un valor fundamental, no caben esas actitudes. Aunque no haya lógica racional ni justificación, ni se deba aceptar, los países desarrollados sí deben intentar entender cuál es la particular explicación que se dan las organizaciones terroristas para justificar sus actos. Este es un primer paso para erradicarlo de las sociedades libres.

Desde la teoría económica se han buscado explicaciones a los conflictos étnicos que subyacen en muchos de estos fenómenos. Estos conflictos pretenden conseguir más adeptos para la causa propia, más miembros participantes en el grupo, frente al otro grupo con el cual se compite por recursos, por riqueza. Esta es la tesis expuesta en un artículo (On the theory of ethnic conflict, de Francesco Caselli y Wilburg Coleman) presentado en noviembre de 2003 en un seminario organizado por el prestigioso Bureau Nacional de Investigación Económica (NBER). Se busca ser el grupo dominante en la apropiación de la riqueza. Para ello se puede usar la violencia o la explotación y la discriminación. Basar el grupo en una característica étnica impide que haya miembros infiltrados en el reparto del dominio. Hay que excluir a los no miembros del disfrute de las rentas de los bienes apropiados. Otro argumento de estos autores es que si los grupos opuestos están próximos, es más fácil que surjan conflictos.

En la actualidad, la movilidad del factor trabajo incrementa la heterogeneidad étnica de los países, la proximidad entre todos es mayor. Por lo tanto, si se forman grupos o coaliciones que compitan por la riqueza, existe la probabilidad de aparición de conflictos. Si la integración étnica fuera completa, se difuminaría su valor distintivo. Si ni la raza, el color o la religión fueran signos de grupo con intereses explotables desde el punto de vista económico, se habría desactivado una fuente de conflictos.

Una forma de avanzar en la resolución de los conflictos de naturaleza étnica es profundizar en la globalización, que implica subrayar lo que nos une de forma económica y social. En defensa de la globalización se pueden aportar muchos argumentos. Con ese título, el profesor de la Universidad de Columbia, Jagdish Bhagwati, acaba de publicar un libro, que ha merecido un foro de discusión en el FMI.

Las críticas a la globalización provienen de su supuesto efecto polarizador de la riqueza mundial: aumenta las posibilidades de los países desarrollados a costa de los países pobres. Pero esto no es totalmente cierto, la producción mundial mejora su eficiencia y todos mejoran. Además, la globalización es un fenómeno gradual y continuo, frente al cual no se pueden poner condiciones a no ser que el país en cuestión se convierta en un protectorado completo, y eso es extremadamente difícil.

Las decisiones de política económica que subyacen en la globalización son la desregulación, financiera y comercial, y el apoyo al desarrollo tecnológico, y ambas son difíciles de parar. No obstante, los efectos positivos no son necesariamente obvios y no son inminentes. Los movimientos antiglobalización, de los que los radicalismos étnicos forman parte, subrayan los efectos sociales negativos. Una afirmación algo simplista es que la globalización debería tener un rostro humano para poder ser aceptada. Los beneficios de la globalización se basan, en muchas ocasiones, no en el uso racional de los recursos mundiales, sino en el abuso de los países desarrollados de las condiciones de los países pobres. La pobreza en sí misma no tiene por qué suponer una humillación humana, si no es explotada por otro, aunque haya beneficios en ello para ambos.

La política económica debe completar la eficiencia con un objetivo distributivo y crear las condiciones para que los países pobres experimenten rápidamente el beneficio del mundo global. La política social, interior y exterior a los países debe resaltar el valor de la dignidad humana. Lo que ocurre es que estas políticas dependerían de una autoridad política con objetivos globales y medios para ello que, a pesar de las instituciones internacionales, no existe. La responsabilidad debe recaer en los propios países desarrollados, de forma conjunta o individual. Es un tema importante y es urgente.

Economista

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