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Columna
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Efectos positivos

El déficit público tiene múltiples efectos positivos para la economía, y esto es algo que solamente osan negar los que carecen de memoria o de conocimientos de la historia. Es de todos sabido que se ha empleado con éxito en muchos países tanto como instrumento para combatir etapas depresivas del ciclo económico, en el entorno de políticas de corto plazo o coyunturales; como a modo de palanca financiera con la que construir la infraestructura hidráulica, de comunicaciones, el capital humano y el equilibrio social imprescindibles para el crecimiento.

En ambos casos, las políticas de déficit público son técnicamente reversibles -el déficit se corrige a sí mismo siempre que la perversidad humana no las desvíe de sus propósitos ortodoxos y originales y las convierta en crónicas-. En el caso de déficit coyuntural antidepresión, la potenciación de la demanda terminará estimulando la producción y aumentando el empleo, con lo que resultará necesario contener el gasto público para evitar tensiones inflacionistas.

En el caso de déficit públicos entendidos como parte de las políticas de desarrollo, el incremento de actividad privada que facilita la puesta en uso de las nuevas infraestructuras, así como disponer de trabajadores más cualificados, redunda en el crecimiento de la renta nacional, la expansión de las bases tributarias y el aumento de los ingresos impositivos que equilibrarán las cuentas públicas.

El déficit público ha ayudado al crecimiento y consolidación del mercado de capitales en muchos países

Lo que no ha sido suficientemente subrayado son los efectos positivos que para el desarrollo del mercado de capitales tiene el déficit público. De hecho, en una buena parte de los países, el crecimiento y consolidación del mercado de capitales ha venido acompañado de un periodo continuado de déficit público.

Esto no debería sorprender a nadie. ¿Dónde acuden los Gobiernos para financiar sus déficit? No hay muchas alternativas. En épocas de poco respeto por la ciudadanía, lo más fácil era acudir al banco central, monetizar la deuda pública, y dejar que la inflación se ocupara de disminuir su carga en el Presupuesto público. En momentos de más rigor se acude a los bancos y a la emisión de bonos. Y cuando se quiere disimular la cuantía del déficit real, se acude a las concesiones administrativas de construcción y explotación de obras públicas. En todos estos últimos casos, una buena parte de la deuda pública terminará colocándose en el mercado de capitales, bien directamente con bonos públicos, bien indirectamente con emisión de bonos por los bancos o intermediarios que hayan financiado las obras públicas.

Si hay que acudir al mercado, habrá que crearlo y desarrollarlo. Ello significa crear la demanda mediante la regulación e incentivo (fiscal) de los fondos de inversión y pensiones. Significa también crear los intermediarios que facilitan la comercialización de la deuda, los gestores que administren los patrimonios de la demanda institucional, los mercados donde se negocien los valores y los intermediarios que operen en ellos.

Además habrá que hacer que el mercado funcione como tal, que pueda distribuir el riesgo. Habrá que crear mercados e instrumentos derivados que permitan cubrir posiciones y reasignar exposiciones al riesgo.

Con ello se habrá creado una industria tanto más grande y capacitada cuanto mayor sea el déficit. Si ha sido un déficit exitoso -como lo fue el español, por ejemplo-, la economía privada habrá crecido -por sí misma y con la ayuda de las privatizaciones- y estará en condiciones de crecer más.

Es entonces el momento en el que confluyen dos factores. Por una parte, la reducción del déficit termina contrayendo el saldo vivo de valores públicos y, con ello, liberando recursos que quedan disponibles para empleos privados alternativos. Por otra, el sector privado es más que probable que en ese momento esté necesitado de esos fondos para comprar empresas estatales, iniciar nuevas inversiones con las que rentabilizar las nuevas infraestructuras, financiar reestructuraciones empresariales y aumentar la especulación bursátil imprescindible para dotar de liquidez al mercado.

El final de la historia es feliz. El sector financiero se adaptará a la nueva situación, los gestores de fondos cambiarán las proporciones entre deuda pública y privada y entre renta fija y variable de las carteras de inversión y todo el instrumental financiero que se fue construyendo en años anteriores estará bien engrasado al servicio de las nuevas necesidades. Y habrá que concluir que gracias al déficit público (ortodoxo y permaneciendo todo lo demás igual) se habrá desarrollado una industria que tiene como uno de sus elementos ideológicos fundamentales la lucha contra el déficit público. ¿Curioso, no?

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