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Columna
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El dólar en la polémica

El dólar está siendo protagonista en los mercados financieros, y lo seguirá siendo en los próximos meses. Es probable que ello derive en consecuencias en dos ámbitos: en primer lugar, las influencias de los movimientos del dólar en los demás mercados financieros; en segundo lugar, las alternativas de política económica propias y ajenas. Es decir, las decisiones a tomar por las autoridades económicas estadounidenses y las recomendaciones sobre los demás países.

Todo se ha hecho más claro en la última reunión del G-7 en Dubai. Aunque, como es habitual, el comunicado oficial de la reunión incluía la afirmación de que los tipos de cambio son el resultado de las fuerzas del mercado, representantes de distintos países aportaron evidencia de que la situación cambiaria actual no es deseada. Por una parte, los americanos no desean un dólar fuerte y, por otra, quedó claro que las autoridades japonesas han intervenido para evitar la apreciación del yen. Por su parte, los europeos (con declaraciones de representantes del Gobierno francés) tampoco ven con buenos ojos que el euro sea la única moneda fuerte, por el efecto contractivo que ello implica. No obstante, la acusación estadounidense se dirigió especialmente a China por vincular su moneda al dólar e impedir de esta forma que EE UU gane competitividad.

La política económica estadounidense practicada desde principios de los noventa ha fomentado el crecimiento económico a costa de acumular desequilibrios en forma de una insuficiencia del ahorro frente a la inversión y en forma de un déficit exterior que asciende a un 6% del PIB. Su política monetaria se ha permitido el lujo de ser laxa, dado que el shock tecnológico evitaba que la inflación subiera.

La burbuja financiera resultante de mediados de los noventa sirvió para sostener un gasto familiar excesivo. El ajuste inevitable ha llevado a una depresión, que sólo el gasto militar está evitando que evolucione hacia recesión y deflación. Evidentemente una solución es la depreciación de su moneda, para que las exportaciones se vean estimuladas, se disponga de una fuente de crecimiento y se cierre la brecha externa. Esto también se ha llamado 'exportar el ajuste a los demás países'.

Es difícil calcular la infravaloración de la moneda china: en cierto que su inflación es reducida y está acumulando enormes cantidades de reservas externas. Pero su economía no está saneada ni la base productiva permite asegurar un crecimiento continuado ni la balanza de capitales está liberalizada. El ajuste de una economía del tamaño de la china a los principios de mercado no es proceso fácil y ni siquiera el FMI aconseja liberalizar radicalmente los flujos de capital.

Además, una apreciación de un 50% del yuan sólo implicaría una depreciación del 5% del dólar en términos ajustados por el comercio (tipo efectivo real). El dólar en términos ajustados se ha depreciado alrededor de un 10% frente al conjunto de países con los que comercia, y parece que necesitaría una depreciación bastante mayor para corregir el déficit externo.

En cualquier caso, en ese proceso se encuentra el dólar y seguramente la presión a la baja continuará durante un cierto tiempo. La cuestión con los tipos de cambio es que siempre se desea 'una depreciación gradual o moderada', y sin embargo esos movimientos suelen ser abruptos de forma no deseada. Además, las caídas del dólar han ido aparejadas por caídas en los mercados bursátiles, lo cual tampoco se produce con suavidad ni es deseado.

Se está produciendo en EE UU una reacción interesada. Dadas las acusaciones de que China debería desvincular su moneda del dólar porque implica que el yuan está infravalorado, la reacción será imponer, o al menos amenazar, con subidas de aranceles o cuotas a las importaciones chinas. Si se extiende esta medida a otros países del sureste asiático, facilitará la reducción de su déficit externo a base de proteccionismo.

Además, si las monedas asiáticas no se aprecian, como se les exige, seguirán acumulando reservas, que materializan en activos en dólares, lo cual contribuye a que la rentabilidad de los bonos permanezca baja. En el reverso: sin descensos bruscos en el dólar, los tipos de interés no necesitarán subir para compensar la prima de riesgo de cambio, no se generará volatilidad en los mercados bursátiles y las condiciones financieras no cercenarán el incipiente crecimiento. ¿Realmente desean las autoridades económicas estadounidenses propugnar que las monedas floten libremente?

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