La efectividad de las políticas económicas (es cosa de otros)
Las economías de los países desarrollados no se encuentran con los motores de crecimiento a tope. En Europa no dejan de revisarse a la baja las previsiones de crecimiento, en Japón se celebra que el PIB muestre una tasa mínimamente positiva y en EE UU se crece debido a un gasto militar extraordinario, que seguramente pasará factura en un horizonte no muy lejano.
En las tres áreas, la posibilidad de utilizar los instrumentos tradicionales de política económica se ha reducido, quizá de forma inevitable, debido a un agotamiento de su capacidad de estímulo.
Lo que no deja de parecer curioso son las insinuaciones de las diferentes autoridades responsables de una u otra área económica sobre que la pelota de la actuación se encuentra en manos de otro.
Esto es una tradición en las autoridades monetarias, que suelen hacer llamamientos a la disciplina en los demás ámbitos económicos. Así, para que la política monetaria pueda tener efecto en la corrección de las expectativas inflacionistas se precisa que el déficit público se mantenga reducido o se moderen los aumentos salariales de los trabajadores o se apliquen políticas de liberalización.
Con todo ello pareciera que los bancos centrales ejercen un papel de consejeros independientes en los gabinetes de los Gobiernos. Esta característica de hacer declaraciones señalando que la actuación depende de otros es más acusada en los responsables económicos europeos, lo que quizá es un síntoma de que su capacidad de influencia sobre su propio país es limitada, y es nula la que tienen sobre el área en conjunto. La semana pasada nos brindó dos ejemplos en este sentido. En primer lugar, fue el próximo presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, quien se permitió criticar las políticas fiscales expansivas, señalando que 'pueden anular los efectos keynesianos positivos que se esperan del gasto'. Esta opinión podría ser objeto de controversia no sólo desde un punto de vista político sino también teórico, y, en todo caso, parece que está expresada con una contundencia excesiva por parte de un futuro gobernador central. Y, como señaló Financial Times, a él le juzgarán por lo que el BCE haga, no por sus declaraciones.
En segundo lugar, los ministros de Economía europeos declararon en Stressa (Italia) que los países asiáticos deberían tener mayor responsabilidad en la recuperación global. Su argumento es que la caída del dólar supone un peso para las monedas que se ven apreciadas, en especial el euro, de forma que las economías europeas sufrirán una pérdida de competitividad.
Los países asiáticos que tengan sus monedas ligadas al dólar no se verán perjudicados en ese sentido. Lo que pretenden los ministros de economía es compartir los costes del ajuste americano. Específicamente, parece que la queja se dirige a China cuya moneda (renminbi) se ha depreciado y ha contribuido al déficit externo americano.
Pero son los países del área euro los que han decidido sacrificar el crecimiento a corto plazo por unas mayores posibilidades a largo plazo derivadas de una situación equilibrada. Evidentemente, esas limitaciones propias suponen un peso para el crecimiento a corto plazo.
Puede ser argumentable señalar que los países asiáticos no colaborar al crecimiento mundial cuando, por otro lado, los desarrollados han sido inflexibles en la última reunión en Cancún de la Organización Mundial de Comercio, en especial en cuestiones agrícolas, tan imprescindibles para los países pobres. Los países ricos mantienen medidas proteccionistas que no se entienden bajo la racionalidad económica, pero acusan a los pobres de competencia desleal. EE UU y Europa han rechazado abolir barreras al comercio. Pero los americanos hacen combinaciones de medidas proteccionistas expansivas con más libertad que Europa. No se entiende que Europa mantenga su actual política agraria, que tanto la condiciona.
Europa no puede desarrollar una política económica con tantas limitaciones y esperar que el conjunto de las circunstancias externas sea el que produzca el resultado positivo. Si es difícil coordinar a los países europeos para que se consiga aplicar una combinación política fiscal-monetaria adecuada, no se puede pretender que sean los demás países los que hagan el ajuste. Los países en vías de desarrollo tienen un gran papel que jugar en el crecimiento económico mundial, pero hay que darles algo a cambio.