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Tribuna
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El inglés como desventaja competitiva

Only cards', reza el rótulo encima del carril en la entrada de la autopista cerca de Tarragona. Los castellanohablantes entienden bien el 'Sólo tarjetas', pero los anglohablantes no lo deducen a la primera, porque debiera poner 'Cards only'.

Se sorprenderán de que toda una concesionaria de autopistas no tenga un experto que cuide de estos detalles nada insignificantes. A lo mejor lo han subcontratado a otra sociedad que tampoco tiene especialistas en inglés. Tan cultos que decimos que somos, predicándolo a los cuatro vientos con orgullo, y no hablamos ni escribimos ni leemos el inglés, que es el latín del siglo XXI.

Compañías tan visibles (y oíbles) como la mayor línea aérea española tampoco se lo toman en serio. Sólo hay que subirse en uno de sus aviones y escuchar a los ayudantes de vuelo hablar en inglés. Seríamos generosos al decir que se entiende el 50%; y, para asegurarse del ratio, se comen sílabas para que supuestamente suene mejor. Fueron a la misma clase que los de los carteles en la autopista.

¿Cómo hacer para que cuando nuestro presidente salga en la CNN lo haga sin los auriculares delatores?

El inglés no ha devenido importante de la noche a la mañana. Me acuerdo del doctor Crespo, un profesor de Química Orgánica que a finales de los años sesenta nos dijo que, entonces, las empresas pedían ingenieros que además supieran inglés. En el futuro, nos pronosticó el orgánico sabio, las empresas pedirán a alguien que sepa inglés y que además sea ingeniero. Pocos le hicieron caso.

A lo mejor es que los españoles lo que se dice 'visionarios', no lo somos. Nos tienen que dar con el martillo para que nos enteremos. Y así estamos. Da vergüenza ver la versión inglesa de los catálogos de tantas empresas o de las indicaciones en los museos. Es increíble que ninguno de los bustos parlantes televisivos sepa cómo pronunciar presidente 'Reagan' correctamente. Estamos en un país de servicios a gente de fuera y aquí no sabemos inglés, la lengua de la ciencia, la cultura, la política y la comunicación.

Cómo hacer para que las tres cuartas partes de la gente en España no lleven auriculares de traducción simultánea en un discurso del presidente de Estados Unidos? ¿Cómo hacer para que a un alto cargo del Ministerio de Economía no le parezca raro que el informe de pérdidas y ganancias de una multinacional esté en inglés? ¿Cómo hacer, en suma, para que cuando nuestro presidente salga por la CNN lo haga sin los auriculares delatores de la ignorancia del idioma más importante del mundo?

La pregunta del millón no tiene una contestación clara ni definitiva. Pero la respuesta no pasa por pedir a nuestros estudiantes de secundaria que pasen un examen de gramática infumable y traducción escrita. Tampoco pasa por no exigir el inglés escrito y hablado, pero sobre todo hablado, a todo aquel que se encuentre en la universidad. Por lo visto, los cerebros que diseñan los planes de estudios universitarios piensan que el inglés se aprende en secundaria. O, a lo peor, piensan que realmente tampoco es tan importante saberlo; nadie a su alrededor lo habla...

La situación del conocimiento de inglés debe mejorar hasta cotas decentes como garantía de una sociedad competitiva y comunicada con el resto del planeta.

Alguien, de ministro para arriba, debe poner en marcha de una vez por todas un plan efectivo. Ejemplos de cómo hacerlo no van a faltar porque, salvo los franceses, que creo que están en la luna, somos los últimos, no de Europa, sino del mundo industrializado.

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