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Tribuna
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La reciprocidad en las cajas de ahorros

Los clientes de la entidades financieras dan mucha importancia a la reciprocidad en sus relaciones con nuestras instituciones. Entienden que las entidades financieras han de ganar dinero, pero exigen para el cuidado de sus ahorros, al menos, el mismo empeño que esas entidades dedican para rentabilizar sus recursos propios. Según esta idea, no sólo la entidad debe obtener beneficios, sino que los clientes deben participar de estos resultados.

En las cajas de ahorros se produce esta situación por partida doble. Por un lado, en el propio negocio, recibiendo ofertas muy competitivas de productos y servicios y una satisfactoria retribución de su ahorro. Esa satisfacción tiene en gran parte su reflejo en el aumento continuado de cuota de mercado.

Por otro lado, reciben un elevado beneficio en ámbitos distintos al del puro negocio que se canalizan desde la obra social. Pero esta última retribución, y aquí reside una clave importante, no sólo está dirigida al cliente; es la sociedad al completo la que recibe la aportación, independientemente de la intensidad de su relación con la caja.

De esta forma, y por medio de su obra social, las cajas invirtieron el año pasado un total de 1.069.861 millones de euros, lo que supone una tasa de crecimiento interanual del 10,4 %, claramente por encima del aumento de la economía española. Ha crecido el número de usuarios, nueve millones en el último año, que hacen un total de 54 millones de personas. Esto significa que, descontado ese efecto estadístico, en España todos los ciudadanos se benefician de la obra social y, en algunos casos, en más de una ocasión son usuarios de alguna acción social de las cajas.

Aunque las cifras generales son muy significativas por sí mismas, porque no hay otras entidades privadas que lleguen a tan alto nivel, aún puede haber escépticos que duden del efecto de estas inversiones. A modo de someros ejemplos se puede resaltar que, en el ámbito de la cultura, donde las cajas han sido pioneras en fomentar el interés por estas cuestiones, nuestras entidades promueven hoy en día en España una de las ofertas culturales más competitivas posibles, con un enfoque muy formativo, y extendida por la mayor parte de las ciudades españolas.

Cabe recordar a este respecto que el acceso de una gran parte de los ciudadanos a bienes culturales se hace en nuestro país de la mano de las cajas de ahorros. En las cajas se encuentra reunido el primer fondo editorial del país, con más de 15.000 títulos publicados.

En materia estrictamente social, las cajas en su conjunto constituyen al día de hoy la primera red asistencial en España, tanto en las cuestiones relacionadas con la tercera edad como la juventud, o bien en la ayuda a problemas de marginación o toxicomanía, financiando el Plan Nacional del Voluntariado o en la colaboración con las denominadas organizaciones no gubernamentales, que sólo en el último año recibieron seis millones de euros de las cajas para sus actividades. En cada provincia, como media, al menos nueve centros de día están vinculados a las cajas y la inversión en actividades para mayores superó la cifra de 31 millones de euros el ejercicio pasado.

En el capítulo de la educación no debe olvidarse que las cajas centran sus inversiones, mayoritariamente, en la formación profesional, que es uno de los ámbitos en donde más necesidades tiene nuestro país en materia educativa. Este nivel de inversiones y de logros no parece que se pueda obtener por una mera confianza en el azar. Procede, sobre todo, de combinar la capacidad para colaborar en libertad y autonomía con las Administraciones públicas con la habilidad de hacer útiles nuestras acciones para toda la sociedad. En definitiva, de conseguir reciprocidad.

Ala vista de los hechos, del creciente interés por las acciones sociales de las cajas entre el público es posible afirmar que, al margen de las necesarias mejoras que habrá que acometer, parece evidente que existe una alta capacidad, tanto para gestionar estos recursos como los valores que se generan en torno a estas actividades. Hay, pues, una alta sensibilidad en materia social difícil de mejorar por otros.

Por supuesto, no todos comparten esa idea y, en ocasiones, en un pretendido afán de mejora, con una visión de las cajas más jurídico-administrativa que como entidades de crédito privadas y bajo el pretexto de salvaguardar el interés general, se introducen modificaciones normativas que colisionan con la experiencia adquirida en la obra social y que ha permitido a las cajas obtener un resultado óptimo en la gestión de esos recursos. Una gestión que, precisamente, tiene como fin último ese interés general. En esos casos, la reciprocidad queda alterada en detrimento de las cajas.

En el último Congreso Mundial de Cajas de Ahorros, celebrado recientemente en Madrid, las cajas españolas fueron reconocidas unánimemente. En estas circunstancias es difícil entender que aún no se haya valorado en toda su medida esta evidencia desde ámbitos extremadamente localistas de nuestro país.

Quizá la razón de ello pueda estar en que, como decía Gracián, 'conocer el eficaz impulso de cada uno es como tener la llave de la voluntad ajena. Hay que ir al primer móvil, que no siempre es el supremo, sino, la mayoría de las veces, el más ínfimo'.

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