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Columna
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El semestre de la verdad

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

La chanza que se intercambian los analistas estos días es que 'la recuperación se producirá, sin duda, en el segundo semestre. Lo que no sabemos es de qué año'.

Y es que, por tercer año consecutivo y desde el año 2001, los estudiosos de la coyuntura predicen que la recuperación de la economía norteamericana se producirá en el segundo semestre del año. Hasta Greenspan, siempre cauteloso, en su intervención en el Capitolio esta semana se ha colocado al frente del ejército de optimistas.

De momento no hay ningún dato contemporáneo que indique tal recuperación, pero es cierto que hay algunos indicadores adelantados, especialmente el comportamiento de los mercados financieros, que insinúan que la recuperación está cerca.

La subida de las Bolsas desde marzo pasado ha alcanzado ya una gran entidad y a ella ha venido a sumarse recientemente la evolución en el mercado de renta fija, que apunta en el mismo sentido de elevación de los rendimientos a medio y largo plazo. Incluso la reciente revaluación del dólar podría también anunciar la recuperación.

Sin embargo, hay un argumento utilizado por los optimistas que puede verse, por una parte, como una razón más a favor de la tesis de la recuperación, pero por otra parte, expresa también los mayores riesgos que corremos en el caso que, finalmente, la recuperación no llegue. Me refiero a la utilización intensa, hasta el agotamiento, de los instrumentos tradicionales de la política macroeconómica.

Basándose en la experiencia histórica, los optimistas dicen que las dosis de política monetaria y de política fiscal aplicadas hasta el momento ha sido de tal entidad que a la economía mundial no le queda más remedio que recuperarse.

En efecto, los tipos de interés están en el 2% en Europa, en el 1% en Estados Unidos y en el 0% en Japón, niveles, sin duda, extraordinariamente bajos. Lo mismo sucede con los déficit públicos: Europa, sin reconocerlo formalmente, está rompiendo el Pacto de Estabilidad y los grandes países superan el límite del 3% del PIB, Estados Unidos acabará este año por encima del 4% y Japón, por encima del 7%. La dosis del instrumental macroeconómico tradicional que se ha aplicado es de tal entidad que la economía ha de rebotar.

Pero ¿y si no hay recuperación? En ese caso, la situación será de una mayor gravedad que la vivida después de las frustradas recuperaciones de 2001 y en 2002. En aquellos momentos todavía quedaba munición y, por tanto, cabía la esperanza. Pero ahora ya no quedaría nada por hacer salvo experimentos sin garantías.

Además, el mejor comportamiento de las Bolsas este año que en los años pasados por una parte indica mayor confianza de los mercados en dicha recuperación, pero también significa que, si no se produce la recuperación, el desplome de los mercados pudiera ser más intenso que los que vimos los años pasados y con consecuencias más desequilibradoras.

La recuperación que no llegó en los años 2001 y 2002, aumenta la probabilidad de que la recuperación se produzca a finales de 2003 o principios del 2004 y que, por tanto, podamos recordar los años 2001 y 2002 como unos años tristes. Pero, si esta vez no se produce la recuperación, esos años serán recordados como muy alegres al lado de lo que nos espera. Las medias tintas se han acabado. O mucho mejor o mucho peor. Entramos en el semestre de la verdad.

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