Territorio garífuna
En la orilla norte de Centroamérica subsisten aldeas de antiguos esclavos negros, naufragados o fugados, que han mantenido pura su sangre, su lengua, su música africana y sus costumbres, y que empiezan a abrirse al turismo
Existe cierta confusión en cuanto a los orígenes de esta bolsa de población negra en la costa septentrional de Centroamérica. Dos galeones españoles cargados de esclavos de África naufragaron en 1635 cerca de la isla de San Vicente, en las Antillas menores. Los náufragos fueron acogidos y escondidos por los indios caribes y arahuacos de la zona, quienes al final terminaron casándose y mezclándose con los fugitivos. æpermil;stos, a su vez, adoptaron (o adaptaron) la lengua de sus anfitriones, convirtiéndola en un idioma que hablan hoy unas 10.000 personas. En 1783 llegaron los ingleses a San Vicente, y deportaron a los garífunas a Port Royal, en la isla de Roatán, frente al litoral caribeño de Honduras.
Desde allí, en pocas generaciones, se fueron extendiendo por toda la costa, llegando a conformar su propio territorio, esto es, desde Trujillo (frente a la isla de Roatán) hasta Guatemala y Belice, y en algún momento, hasta Nicaragua. Evidentemente, si se habla de territorio garífuna no es por su dominio efectivo sobre el mismo, sino porque esas comunidades se han ido manteniendo bastante puras, sin apenas mezclarse con los ladinos (mestizos), conservando su lengua, sus bailes y músicas de origen africano, sus creencias y costumbres. En Roatán siguen agrupados sobre todo en una localidad, Punta Gorda (a sólo unos kilómetros de donde fueron abandonados), donde gracias al veloz desarrollo turístico de las islas de la bahía, la comunidad indígena ha conseguido un grado envidiable de bonanza con respecto a los poblados de la orilla continental.
Estos poblados se agrupan sobre todo en torno a la bahía de Tela, muy codiciada por sus playas anchas y vírgenes. Tela nació gracias al misionero español Manuel Subirana, quien fundó un pueblo de ermita en 1859; 20 años más tarde se reconocerían derechos a los indios sobre la tierra y nacería el municipio. El consorcio bananero Tela Railroad Company (que aflora en las novelas indigenistas de Ramón Amaya, un clásico hondureño) creó en 1926 el Jardín Botánico Lancetilla (el segundo más importante del mundo en cuanto a flora tropical) y llevó cierta prosperidad a esta ciudad, que vive ahora del turismo. A muy pocos kilómetros del centro urbano, hacia oriente, en el Parque Nacional Punta Izopo, se encuentra la aldea garífuna Triunfo de la Cruz, en el mismo lugar donde desembarcara Cristóbal de Olid, enviado por Cortés para iniciar la conquista de Honduras.
Es hacia poniente donde se encuentran los poblados más sorprendentes. Buena parte de ese territorio pertenece al Parque Punta Sal
Pero es hacia poniente donde se encuentran los poblados garífunas más sorprendentes. Buena parte de ese territorio pertenece actualmente al Parque Nacional Jeannette Kawas (o Parque Punta Sal). El parque está formado por una península escoltada de farallones e islotes bravíos, a la que sólo se puede acceder en barca; y una jungla tropical, ceñida por una anfibia confusión de manglares y canales en torno a la Laguna de los Micos. Este enorme y silencioso laberinto, salón donde pululan a sus anchas monos, tortugas, lagartos (caimanes) y numerosas aves, está separado del mar por una barra de arena fina y blanquísima. Sobre esa barra, escoltada por cocoteros, se alza la aldea de Miami, la más virgen del territorio garífuna.
Entrar en ella es regresar a un tiempo sin fondo. No hay carreteras ni calles ni luz ni teléfono ni agua dulce. Los 200 indígenas que viven allí tienen que comprar bolsas de agua para beber o cocinar, y se las ingenian incluso para ofrecer a sus huéspedes, en rudimentarios comedores, cervezas heladas (mantienen hielo comprado en viejas neveras desechadas). Las casas son cabañas de barro y techo de caña brava, plantadas directamente sobre la arena de la playa. No tienen otro recurso que la pesca, que llevan a vender a Tela, o sirven a los cuatro aventureros que se dejan caer por allí, en busca de calas intactas y un arrecife coralino que conocen bien los entendidos. Les han puesto una cabaña-museo como para fijar sus gestos cotidianos y su historia en una instantánea. Los niños que acuden a la cabaña-escuela difícilmente podrán abrazar, una vez abiertos los ojos del conocimiento, la vida tradicional de su aldea. Pero ésa es la eterna cuestión, aquí y en todas partes.
Localización
Cómo ir. Iberia (902 400 500) tiene un vuelo diario desde Madrid a San Pedro de Sula, vía Miami, a partir de 718,46 euros. Desde San Pedro de Sula se puede ir a Tela en autobús (son 90 kilómetros y menos de una hora). Para moverse por Tela se puede utilizar la bicicleta (hay muchas casas de alquiler) o taxi, y para ir a las aldeas garífunas y a los parques, lo mejor es contratar una excursión con guías; hay varias agencias, la mejor es Garífuna Tours (Parque Central, teléfono 504 448 2904), que hace excursiones de un día a Punta Sal y la Laguna de los Micos y a Punta Izopo.Alojamiento. En Tela, el complejo Villas Telamar (504 448 2196) es un vasto recinto formado por los bungalow de los antiguos ejecutivos de la Tela Railroad Company, completamente renovados y adaptados, con encanto. Es una miniciudad bien protegida por la vegetación, con playas propias y excelentes instalaciones; unos 75 euros por persona. En algunas aldeas garífunas hay hospedaje: el mejor, The Beach Club (San Juan) (504 448 1887), 75 euros. En Triunfo de la Cruz, Caribbean Coral Inn (504 994 9806), 50 euros. En Tornabé, Last Resort (504 984 3964), 35 euros.Comer. César Mariscos (504 448 1934) es tal vez el más recomendable, a orillas del paseo marítimo, excelentes pescados y cocina para sibaritas; también alquila habitaciones. En Villas Telamar (ver hotel), grato restaurante de playa durante el día, y ambiente elegante, con música en vivo por la noche. Algunas aldeanas garífunas preparan comidas a los excursionistas si se les avisa antes; en Miami, Chela prepara el mejor arroz con frijoles de Honduras, y jureles recién sacados del agua, fritos en aceite de coco.