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Columna
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Dejar hacer, dejar bajar

Josep Borrell

Las malas noticias sobre la economía europea se acumulan. Según Eurostat, el PIB de la zona euro está en crecimiento cero el primer trimestre. Después de Alemania, Holanda ha entrado también en recesión. Italia y Francia, paralizada esta última por las huelgas y las protestas sociales, están en punto muerto. Las grandes economías europeas son incapaces de mantener sus déficit por debajo del 3% impuesto por el Pacto de Estabilidad. Pero el euro, en máximos históricos, superiores a su tipo de lanzamiento, sigue revalorizándose frente al dólar.

Esta contradicción que hace preocupante la recobrada fortaleza del euro. En un mundo de competencia, libre cambio y sin inflación, una moneda fuerte es para una economía débil la mejor forma de debilitarla más. EE UU lo sabe y quedan pocas dudas de que han abandonado la defensa del dólar y dejan que se deprecie instalados en la actitud de bening neglet (benigna negligencia) que tan bien han practicado en el pasado.

Solo así cabe interpretar las declaraciones de su secretario del Tesoro al salir de la reunión de los ministros de Finanzas del G-8 afirmando ingenuamente que la depreciación del dólar le parecía modesta y que ya se sabe que eso ayuda a exportar. Tachadas de irresponsables por sus colegas, esas declaraciones forman parte de la partitura, perfectamente orquestada, con la que las autoridades americanas están desplegando una estrategia de devaluación competitiva necesaria para las transferencias de costes que implican los conflictos geopolíticos mundiales. A ello me refería en estas paginas (El sestercio y las legiones, 18 de febrero pasado). Si entonces el enano militar europeo podía sentir satisfacción ante la súbita debilidad monetaria de la hiperpotencia americana, ahora la fortaleza del euro empieza a parecer preocupante a algunos Gobiernos, aunque el BCE mantenga impasible el ademán y no le parezca excesiva.

Esa cacofonía europea contrasta de forma cada vez más alarmante con la coordinación americana a la hora de definir una estrategia de tipo de cambio y de influir sobre los mercados para aplicarla. Es difícil que los inversores apuesten por un repunte del dólar si está muy claro que EE UU no desea que se produzca y los europeos no saben lo que les conviene.

Están, por supuesto, las consideraciones sobre los fundamentos de la economía. Puede que la revalorización del euro sea la lógica respuesta a los diferenciales de los tipos de interés. Pero la diferencia no es tan grande en términos absolutos (1,25% versus 2,5% a corto y 3,3% versus 3,7% a largo) para justificar una revalorización del 40% en un año. Esta relación no es nunca automática, de lo contrario el tipo de cambio del yen, con tipos de interés cero desde hace ocho años, debería haberse hundido. Pero aun así es la única variable que Europa puede todavía jugar con rapidez y sería irracional que en los próximos días el BCE no bajara su tipo de interés.

Otra razón para explicar la devaluación del dólar es el déficit exterior americano. Pero ¿por qué hoy más que ayer? En 1995 Alemania responsabilizaba ya al déficit corriente americano de la debilidad de un dólar en mínimos históricos. Pero en los seis años siguientes el dólar se revalorizó un 60%, mientras el déficit exterior se cuadruplicaba.

Y, a pesar de todos sus problemas, desde el crac bursátil a los escándalos financieros, los atentados terroristas, el aumento del déficit publico, el parón de la inversión, etcétera, la economía americana crecerá este año el doble o el triple que la europea. Esa mayor vitalidad es la causante de un déficit comercial que sólo puede reducirse si nosotros crecemos más o su moneda se devalúa, porque nadie puede desear que se aplique el tercero de los remedios posibles, es decir, que las importaciones americanas disminuyan y aumente así la situación depresiva de la economía mundial.

Y si las razones económicas no son convincentes ni suficientes para explicar lo que pasa, hay que pensar que EE UU está aplicando todo su poder y su influencia para conseguir que su moneda evolucione según les conviene en la actual coyuntura. Defendieron un dólar fuerte para protegerse de las tensiones inflacionistas cuando su economía crecía y se recalentaba. Pero ahora la inflación no es un problema y un dólar débil ayudará a estimular la actividad y reducir los déficit exterior y presupuestario.

Para contribuir a esa estrategia, Greenspan multiplica aquí y allá sus pequeñas frases, tan apreciadas por los mercados, para ponernos en guardia frente al riesgo deflacionista. Mientras, nuestro BCE sigue alanceando el moro muerto y buscando con lupa los restos de la inflación. En estas circunstancias, la fortaleza del euro, tanto tiempo deseada, empieza ya a no ser una buena noticia.

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