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El veredicto de las urnas
Columna
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Las urnas corrigen las expectativas

Antonio Gutiérrez Vegara

Los resultados que finalmente han arrojado las urnas corrigen las aspiraciones que todos los partidos esperaban atesorar con las elecciones municipales y autonómicas del 25 de mayo. Grandes y pequeños, de implantación estatal y nacionalistas, ninguno se ha librado de la enmienda a manos de los electores y sin embargo ninguna perspectiva ha sido totalmente defraudada.

La bajada de los populares no avala plenamente la pretensión de su presidente nacional de plebiscitar la política que, como presidente del Gobierno, había impuesto en el último periodo, y de plebiscitarse personalmente para determinar con su exclusivo criterio el futuro inmediato de su partido.

Sin embargo, el desgaste registrado tampoco tiene la suficiente entidad como para inducir en el Gobierno una rectificación de cierta envergadura ni un debate interno en el Partido Popular (PP) para corregir la involución derechista imprimida por Aznar en esta legislatura.

El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ha ganado en el cómputo global de los votos y gobiernos locales en una ciudad tan emblemática como Zaragoza, por su lucha al Plan Hidrológico Nacional, aunque el mismo telón de fondo puede haber influido en sentido opuesto en Murcia y en las capitales de la Comunidad Valenciana.

De otra parte, la probable composición de un Gobierno de coalición en la Comunidad autónoma de Madrid, presidido por el candidato socialista, tiene un gran valor en la estrategia de futuro del PSOE, pero contrarrestado en buena medida por la amplia victoria de Ruiz-Gallardón en el Ayuntamiento de la capital.

Los 200.000 votos de diferencia a favor del partido que dirige Rodríguez Zapatero son alentadores para proseguir en su empeño de configurarse como alternativa de gobierno. Sin embargo, no pueden ignorar que hay más opciones localistas y regionalistas, que en unas elecciones generales derivan sus votos hacia la derecha en mayor cantidad que hacia la izquierda y en consecuencia la ventaja obtenida el 25-M no es extrapolable a la definitiva cita de marzo de 2004.

Los fracasos de quien gobierna y la fundada crítica a su gestión no serán suficientes para obtener la confianza mayoritaria del electorado el día de mañana.

El Partido Nacionalista Vasco (PNV) tampoco ha captado los votos de la ilegalizada AuB ni ésta ha logrado llevar a todo su electorado por sus derroteros de radicalismo antidemocrático.

Por su parte los partidos llamados constitucionalistas mantienen, con ligeras variaciones al alza, la representatividad que tenían anteriormente, por lo que la distribución del poder municipal en Euskadi seguirá arrojando una pluralidad que desautoriza el plan soberanista de Ibarretxe (a pesar de las disparatadas declaraciones de Arzalluz en la noche electoral). Y sin embargo, de esa misma diversidad cristalizada podría derivarse alguna reflexión en los partidos de ámbito estatal acerca de la estrategia a seguir en aquella comunidad autónoma.

Los dirigentes de Izquierda Unida (IU) hicieron la valoración más triunfalista de sus resultados de cuantas se escucharon al filo de la medianoche del 25-M, pese a haber bajado en votos y medio punto porcentual, aunque ciertamente el retroceso quedase compensado con la suma de los votos de sus coaligados en Cataluña y sus perspectivas hayan mejorado por las nuevas posibilidades que se le abren de participar en gobiernos locales y autonómicos.

En casi todas las elecciones, los análisis suelen empezar valorando el grado de participación, pero en estas municipales y autonómicas puede ser más conveniente hacerlo al final porque tal vez sea su mejor resumen.

Se ha convenido en señalar que los índices de participación aumentan en proporción a la voluntad de cambio que haya arraigado en la ciudadanía. En esta ocasión ha subido tres puntos respecto de las elecciones de 1999, pero no ha llegado al 70% alcanzado en las que se celebraron en 1995, que cambiaron el mapa autonómico y municipal y fueron el anticipo del cambio que se operaría al año siguiente en el Gobierno central.

Tal vez ahora, la mayor movilización del electorado apunte hacia una tendencia al cambio, pero todavía tenue.

Las espadas por tanto siguen en alto y el cambio cuajará si quienes no han bajado tanto como se temían creen que pueden seguir minusvalorando el malestar que se manifestó en las calles (aunque en esta ocasión no se haya traducido matemáticamente en votos de castigo) y si los que no han subido tanto como esperaban dejan de fiarlo todo a concitar el rechazo al Gobierno para canalizar con propuestas y equipos solventes la confianza mayoritaria del electorado.

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