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Columna
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Responsabilidad social, ¿utopía o pragmatismo?

Muchos gestores miran con desinterés o desconfianza el concepto de responsabilidad social de la empresa, por desconocimiento exacto de su significado en la mayoría de los casos. Nos preguntamos si ese afán de responsabilidad social es pura utopía, marketing público, o encierra alguna ventaja simbiótica con la sociedad que nos rodea.

La visión social de la empresa ha cambiado a lo largo de los tiempos. Inicialmente exclusivamente se asociaba empresa con capital; su única exigencia era la optimización de beneficios. Actualmente la opinión generalizada es que la búsqueda de esos imprescindibles beneficios no debe ir reñida con la responsabilidad ante la sociedad. Pero... si la actividad empresarial ya genera beneficios para la sociedad que la alberga en forma de bienes y servicios, empleo e impuestos redistribuidos, ¿qué es eso de responsabilidad social? ¿No es suficientemente social el correcto funcionamiento de una empresa?

Efectivamente, una empresa que funcione adecuadamente, cumpliendo todos los requisitos legales, ya está generando valor social. ¿Por qué calificar a unas como socialmente responsables y a otras no? Todavía no hay respuesta adecuada a esta oportuna pregunta. Sin embargo, va cuajando la idea de que las empresas deben comprometerse más allá del estricto cumplimiento de las leyes con el justo desarrollo de las sociedades. Todos, de forma intuitiva, asociamos responsabilidad social con un compromiso que va más allá del simple respeto a las normas.

La responsabilidad social no es un logro local; debe ser tan global como lo sea la actividad de la compañía

La responsabilidad social de la empresa aborda, al menos, los siguientes ámbitos y responsabilidades: ante las obligaciones públicas -impuestos, permisos y honestidad, entre otras-, ante los accionistas y trabajadores, ante el medio ambiente, apoyo a diversos programas sociales y contratación de los más desfavorecidos.

La Comisión Europea la definió en julio de 2002 como la 'tendencia que consiste en integrar aspectos medioambientales o sociales en la cultura y los valores de la empresa de manera que, por una parte, aparezcan vinculados a las diversas líneas de negocios, pero que, por otra, se realice involucrando a los diversos grupos de interés -accionistas, consumidores, trabajadores, empleadores, inversores, etcétera-'.

Una de las materias que ya son compartidas mayoritariamente tanto por las empresas, la sociedad en general y los consumidores en particular es el respeto al medio ambiente. Cada día la sociedad demandará más naturaleza. Por tanto, en materia medioambiental está claro que la responsabilidad social es algo más que un puro deseo utópico. Repercutirá muy positivamente en la imagen y en la cuenta de resultados de la empresa. Pero en otros ámbitos, muchos gestores no entienden los beneficios que puede obtener la empresa por ser considerada como socialmente responsable.

La globalización es una realidad tecnológica y económica antes que política. Una de las contradicciones y paradojas que nos encontramos cotidianamente es la de empresas que desarrollan una política de prístina responsabilidad social en su país sede, pero no así en países en vías de desarrollo a los que acuden buscando mano de obra barata y legislaciones medioambientales menos limitantes. Son famosas las denuncias que diversas organizaciones humanitarias han realizado contra algunas conocidas empresas multinacionales que gracias a multimillonarias campañas de publicidad consiguen labrarse una buena imagen en los mercados de los países occidentales, mientras que utilizan mano de obra infantil en Oriente Próximo. Evidentemente, esa empresa, por mucho que aparezca como ejemplar en su propia parroquia, no es ningún ejemplo de responsabilidad social.

Todas las sociedades merecen el mismo apoyo, todos los ecosistemas deben ser protegidos. La responsabilidad social no es un logro local. Debe ser tan global como globales sean las actividades de la empresa.

En la Organización Internacional del Trabajo (OIT) llevan tiempo trabajando sobre estos asuntos y su aplicación en las multinacionales. Aunque el carácter tripartito -Gobiernos, sindicatos y empresarios- de todos sus órganos no le han permitido llegar todavía a un consenso, al menos ya han conseguido un acuerdo básico: que las normas internacionales del trabajo deben ser respetadas en cualquier lugar del mundo.

Recientemente participé en unas jornadas sobre Responsabilidad Social en la sede de la Caja de Ahorros Sa Nostra, organizadas por la Asociación de Jóvenes Empresarios de Baleares. En su intervención, Juan Hunt, director de la oficina de la OIT en España, nos aclaró los pormenores del debate actual. La primera duda radica en la naturaleza de los códigos de conducta para la empresa socialmente responsable: mientras que los sindicatos pretenden que sean normas legales de obligado cumplimiento, los empresarios prefieren que sean compromisos voluntarios.

Otro punto de fricción es la posible puntuación positiva de las empresas socialmente responsables a la hora de las adjudicaciones de las contrataciones públicas. Y, por último, se ha creado una viva discusión en torno a la posible certificación por instituciones especializadas. El quién, el cómo, el porqué y el para qué inquietan a unos y a otros. A pesar de estas diferencias, la OIT ha logrado formular la Declaración tripartita de principios sobre las empresas multinacionales y la política social, aprobada en 1977 y modificada en 2000, que recomiendo vivamente a los interesados en la materia.

No soy de los que sacralizan el concepto de empresa socialmente responsable. En el fondo, todas deberían serlo. Pero, en todo caso, parece un esfuerzo positivo, que terminará redundando no sólo en beneficio de nuestro entorno, sino también en la motivación interna de la empresa, en el orgullo y satisfacción de los que a ella pertenecen, y en una excelente imagen pública que terminará beneficiando a la empresa. Estamos ante uno de esos extraños casos donde la utopía y el pragmatismo coinciden.

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