El derecho a la singularidad
La avicultura industrial revolucionó los métodos productivos en el siglo pasado
T
odos los pollos del mundo son hijos de la gallina roja salvaje de la jungla (Gallus gallus), cuyo origen partía del sureste asiático (en el sur de China se encontraron los restos más antiguos de esta especie en el año 6000 antes de Cristo). Los catalanes fueron precoces en su organización industrial e inauguraron en España la avicultura como práctica económica a finales del siglo XIX. Aunque desde mucho antes, la histórica raza Prat de pollos de corral, variedad comarcal de todo el Baix Llobregat de reconocida calidad, se cría en la zona con métodos que apenas se han modificado en la actualidad. Tan tradicionales, que el escritor Manuel Vázquez Montalbán sostiene que representan el derecho a la singularidad frente a las producciones intensivas, aunque 'no es un pollo sólo para patriotas partidarios de la selección catalana de fútbol, sino para degustadores de lo diferente'. O sea, lo no uniforme, todo aquello que se separe de 'la producción industrial de objetos volantes no identificados que piden la piedad de los hombres para que terminen los sufrimientos de animal brutalmente esclavizado', críptica descripción de la avicultura masiva por parte del autor de Carvalho. Coinciden en España los primeros pasos de este revolucionario sistema de producción ganadera con una de las épocas de mayor esplendor del pollo, cuando las despensas españolas están más vacías, tras la Guerra Civil. Dicen los historiadores que es difícil precisar si la industria de los piensos compuestos provocó el establecimiento masivo de granjas agrícolas o fue al contrario, la producción masiva alentó con urgencia alimentos para nutrir a los animales. Sí resulta probado que este sistema de engorde, que desterró al pollo de corral (salvo las razas protegidas) y que terminó con la calidad de las aves criadas en libertad, alimentadas con grano y engordadas sin prisas, creó tal revolución en la actividad ganadera en los años cincuenta en España, que a punto estuvo de arrastrar al fast food a otras producciones paradigmáticas, por ejemplo, la del cerdo ibérico. No faltaron voces autorizadas que proclamaban un cambio de signo de la cabaña porcina hacia la producción en granjas, que afortunadamente no fueron escuchadas por todos los productores, aunque sí por muchos que pretendían un retorno más rápido de sus inversiones. El fenómeno cobró tal desnaturalización que casos hay en los que miembros del propio régimen abogaban por la socialización de la comida, lógicamente representada por la producción masiva frente a los alimentos de minorías, que en este caso serían los producidos mediante sistemas tradicionales. Pocos años después de que proliferaran en España estas granjas, el pollo bajó su precio y subió a los primeros lugares de las listas de ventas. E hizo otra cosa: cambió, probablemente para mal, los tradicionales sistemas productivos que desde siempre se desarrollaron en España.